Ante las cualidades del descendente en nuestra carta natal, podemos experimentar distintas emociones, probablemente intensas siempre. Las características de lo que se oculta en la experiencia que tenemos de nosotros mismos no siempre son agradables, más bien al contrario. Nos puede fascinar verlas en otros, y sentirnos atraídos por ellas, buscando consolidar vínculos estables -lo que tradicionalmente ha llevado a hablar del descendente como indicador de la pareja que nos conviene encontrar. Así aseguraremos el contacto continuo con la energía que se pierde espontáneamente en nuestra naturaleza esencial, pero también hay que considerar el riesgo que ese conlleva: el establecimiento de una relación simbiótica en la que encontramos en otro lo que nos cuesta sostener en nosotros mismos.
Pero es igualmente posible que sintamos el dolor por sentir próximo lo que nos falta, y que desde ahí se disparen actitudes de rechazo o evitación, si no consentimos en reconocer que eso que nos duele duele justamente porque es un impulso que se nos escapa. No siempre podemos ser receptivos ante el descubrimiento de nuestras carencias o dificultades, y cuando así sucede, la proximidad de personas que presentan las cualidades de nuestro descendente puede llevarnos a esquivarlas, juzgarlas, rechazarlas... aunque en el fondo lata un sentimiento no reconocido de admiración secreta y de subterránea envidia. También puede pasar así.
En nuestro interior, hay una disposición adecuada hacia lo que en nosotros desciende astrológicamente. Consiste en integrarlo de modo activo, tomarlo como el recuerdo de algo que también es nuestro y que podemos sostener con algo de atención. La energía descendente es también nuestra, pero espontáneamente -como el sol poniente- se escapa. Entregarnos a ella en abertura activa nos enriquece y otorga el contrapunto que necesitamos a la cualidad pública de nuestro ascendente.