Se habla mucho del ego en muchas enseñanzas espirituales y a veces se demoniza como resultado de ellas, . Podríamos creer que debemos erradicarlo por completo, convirtiéndolo en algo más que una entidad personalizada y subjetiva, en la que no hay espacio para la identificación o la autonomía, la preferencia o aversión.
Aprendimos que el Ego está en la raíz de todo sufrimiento, haciendo que nos identifiquemos personalmente con la presencia impersonal del sufrimiento en nuestras vidas. ‘Este es mi dolor “, nos decimos a nosotros mismos”, y así, me defino y defino mi experiencia’. Como alternativa podemos identificarnos con el placer, aferrándonos a él por temor perderlo, asiéndonos al siguiente momento placentero en que podemos emplear el “yo” y el “mío”. Oímos hablar de la necesidad de trascender el sufrimiento, de dejar de lado la identificación y liberarnos del deseo para experimentarnos como el vórtice infinito e impersonal de energía y poder que, en esencia, somos. Lo cual está bien, excepto que hay más en lo referente al ego de lo que parece ante esa “visión trascendente ‘, no menos importante, ya que tiene un papel vital que desempeñar en nuestras vidas humanas y la incapacidad para cultivar un ego sano puede echar por tierra severamente no sólo el cumplimiento de nuestro potencial, sino también nuestra relación última con la Divinidad.
¿Cómo podemos reconocer un ego sano?
El ego presenta las siguientes cualidades, aunque es posible que tengan otros puntos que agregarían o alguno le quitaría:
1) La capacidad de mantener un nivel de respeto de sí mismo, que facilite la comunicación honesta, el ajuste de límites apropiados en las relaciones y la búsqueda de un estilo de vida propicios para el bienestar, la satisfacción adecuada y el conocimiento.
2) La capacidad de reconocer el mérito y el derecho al respeto de otras personas, sin la necesidad de sentirse “mejor que” o superior a ellas.
3) La capacidad de tolerar la diferencia sin demonizar a los que vemos diferentes a nosotros.
4) La capacidad de empatizar con la experiencia de otra persona, hasta el punto de renunciar a la gratificación personal si dicha gratificación implicara un daño innecesario o sufrimiento a otro ser.
5) La capacidad de reconocer el valor de toda vida – humana y otras – y de actuar para protegerla y nutrirla.
6) La voluntad de admitir los errores y aprender de los demás sin sentir que esto disminuye nuestro propio valor esencial.
7) La capacidad de mantenernos en pie, frente a la oposición en asuntos de conciencia, sin hacerlo de manera innecesariamente violenta o agresiva.
Claro, como con tantas otras cosas, esto no es una ciencia exacta
Tenemos que discernir la mejor manera de permitir actuar al ego. En algunas ocasiones, defenderemos nuestra postura sin reservas y en otras, sabremos que tenemos que ceder y permitir que otros prevalezcan. Podemos identificarnos poderosamente con un aspecto de nuestra vida y sin embargo saber que es de poca o ninguna importancia cuando llega una crisis. Nuestras propias decisiones personales en este sentido pueden parecer arbitrarias y totalmente inconsistentes para los que observan nuestro camino de vida. Pero en última instancia, somos responsables sólo ante nuestra propia brújula interna, magnetizada por la Divinidad, que se manifiesta a través de todas las cosas, incluyendo las estructuras del ego.
Lo que nos lleva de nuevo a este mensaje planetario, que pronto resonará alto y claro: necesitamos de nuestros egos sanos y fuertes para desplazarnos por lo que viene. Y un ego fuerte no es uno intimidante, sino uno que puede soportar los “golpes y dardos de la insultante fortuna ‘(gracias Will Shakespeare) sin desmoronarse en la desesperación, el odio a sí mismo y la resignación, sin hincharse en el narcisismo, la arrogancia y las demandas no negociables de la satisfacción personal.
Tenemos la capacidad de mirar los desafíos de la vida a la cara y saber mientras los experimentamos de manera tan personal, que no son, en última instancia, qué y quiénes somos. Ellos son parte de la jornada, pero no reflejan el destino, y como tal no debemos confundirlos con él. Tampoco hay que descartarlos como irrelevantes, buscando simplemente trascenderlos, ya que al hacerlo se pierde el propósito de purificación que tiene su presencia en nuestras vidas.
Hay mucho más que decir sobre la cuestión del ego y su papel en nuestras vidas en este momento crucial de nuestro desarrollo. Pero por ahora los cielos nos señalan hacia adentro para que consideremos lo que constituye un ego sano y ¿qué tan lejos están esas cualidades de reflejarse en nuestra vida en este momento? . Entrar en la fase que viene con esta pregunta viva en nuestras mentes y corazones puede ayudarnos a reconocer si nuestro ego está fuerte y en forma, o está desequilibrado y necesitando sanación.
seryhumano.com / Sarah Varcas
Fuente: comunidadconsciencia.ning.com