Un rostro angelical no sólo puede atraer la simpatía de los hombres, también puede esconder, a simple vista, oscuros secretos. Detrás de esa belleza aparentemente inocente hay voluntades endemoniadas a punto de surgir y capaces de cometer impensadas atrocidades. A continuación, tres casos en los que la belleza y la maldad se dan la mano.
STACEY BARKER
Stacey Barker, de 26 años de edad, dijo que alguien la había golpeado por la espalda esa tarde de marzo de 2009, mientras colocaba a su hija Emma, de 18 meses, en el coche que había aparcado frente a una plaza de Lancaster. El golpe la había dejado inconsciente y cuando despertó su niña ya no estaba.
La beba fue reportada como desaparecida, pero las constantes contradicciones de la madre durante las declaraciones hicieron dudar a los investigadores. Ella también se convirtió en sospechosa y las pericias determinaron por su celular que en verdad se encontraba ese día y a esa hora en Los Ángeles.
La investigación dio un giro inesperado hasta que, finalmente, Barker admitió que la niña había muerto y guió a los investigadores hasta el cuerpo abandonado en una zona descampada y cubierta de maleza en Sylmar.
Ante la evidencia en su contra, Baker adujo que la muerte de su hija había sido accidental, pero los peritos probaron que había fallecido por asfixia.
En junio de 2011, el tribunal la declaró culpable de asesinato y la condenó a 25 años de prisión.
CLAUDIA MIJANGOS ARZAC
Otra historia de madres asesinas nos transporta a Querétaro, México, hogar de Claudia Mijangos Arzac, una mujer bella y adinerada que, la madrugada del 24 de abril de 1989, perdió la cordura.
Nacida en Mazatlán, Sinaloa, Mijangos tuvo una buena formación católica durante la infancia y adolescencia, gracias a su familia acomodada, y fue recién cuando fallecieron sus padres que se trasladó a Querétaro. Allí se casó con Alfredo Castaños Gutiérrez, con quien tuvo tres hijos: Claudia María, Ana Belén y Alfredo.
Cuando el matrimonio se disolvió, los niños quedaron bajo su custodia, ya que hasta entonces había probado ser una madre dedicada y amorosa.
Pero todo cambió sorpresivamente esa noche de abril cuando Mijangos oyó una voz en su cabeza. Se levantó de su cama, fue hasta la cocina, tomó tres cuchillos y apuñaló a cada uno de sus hijos mientras dormían.
Los gritos despertaron al vecindario y, cuando los oficiales arribaron, ella no recordaba lo sucedido.
Mijangos aún pena su condena en la cárcel de Tepepan. Su casa no se ha vuelto a habitar porque las leyendas urbanas dicen que está poseída.
GIULIANA LLAMOJA HILARES
Otro caso de una mujer latina, bella y asesina nos lleva a Perú. Giuliana Llamoja Hilares tenía 18 años la tarde que discutió con su madre y terminó en lo peor. La relación entre ellas no era buena. La madre acusaba a su hija de sus problemas matrimoniales con el juez Luis Llamoja Flores, dado que la niña era muy apegada al padre e interfería con la relación. Al mismo tiempo, Giuliana estaba de novia y la madre le ponía trabas a la pareja.
Más allá de los problemas familiares, Giuliana no manifestaba conflictos fuera de su casa. Era muy buena estudiante, recién ingresaba a la Facultad de Derecho y su afición por el baile y la poesía le habían permitido ganar algunos premios en ambos rubros.
Fue el 5 de agosto de 2005, en la casa que tenía la familia en San Juan de Miraflores, Lima, cuando Giuliana bajó el espejo del baño del segundo piso hasta la sala principal para probarse ropa. Su madre, María del Carmen Hilares Martínez, de 47 años, llegó y comenzó a quejarse por el desorden. La joven declaró que para terminar con el pleito se dirigió a la cocina y que su madre la siguió. Que allí le arrojó objetos. Mutuamente se amenazaron con cuchillos y comenzaron a forcejear. Que la espalda de su madre tocó la perilla de luz y que entre gritos ambas se lastimaron y en defensa propia fue que apuñaló a su progenitora.
Giuliana ordenó la escena y cuando su hermano llegó y vio la sangre le dijo que había sido un suicidio.
Los peritos determinaron que la causa del deceso habían sido las 47 puñaladas que le había propinado a su madre. En el bolsillo de un pantalón también encontraron veneno para ratas, que estiman fue lo que desató la pelea en la cocina, cuando la madre evidenció que su hija la quería envenenar.
El tribunal halló a Giuliana culpable de asesinato y fue condenada a veinte años de prisión. El tiempo de reclusión fue posteriormente reducido y, cuando cumplió un tercio del nuevo plazo establecido, quedó en semilibertad.
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