No te rindas aunque estés con el espíritu maltrecho y la felicidad sea para ti un espejismo o una ensoñación.
Serénate y cree que en ti hay fuerzas internas para perseverar en situaciones desesperadas y ver la luz al final del túnel.
Tu verdadera fortaleza no radica en la fuerza, sino en el poder de la aceptación y en la energía del amor.
Si tu mundo está ahora en añicos cree que unido a Dios tienes un sorpresivo poder de recuperación.
Eres como las plantas que se llenan de brotes después de la poda y viven una admirable resurrección.
Las penas y el dolor siempre están ahí, por más bueno que seas, y la cruz de Jesús te lo recuerda cuando desfalleces.
Si el dolor sólo visitara a los “malos” los verías destrozados sin remedio, pero no es así, aunque un día recojan frutos amargos.
Los “males” llegan para algo bueno y te acercan a la luz si crees, amas y perseveras.