Por el propio hecho de ver morir a otra persona estamos aceptando nuestra propia muerte, lo cual nos produce cierto temor difícilmente controlable al principio; es un miedo que nos atenaza. Inconscientemente, mientras vemos a la persona muerta pensamos en nuestra propia muerte. Se convierte en una especie de vértigo, en una sensación de miedo a lo desconocido. En ocasiones, cuando visitamos la capilla ardiente de alguna persona fallecida, nos entristecemos más pensando en nuestra propia muerte que en la de la persona que estamos velando.
El carácter angustioso de la muerte aparece en todos los grandes cambios de nuestra vida, y la inseguridad que sentimos se debe a su ambigüedad. La única forma de no sentir esa inseguridad, que puede conducirnos hasta la angustia, es si la persona ve que el hecho de morir conlleva una positiva realización personal. La persona que es incapaz de hacer esa interpretación positiva de su muerte sentirá una gran desesperación. Será como si la balsa que le sostenía se hunde con él.
Si hemos basado nuestra existencia en la consecución de metas materiales y de éxitos mundanos, con nuestra muerte comprobaremos que todo desaparece y que se nos va con nuestra muerte todo lo que hemos logrado. Entonces nos encontraremos con una gran crispación porque no querremos abandonar nuestras riquezas y bienes materiales.
Pero si hemos sabido aprovechar todo lo que se nos ofrecía, con actitud de desprendimiento y considerando que todo se nos ha prestado y que no es conveniente aferrarse a ello, la muerte no tendrá ningún dramatismo. Habremos estado preparando nuestra muerte a lo largo de toda nuestra vida, y no nos tomará por sorpresa.
Los materialistas y los ateos, dicen: “todo termina con la muerte, solamente el mundo sigue girando”. Los partidarios de la reencarnación dicen: “Hay varias vidas sucesivas, hasta que lleguemos a ser El Gran Todo y que no respiremos más la vida porque estaremos en el Nirvana”. Los judíos, los musulmanes y los cristianos creen que después de esta vida hay una vida eterna de felicidad junto a Dios, pero sólo los cristianos son los que tienen esperanzas ante su muerte.
Morir forma parte de la vida, pero debemos ser conscientes de que cuanto más hayamos amado a la vida, mayor será nuestra resistencia frente a la muerte. Las personas que viven familiarizadas con el pensamiento de la muerte, estarán serenas frente a ese fenómeno.
Los que han comprendido y aceptado el sentido del dolor y todo el enriquecimiento espiritual que el mismo puede aportarles, están preparados para cualquier eventualidad; la vida les ha forjado. Son almas a las que las pruebas han fortalecido y poseen un poder de irradiación extraordinario. Su partida continúa iluminando la ruta de los que vienen detrás de ellos. Esos seres maravillosos han vivido plenamente cada etapa de su vida y vivirán igualmente esta última etapa que les conducirá a una nueva vida.