La frustración es un sentimiento desagradable que surge cuando las expectativas de una persona no se ven satisfechas al no poder conseguir lo que desea. Esta definición encierra el hecho de que la frustración es algo negativo, es una experiencia que debemos evitar o que solamente sirve para generar problemas. En parte, esta sentencia es cierta, pero también es cierto que la experiencia de frustración, como toda experiencia humana, ofrece la posibilidad de crecer, de aprender, de ser creativos.
Uno de los beneficios de trabajar con familias es que se tiene la oportunidad de averiguar cuáles son las preocupaciones que afectan a cada una de ellas de manera profunda, generando una impresión más amplia de cómo funcionan las dinámicas de interacción de sus miembros.
Los actuales padres tienen preocupaciones acerca de sus hijos que difieren mucho de las anteriores generaciones. Si bien todavía se comparten algunas, el hecho de vivir en otro momento histórico, social y económico, ha configurado un sistema en el que las prioridades se han modificado. Así, las preocupaciones de los padres giran en torno a una serie de temáticas diversas que cubren todas las necesidades de sus hijos. Una vez cubiertas las necesidades básicas de alimentación, vestido, salud, etc., los padres pasan a preocuparse de otras esferas, con la esperanza de que sus hijos puedan desarrollarse lo mejor posible, en todos los sentidos. Entre los deseos más comunes de los padres de cualquier generación, está el que sus hijos tengan la ocasión de elegir, de poseer bienes u oportunidades que ellos no tuvieron nunca.
De este modo, y de un tiempo a esta parte, es común entre los padres el dar, casi sin objeción, todo lo que sus hijos desean, solicitan o exigen. Porque, probablemente, incluso suceda en este orden. Primero desean, después piden, y acaban exigiendo. Desde el deseo legítimo de que sus hijos disfruten, se desarrollen sanos y felices, los padres cumplen con las peticiones / exigencias. El miedo que hay detrás de este comportamiento, en muchas ocasiones, es “a que nuestro hijo se frustre”.
¿Qué ocurre con la frustración? ¿Qué es lo que nos da tanto miedo de la frustración? Posiblemente, muchos padres se mueven desde la creencia de que la frustración está sobre la base del trauma, y el trauma, ya sea físico o emocional, es siempre visto como negativo. Muchos padres confiesan, por otro lado, que “para un rato que tengo con ellos, no quiero que se enfanden, que se frustren”. Desde luego, es una opción. Pero, ¿es la mejor opción desde el punto de vista educativo?
El miedo a la frustración de los hijos es, en primer lugar, un miedo ajeno, que nace de un pensamiento: la posibilidad futura de que nuestros hijos se sientan mal si no consiguen lo que quieren. Aquí hay dos cuestiones interesantes:
Los padres se están anticipando a las consecuencias de algo que está por suceder. Es decir, estan cometiendo un error cognitivo conocido como “Error del Adivino”.
¿Quién ha dicho que sea bueno tener todo lo que se desea, cuando se desea y como se desea? De hecho, es difícil encontrar a alguien que no se haya enfrentado alguna vez a la experiencia emocional de la frustración.
Vivimos en una sociedad en la que estamos expuestos a la frustración. Un ascenso que no conseguimos, una cita que sale mal, perder un autobús que nos hará llegar más tarde a casa, etc… La frustración es una experiencia emocional que hay que aprender a manejar de la mejor forma posible. Sería muy negativo para nosotros si cada vez que algo no sale como esperábamos reaccionáramos de forma agresiva, rompiendo objetos o atacando a la gente, o, siguiendo uno de los ejemplos anterioes, que nos pusiéramos a llorar y patalear hasta que el jefe cambie de opinión y, efectivamente, reconozca su error dándonos ese ascenso.
Como adultos, reconocemos que el mundo en el que vivimos tiene límites en diversas áreas; algunos límites tienen que ver con nuestra biología (no poder volar), otros límites los hemos establecido socialmente para convivir (límites legales), y otros límites son los que marcamos individualmente para regir nuestro propio comportamiento. Los límites son necesarios para saber hasta dónde podemos llegar y también saber hasta dónde queremos llegar. Porque, en último término, un límite no es más que una elección consciente que facilita o entorpece el camino de cada uno, en función de lo que nos cueste aceptar las consecuencias de dicha elección.
Como he señalado en otros lugares, los niños van construyendo su propia realidad conforme acumulan experiencias vitales; en este sentido, son pequeños científicos que ponen a prueba su entorno, para conocer los límites del mismo. Como padres, hay que ayudarles a conocer el mundo que les rodea para facilitar su adaptación de la mejor manera posible, mediante el proceso que se denomina socialización.
De este modo, primero conocerán algunos límites físicos, que, de otro modo, pondrían su vida en peligro: cuando son bebés, les protegemos de casi todo, porque su afán explorador no conoce miedos ni límites. Hay que ayudarles, sin frenar su impulso “científico”, explorador y constructor, a conocer dónde están esos límites. Más adelante, cuando crecen, y empiezan a relacionarse con otras personas, nuestra ayuda continuará siendo la misma, solamente que cada vez se extenderá más su necesidad de conocer los límites de su mundo, en especial, los sociales.
En todo este proceso de crecimiento, de aprendizaje y construcción mutua (porque los padres no nace sabiendo y, por tanto, también aprenden del proceso), la frustración está presente siempre. Del mismo modo que frustramos con un NO su intención de explorar lo que sucede cuando se meten los dedos en el enchufe, porque eso pone en riesgo su vida, hay que volver a marcar límites en algunas peticiones, para que vaya ejercitando su resistencia a la frustración. No tener algo que se desea no es un síntoma de infelicidad ni tampoco de que vayan a odiar a quien está impidiendo cumplir ese deseo.
Desde luego, y como en todas las situaciones humanas, creo que se pueden marcar límites y enseñar a resistir la frustración de manera creativa. Si un bebé quiere acercarse a un enchufe, no significa que quiera meter los dedos en él; puede que quiera demostrar que puede llegar hasta allí y nada más. Como padres, evaluacmos que es peligros que meta los dedos en el enchufe, pero podemos intentar aportar una solución creativa que nos permita alcanzar los objetivos (proteger al bebé y explorar). Al margen de los adaptadores de enchufes que están en el mercado, creo que es interesante observar al bebé y estar atentos a posibles peticiones de ayuda. Si el mismo bebé experimenta lo que puede y no puede hacer, y le ayudamos, cuando sea necesario, a conseguir por él mismo sus objetivos, le estaremos ayudando a crear una sensación positiva de su propia capacidad.
Cuando los niños crecen y sus objetivos comienzan a ser más específicos, más complejos y más atemorizantes para los padres, la pauta de aplicación de creatividad a las soluciones es la misma. El niño o adolescente sigue poninedo a prueba los límites de su mundo y necesita saber hasta dónde puede llegar. Por ejemplo, en ocasiones, los niños pequeños tiran los objetos al suelo; algunos padres juzgan este comportamiento como “malo”, e incluso suelen decir que el niño es “malo”. Al margen del error que cometen al condenar al niño en lugar de la conducta específica de tirar objetos, no están teniendo en cuenta otras variables. ¿Para qué tira el niño el objeto? Sus objetivos son diversos, pero puede ser que esté poniendo a prueba algunas leyes físicas (porqué algunos objetos rebotan y otros se rompen, la propia gravedad, etc.), o bien que estén poniendo a prueba las reacciones de los adultos. Es posible que tengamos la imagen de un niño que está tirando una cosa al suelo muy despacio mientras mira a los adultos, que le están advirtiendo que no lo haga. No es malo, simplemente, quiere saber cómo reaccionarán los adultos.
La búsqueda de límites es habitual en todos los seres humanos, de cualquier edad, y, en todas las ocasiones se puede aprovechar para aportar soluciones creativas. En el caso del niño que tira objetos, está claro que el objetivo educativo es que aprenda qué objetos se pueden tirar y cuáles no. Se puede proponer un juego en el que los participantes (adultos y niños) interactúan entre sí y con una serie de objetos, algunos de los cuales se pueden lanzar y tirar y otros no. El que el niño vea de forma natural, a través del juego, cómo son las normas de los adultos les servirá para comprender mejor las relaciones entre su comportamiento y las consecuencias del mismo.
Manejar la frustración es una condición básica para adaptarnos adecuadamente a la sociedad. De hecho, puede ser una experiencia enriquecedora, en el sentido de que, además de ayudarnos a conocer los límites (propios o socialmente admitidos), nos permite intentar soluciones diferentes, nos aporta una experiencia de resistencia, que resultará fundamental para continuar persiguiendo nuestros objetivos y servirá como aprendizaje para demorar la recompensa.
Existen diversos estudios que relacionan la resistencia a la frustración con la prevención del desarrollo de trastornos emocionales, como la depresión, o determinadas conductas de riesgo, como el consumo de drogas. Si soy capaz de resistir el hecho de no conseguir lo que deseo, por el momento, no sólo perseveraré en el intento, sino que, con toda probabilidad, estaré menos dispuesto a evadirme de la realidad que me disgusta, evitando así caer en problemas más profundos y difíciles de resolver.
La tolerancia a la frustración nos expone, asimismo, a dos experiencias enriquecedoras y de crecimiento: en primer lugar, nos permite expresar soluciones creativas, lo que incluye el hecho de experimentar sensaciones positivas durante la “invención” de dichas soluciones, así como una mejora en el autoconcepto y la autoestima, tanto mayor en función del éxito de la nueva solución. Pero aunque la solución no fuera del todo efectiva, la experiencia de creatividad es positiva en sí misma y resulta casi siempre transformadora. En segundo lugar, la tolerancia a la frustración supone, siempre, una mejora en la habilidad de resiliencia, que se expresa no solamente en la capacidad creativa de aportar nuevas soluciones, sino también en la vivencia de resistir el que no se cumpla inmediatamente aquello que deseo.
En definitiva, el miedo de los padres a que sus hijos se “frustren” puede transformarse en una oportunidad para afrontar de forma nueva la situación. Si conseguimos aceptar que la frustración forma parte de la vida y que enseñar a tolerarla conlleva beneficios a medio y largo plazo, estaremos contribuyendo a que nuestros hijos tengan mejores habilidades para resolver problemas en el futuro.