Cuenta el mito que al comienzo era el caos y que de este nació Gea o Gaia, es decir, la Tierra Madre, y de ella nace posteriormente Urano, que siendo su hijo primigenio también se convierte en su pareja, siendo considerado por los griegos como el primer dios de su mitología.
Mientras Gaia regía en la Tierra, Urano tenía el dominio absoluto de los cielos, las estrellas y el vasto universo, y se cuenta que todas las noches él descendía para poseer a Gaia, de cuyo fruto nacieron los Titanes, los Cíclopes y otras criaturas igual de monstruosas, situación que poco agradaba a Urano.
Pero también engendraron a dos hijas llamadas Cibeles y Temis, además de muchos otros hijos como Océano, Japeto y Saturno, y aún así Urano no se encontraba satisfecho con ellos, porque no eran lo que él esperaba, por eso los trataba duramente, y cuidando el poder y receloso de ellos, prefirió encerrarlos bajo tierra.
Gaia, que no estaba de acuerdo con esto, elaboró una hoz de acero y le pidió a uno de sus hijos que castrara a su padre. Y fue Saturno, quien se caracterizaba por su denodada responsabilidad, el que se ofreció para hacerlo.
Cuando Urano descendió para poseer a Gaia, Saturno cortó los órganos genitales de Urano y los arrojó al mar, y de la sangre que emanó nacieron las Furias –envidia, venganza y odio-.
El análisis de este mito nos lleva a poder profundizar en sus contenidos sicológicos, donde se manifiesta el anhelo de Urano por la variedad y el cambio –propio de nosotros-, así como la necesidad de Saturno de la preservación y el mantenimiento.
En otras palabras, en nuestro interior encontramos algo que nos lleva al cambio, mientras que también encontramos algo que nos indica quedarnos como estamos. Y recordemos que cuando reprimimos los cambios… ¿acaso no surgen las Furias dentro de nosotros?