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 ¿Por qué es esencial para las mujeres sanar la herida de la Madre?

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Nemesis
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Nemesis


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MensajeTema: ¿Por qué es esencial para las mujeres sanar la herida de la Madre?   ¿Por qué es esencial para las mujeres sanar la herida de la Madre? Icon_minitimeMiér Jul 29 2015, 22:55

Muchas personas no saben que el aspecto fundamental del empoderamiento femenino tiene que ver con la herida de la madre.
Las dificultades y los desafíos que representa la relación entre madres e hijas son enormes y generalizados, pero no se habla abiertamente sobre ellas. Ese tabú de hablar sobre el dolor de la madre herida, mantiene la herida en un lugar oculto, en la sombra, fuera de la vista.
Qué es exactamente la herida de la madre?
La herida de la madre, es el dolor de ser mujer, transmitido a través de generaciones de mujeres en las culturas patriarcales. E incluye los mecanismos de afrontamiento disfuncionales que se utilizan para procesar ese dolor.
La herida de la madre incluye el dolor de:
– La comparación: No sentirse suficiente o digna
– La vergüenza: Que consiste en esa sensación profunda, de fondo, de que hay algo que no está bien en ti.
– La atenuación: Sentir que debes seguir siendo pequeña para ser amada
– Una sensación persistente de culpa por querer más de lo que tienes
La herida de la madre se manifiesta como:
– No estar experimentando tu verdadero SER al completo, por el miedo de que los demás puedan sentirse amenazados.
– Tener una alta tolerancia al mal trato de los demás
– Tendencia al cuidado emocional
– Sensación competitiva con otras mujeres
– Auto-sabotaje
– Ser demasiado rígida y dominante
– Trastornos alimenticios, depresión y adicciones
En nuestra cultura patriarcal y dominada por los hombres, las mujeres están condicionadas a sentirse inferiores, no merecedoras o dignas. Este sentimiento de inferioridad se ha internalizado y transmitido a través de incontables generaciones de mujeres “inferiores”.
El ambiente cultural de la opresión femenina pone a las hijas en conflicto
Si una hija internaliza las creencias subconscientes de su madre (que son formas sutiles de “No soy lo suficientemente buena”), la hija contará con la aprobación de su madre, pero tendrá un sentimiento subconsciente de haberse traicionado a sí misma y a su potencial.
Sin embargo, si no internaliza las creencias inconscientes de su madre en sus propias limitaciones, sino que afirma su propio poder y potencial, es consciente de que su madre inconscientemente puede ver esto como un rechazo personal, y la hija no quiere correr el riesgo de perder el amor y la aprobación de su madre, por lo que la internalización de estas creencias inconscientes limitantes, son una forma de lealtad y supervivencia emocional para la hija.
Puede que una mujer sienta que es peligroso desarrollar todo su potencial ya que puede significar arriesgar algún tipo de rechazo por parte de su madre.
Esto se debe a que la hija puede sentir inconscientemente que su empoderamiento completo puede desencadenar la tristeza de la madre o la rabia por haber tenido que renunciar a partes de sí misma en su propia vida.
Su compasión por su madre, su deseo de agradarla, y el miedo al conflicto puede acabar convenciéndola de que es más seguro hacerse “pequeña”.
Una objeción común al enfrentar la herida de la madre es “Deja que el pasado se quede en el pasado.” Sin embargo, nunca realmente nunca escapamos o enterramos el pasado. Vive en el presente como los obstáculos y desafíos que enfrentamos todos los días. Si evitamos tratar el dolor asociado con una de las relaciones más primarias y fundamentales en nuestras vidas, nos falta una oportunidad crucial para descubrir la verdad de lo que somos y de vivir esa verdad con autenticidad y alegría.
Estereotipos que perpetúan la herida de la madre:
– “Con todo lo que tu madre hizo por tí”!! (Te dirán otros)
– “Mi madre sacrifica tanto por mí.  Sería tan egoísta por mi parte hacer lo que ella no pudo. No quiero que se sienta mal.”
– “Le debo lealtad a mi madre por encima de todo. Si la enfado pensará que no la valoro.”
La hija puede experimentar miedo a expresar todo su potencial por el temor a dejar a su madre detrás. Puede sentir que su madre se siente amenazada por sus sueños o ambiciones. Puede temer despertar sentimientos incómodos en su madre, como rabia o envidia. Por lo general, todo esto es subconsciente y no reconocido o algo de lo que no habla.

Todos hemos sentido el dolor que nuestras madres llevan. Y todos sospechamos que de alguna manera, somos culpables de ese dolor. Ahí radica la culpa. Esto puede observarse claramente en niños con un desarrollo cognitivo limitado, que se sienten culpables de todas las cosas. Si no reconocemos esta creencia inconsciente cuando somos adultos, acabaremos arrastrándola, y limitándonos mucho a consecuencia de ello.
La verdad es que ningún niño puede salvar a su madre
Ningún sacrificio que haga una hija, será suficiente para compensar el alto precio que su madre pudo haber tenido que pagar o por las pérdidas que ha acumulado a lo largo de los años, simplemente por ser mujer y madre en esta cultura.
Y, sin embargo, esto es lo que hacen muchas mujeres por sus madres desde muy pequeñitas: Inconscientemente tomar la decisión de no abandonar o traicionar a sus madres por ser “demasiado exitosas”, “demasiado inteligentes” o “demasiado aventureras”
Muchos de nosotros confundimos ser leales a nuestras madres con ser leales a sus heridas, y por tanto, cómplices de nuestra propia opresión.
Estas dinámicas son muy inconscientes y operan en un continuo. Incluso las relaciones madre / hija más saludables y de apoyo pueden tener esta dinámica hasta cierto punto, en virtud de simplemente ser mujer en esta sociedad. Y para las hijas que tienen madres con problemas graves como adicciones, enfermedad mental, etc. el impacto puede ser muy perjudicial e insidioso.
Las madres deben asumir la responsabilidad y llorar sus pérdidas.
Ser madre en nuestra sociedad es indeciblemente difícil. He oído a muchas mujeres decir “Nunca nadie te dice lo difícil que es” o “Nada te prepara para cuando llegas a casa con tu bebé y te das cuenta de lo que se pide de ti.” Nuestra cultura, es muy dura para las madres, ofrece muy poco apoyo y muchas están criando a sus hijos solas.
Mensajes no verbales de nuestra sociedad hacia las madres:
– Si la maternidad es difícil, es por tu culpa.
– La culpa es tuya si no eres un súper-humano.
– Hay “madres naturales” para quien la maternidad es fácil. Si no eres una de ellas, es porque algo va profundamente mal dentro de ti.
– Se supone que debes ser capaz de manejar todo con facilidad: tener hijos bien educados, ser sexualmente atractiva, tener una carrera exitosa, y un matrimonio sólido.
Para las madres que de hecho han sacrificado tanto para tener hijos en nuestra cultura, verdaderamente puede sentirse como un rechazo que tu propio hijo sobrepase los sueños y lo que creíste posible para ti. Puede haber una sensación de sentirse en deuda, que crea que tiene derechos sobre ellos, o que necesite ser validada por ellos, lo que puede convertirse en una sutil pero poderosa forma de manipulación. Esta dinámica puede causar que la próxima generación de hijas se mantengan “pequeñas”, “inferiores” para que las madres puedan continuar sintiéndose validadas y su identidad como madre reafirmada, una identidad que ha supuesto mucho sacrificio a cambio de muy poco reconocimiento.
Las madres pueden proyectar inconscientemente una profunda ira hacia sus hijos de forma sutil. Sin embargo, la rabia no es realmente hacia los niños. La rabia es hacia la sociedad patriarcal que exige a las mujeres sacrificarse y agotarse completamente a sí mismas con el fin de ser madres.
Y para un niño que necesita a su madre, sacrificarse a si misma en un esfuerzo por aliviar de alguna manera el dolor de su madre es a menudo una decisión subconsciente que se toma muy temprano en la vida y que no se descubre como la causa de muchos problemas subyacentes hasta mucho más tarde, cuando sea adulto.
La herida de la madre existe porque no hay un lugar seguro para las madres en el que puedan procesar la rabia por los sacrificios que la sociedad les ha exigido. Y debido a que las hijas aún inconscientemente temen el rechazo de la elección de no hacer esos mismos sacrificios como las generaciones anteriores.
Dado que no existe un lugar seguro en el que expresar esa rabia, se acaba proyectando de manera inconsciente sobre los hijos. Una hija es un objetivo muy potente para la furia de la madre porque la hija aún no ha tenido que renunciar a su personalidad para experimentar la maternidad. La hija puede recordarle a la madre su potencial no-vivido. Y si esa hija se siente lo suficientemente digna como para rechazar algunos de los mandatos patriarcales con los que la madre ha tenido que tragar, es muy fácil entonces que pueda desencadenar esa rabia subterránea de su madre.

Por supuesto, la mayoría de las madres quieren lo mejor para sus hijas. Sin embargo, si una madre no se ha ocupado de su propio dolor o no ha llegado a un acuerdo con los sacrificios que ha tenido que hacer, el apoyo hacia su hija puede acabar mezclado con restos de mensajes que sutilmente le inculquen vergüenza, culpa u obligación. Y pueden filtrarse en las situaciones más benignas, por lo general en algún tipo de crítica o en alguna forma de intentar atraer admiración hacia la madre. Por lo general, no es tanto lo que se dice, sino más bien la energía con la que se dice lo que puede llevar resentimiento oculto.
La manera que tiene la madre, de evitar proyectar su ira hacia su hija, de transmitirle la herida de la madre, es que se sumerja completamente en su dolor y llore sus propias pérdidas. Esto es fundamental para asegurarse de que no está utilizando a su hija como su principal soporte emocional.
Las madres tienen que llorar todo aquello a lo que han tenido que renunciar, lo que quiso, pero nunca tendrá, lo que sus hijos no les dan ni les darán, y lo injusto que esta situación pueda parecerle. A pesar de lo injusto que esto pueda parecer, no es responsabilidad de la hija reparar ni compensar las pérdidas de la madre, ni sentirse obligada a sacrificarse de la misma manera. Para una madre, hacer esto es un gesto de tremenda fuerza, valor e integridad, y muchas de ellas necesitan apoyo en este proceso.
Las madres liberan sus hijas cuando conscientemente procesan su propio dolor sin hacerlo un problema de su hija. De esta manera, las madres liberan a sus hijas, de modo que puedan perseguir sus sueños sin culpa, vergüenza o sentido de obligación.
Cuando las madres, sin saberlo, hacen que sus hijas se sientan responsables de sus pérdidas y de compartir su dolor, se crea una relación disfuncional, que refuerza la creencia de la hija de que no es digna de perseguir sus sueños. Y esto refuerza el sentimiento de que, de alguna manera, ella es culpable del dolor de su madre. Esta relación puede bloquear a la hija en muchísimos aspectos.
Para las hijas que crecen en una cultura patriarcal, hay una sensación de tener que elegir entre estar empoderadas o ser amadas.



La mayoría de ellas deciden ser amadas en lugar de empoderadas, porque hay una ominosa sensación de que estar totalmente capacitadas y dueñas de su poder puede causar una grave pérdida del amor de las personas importantes en sus vidas, en concreto sus madres. Así que las mujeres se hacen pequeñas, renuncian a su poder, e inconscientemente transmiten esta herida a la siguiente generación.
Como mujer, hay una sensación vaga pero poderosa de que su empoderamiento dañará sus relaciones. Y a las mujeres se les enseña a valorar las relaciones sobre todo lo demás. Nos aferramos a las migajas de nuestras relaciones, mientras que nuestras almas anhelan profundamente cumplir nuestro potencial.
Nuestras relaciones nunca, jamás podrán sustituir el hambre de vivir nuestras vidas plenamente.
La dinámica de poder que domina la relación madre / hija es un tema tabú y el origen de la herida de la madre.
Mucho de esto pasa a la clandestinidad debido a los muchos tabúes y estereotipos sobre la maternidad en esta cultura:
– Las madres siempre están alimentando y amando
– Las madres nunca deben sentirse enfadadas o resentidas con sus hijas
– Se supone que madres e hijas son las mejores amigas.
El estereotipo de “Todas las madres deben amar a todo el tiempo” despoja a las mujeres de su plena humanidad. Puesto que no se les da permiso para ser seres humanos completos, la sociedad se siente justificada para no proporcionar el pleno respeto, apoyo y recursos a las madres.
Pero lo cierto, es que las madres son seres humanos, y todas tienen momentos en los que no son afectuosas. De hecho, hay madres que pasan así la mayor parte del tiempo, ya sea debido a una adicción, enfermedad mental etc.…. Hasta que no estemos dispuestas a enfrentar estas realidades incómodas, la herida de la madre permanecerá en la sombra y se perpetuará por generaciones.
Todos somos víctimas del patriarcado en cierto grado. Nos lo hemos tenido que tragar para poder sobrevivir en esta cultura. Cuando estamos preparados para hacerle frente plenamente en nosotros mismos, también lo enfrentamos en los demás, incluyendo a nuestras madres.
Esta puede ser una de las situaciones más desgarradoras que tengamos que enfrentar jamás. Pero a menos que estemos dispuestos a hacerlo, a menos que estemos dispuestos a sanar la herida de la madre, estaremos pagando un precio muy alto por la ilusión, la paz y el empoderamiento.

Cuál es el coste de no sanar la herida de la madre?
El coste es vivir tu vida indefinidamente con:
-Una sensación vaga y persistente de que “Hay algo mal en mí”
– Nunca creer en tu potencial por miedo al fracaso o la desaprobación
– Tener límites débiles y un sentido no muy claro de lo que eres
– No sentirte digna o capaz de crear lo que realmente deseas en tu vida
-No sentirte lo suficientemente segura como para ocupar un espacio y expresar tu verdad
– Una vida en la que nunca “Tentarás a la suerte”
– Auto-sabotaje cuando te encuentras cerca de avanzar o tener éxito
– Esperar siempre inconscientemente por la aprobación de la madre antes de manifestar aspectos de tu vida.
Qué relación hay entre la herida de la madre y lo divino femenino?
Se habla mucho en la actualidad sobre “lo divino femenino”, y ser una mujer “despierta”. Pero la realidad es que no podemos ser fuente del poder de lo divino femenino si antes no hemos abordado los lugares dentro de nosotras donde nos hemos sentido desterrados y exiliados de Lo Femenino.

Seamos realistas: Nuestro primer encuentro con la Diosa, fue con nuestras madres.
Hasta que no tengamos el coraje de romper el tabú y enfrentar el dolor que hemos experimentado en relación con nuestras madres, la divinidad femenina seguirá siendo una leyenda, otra cuento de hadas, una fantasía en la que una madre nos rescata, una madre que nunca llega. Esto nos mantiene en la inmadurez espiritual. Tenemos que separar la madre humana del arquetipo con el fin de ser las verdaderas portadoras de esta energía.
Tenemos que de-construir las estructuras defectuosas dentro de nosotras antes de que podamos construir nuevas estructuras para sostenerla. Hasta que no hagamos esto seguiremos atrapadas en una especie de limbo donde nuestro empoderamiento es de corta duración y la única explicación de nuestra situación que parece tener sentido, es culparnos a nosotras mismas.
Si evitamos reconocer el impacto tan grande del dolor de nuestra madre en nuestras vidas, seguiremos siendo, de algún modo, niñas.
Recuperar tu poder plenamente requiere mirar nuestra relación con nuestras madres y tener el valor de separar nuestras creencias individuales, y nuestros propios valores, de los pensamientos de ella. Requiere sentir el dolor que supone tener que presenciar el dolor que nuestras madres padecieron y procesar nuestro propio dolor, como resultado de ello.
Esto es verdaderamente difícil, pero es el comienzo de la verdadera libertad.
Una vez que sentimos el dolor, este puede ser transformado y dejará de crear obstáculos en nuestras vidas.



Qué pasa entonces cuando las mujeres sanan la herida de la madre?
Según vamos sanando esta herida, la dinámica de poder se va resolviendo progresivamente, porque las mujeres dejan de exigirse unas a otras seguir siendo “pequeñas” para aliviar su propio dolor. El dolor de vivir en el patriarcado deja de ser tabú. No tenemos que fingir y ocultar detrás de falsas máscaras que ocultan nuestro dolor bajo una fachada de esfuerzo que lo mantiene todo unido.
El dolor puede ser visto como legítimo, abrazado, procesado e integrado y finalmente transformado en sabiduría y poder.
Una vez que las mujeres procesan cada vez más el dolor de esta herida, pueden crear lugares seguros para expresar la verdad de su dolor y recibir el apoyo necesario. Madres e hijas podrán comunicarse entre sí sin temor a que la verdad de sus sentimientos rompa su relación. El dolor ya no tiene que pasar a la clandestinidad y la sombra, donde se manifiesta como manipulación, competencia y auto-odio. Nuestro dolor puede convertirse en amor, un amor que se manifiesta en forma feroz, como el apoyo de unos a otros y una auto aceptación profunda, liberándonos para ser auténticamente valientes, creativas y plenas.
Cuando sanamos la herida de la madre, nos hacemos conscientes del impacto tan poderoso que una madre tiene en la vida de su hija, especialmente en la primera infancia, cuando hija y madre son todavía una sola unidad. Nuestras madres constituyen los cimientos sobre los que nos construimos: nuestras creencias comienzan como sus creencias, nuestros hábitos empiezan como sus hábitos. Mucho de esto es tan inconsciente que apenas es perceptible.

La herida de la madre, no es en última instancia, tu madre. Se trata de abrazarte a ti misma, y de abrazar tus dones sin vergüenza.
Nos dirigimos a la herida de la madre, ya que es una parte crítica de la autorrealización y de decir SÍ a ser las poderosas y potentes mujeres que estamos llamadas a ser. Sanar la herida de la madre es en última instancia, un reconocimiento y un homenaje a los cimientos que nuestras madres crearon en nosotras, de manera que podamos enfocarnos en crear nuestras vidas de la manera que verdaderamente deseamos y somos capaces.
Beneficios de sanar la herida de la madre:
– Fluimos mejor con nuestras emociones y las manejamos mejor al verlas como una fuente de sabiduría y de información.
– Creamos límites saludables que apoyan la realización de nuestro mayor SER.
– Desarrollamos una “madre interna” sólida, que nos proporciona el amor incondicional, el apoyo y el consuelo a sus partes más inmaduras.
– Nos reconocemos capaces. Tenemos la sensación de que todo es posible, nos abrimos a los milagros y a todas las cosas buenas.
-Estamos en contacto permanente con nuestra bondad interior y la capacidad de ponerla en todo lo que hacemos.
– Experimentamos una profunda compasión por nosotras mismas y por las demás personas.
– Dejas de tomarte tan en serio. Ya no necesitas la validación externa para sentirte bien. Ya no necesitas ponerte a prueba ante los demás.


Te sientes mucho más segura y experimentas la libertad de ser tú misma y ….mucho más!!
A medida que nos involucramos en este proceso de sanación, quitamos lentamente la espesa niebla de proyección que nos mantiene retenidas y podemos ver con más claridad, y apreciarnos y querernos a nosotras mismas. Ya no cargamos con el dolor de nuestra madre que nos mantiene pequeñas y sin poder.
Podemos emerger con confianza en nuestras propias vidas, con la energía y la vitalidad para crear lo que deseamos sin vergüenza ni culpa, pero con pasión, poder, alegría, confianza y amor.
En todo ser humano, la primera herida en el corazón está en el lugar de la madre, en lo femenino. A través del proceso de sanar esta herida, nuestro corazón pasa gradualmente de una actitud defensiva y del miedo, a experimentar niveles superiores de amor y que nos conecta con el corazón divino de la Vida misma.
Desde ahí, nos conectamos con el corazón arquetípico colectivo que vive en todos los seres, y somos portadores y transmisores de la verdadera compasión y el amor que el mundo necesita en este momento. La herida de la madre es en realidad una oportunidad y una iniciación a la divinidad femenina. Por esto es tan importante para las mujeres sanar esta herida: Su sanación personal y re-conexión con el corazón de la vida, por medio de lo femenino, afecta al conjunto y apoya nuestra evolución colectiva.
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