La astrología permite comprender el sentido de lo que vivimos, con el auxilio de un código simbólico, milenario y permanentemente actualizable. Su modo de explicación no forma parte del que utilizan las ciencias, sino que nace desde la actitud hermenéutica que usa un conjunto plural de herramientas destiladas por la cultura (mitos, literatura, psicología, antropología, filosofía...) que alcanzan a interpretar la experiencia, sin pretender predecirla unilateralmente. Nos presenta una matriz de posibilidades que constituyen la gama de destinos posibles para cada uno según su carta natal, pero el resultado efectivo siempre va a estar condicionado por el contexto familiar, social y cultural en que esa semilla deba desarrollarse. El resultado de esa dinámica será lo que vivamos, y la interacción entre el potencial propio que la carta simboliza y la experiencia concreta en cada uno, en función del medio en que le ha tocado vivir, puede diversificarse hasta hacer que la pretensión predictiva resulte inútil. Por eso, en la consulta astrológica hay que tener muy presente qué es legítimo esperar y qué resulta absurdo pretender. Sólo el conocimiento amplio y sincero de lo que rodea al consultante hace posible que el código astrológico llegue a concretarse en revelaciones con sentido. Y la conexión entre ambos puede insinuarse desde la mirada del astrólogo -a partir de sus conocimientos formales y de la intuición creativa de que disponga- pero sin la cooperación activa del consultante su perfil específico se difumina y la utilidad real puede desvanecerse en mera palabrería. Una consulta astrológica útil requiere, pues, que el consultante coopere y apueste por considerar que el lenguaje de las estrellas habla para él. Aunque sea hipotéticamente, debe aceptar de antemano que la conexión entre las estrellas y nuestras vidas tiene sentido. Para hacerlo no es necesaria una fe ciega, sino tan sólo una actitud abierta y capaz de recoger en su concreta experiencia el modo en que los símbolos hablan para él a través del astrólogo. Así sucede lo que de verdad importa en la práctica astrológica: se genera el sentimiento y la certeza de que no estamos solos en el universo como seres separados, sino que participamos con nuestras pequeñas vidas del fascinante misterio que tantas tradiciones han llamado "el juego cósmico". Somos hijos de un instante único del tiempo, y su cualidad última es la que marca el horizonte de lo que somos. El cómo lo seamos no está escrito, pero puede reconocerse si atendemos los cauces del destino