Y seguía caminando. Tenía su camino. Caminaba lenta, muy lenta.
Caminaba pesada, sentía algo que tiraba de ella hacia atrás con fuerza.
Caminaba decidida, pero débil, casi sin aliento.
Su camino se abría paso en un paisaje que se le antojaba desértico. A penas señales, a penas marcas que guiarán su camino.
El paisaje que percibía era hostil. Quería salir corriendo de allí, pero algo se lo impedía, sentía que no podía.
Decidió respirar profundamente. Tomar aire y mirar hacia arriba. Al siguiente paso, de repente, frente a ella un grillo. Dio un paso atrás, no lo espera. ¡Qué demonios es esto! grito para sus adentros.
Lo miro fijamente y sintió como si el grillo le gritará: ¡tranquila! vengo a guiarte.
Una extraña sensación le invadió todo su cuerpo. ¿Qué llevo a mis espaldas? Siento un gran peso. En ese preciso instante se dio cuenta de la mochila que llevaba y de lo pesada que era.
¿En qué momento la he llenado tanto? ¿Qué hay ahí dentro? Decidió quedarse parada y sentarse frente al grillo. Seguir caminando no le ayudaba, necesitaba parar.
Sin más, en un instante cualquiera despertó. Miro dentro de su mochila, vio una navaja y eligió usarla. Rajo el fondo de la mochila y se puso a caminar.
Dejaré que las nuevas cosas que aparezcan en mi vida pasen por mi mochila, pero las dejaré marchar como si fuese agua que fluye en el cauce de un río.
¿Cómo ser tocado sin ser hundido?
Beatríz Blasco