Cada vez que se generan expectativas frente a alguna situación, se arrastra con ellas al germen de la frustración por la realidad no cumplida.
Esta condición de inestabilidad y confusión está directamente ligada a la maquinaria del pensamiento cotidiano que es, por condicionamiento, rutinaria, automática y dependiente a la asociación que logra hacer la psiquis con los estímulos que pueden ser percibidos en el momento.
El humano, al ser preso de esta adicción a la forma, cree necesitar siempre de la comprensión que le otorga la razón, y es justamente ahí cuando este separa, rechaza y niega la posibilidad de la verdad aún desconocida, es ahí cuando se revela el autoengaño, al forzar a que cada estímulo externo sea recibido por una imagen instalada en la mente, que bien sabemos opera de forma mecanizada. Es por eso que la frustración reemplaza a la consciencia, porque la dependencia estímulo-imagen-realidad confunde el flujo de las ideas con el cauce impersonal y sin forma de la realidad unívoca; al estar permanentemente activo en el cuerpo este mecanismo generador de imágenes azarosas y emocionales, la experiencia sólo queda reducida a un remanente emocional que posteriormente es traducido como un recuerdo vacío de sentido.
Si bien albergamos verdad cuando nos decimos creadores de la realidad que percibimos, debemos considerar que esta posibilidad sólo se hace latente cuando el pensamiento logra fundirse flujo constante del ahora, cuando el cuerpo acalla la maquinaria del pensamiento y presencia el silencio interior.
Es ahí cuando la frustración deja de existir, cuando la ilusión desaparece por el simple hecho de haber hecho el cambio de la imagen mental por la realidad pura del instante que pasa frente a nuestros ojos rompiendo la concepción tiempo-espacio, que ciertamente también es parte del inventario de ilusiones arraigadas en forma colectiva por el género humano.
Lic. Horacio Hünkle