Martha Smock
Cada uno de nosotros ha experimentado aquello que al principio pareció retador y que después se tornó en crecimiento y ganancia. Gracias a estas experiencias, descubrimos nuevas fortalezas, desarrollamos nuevos poderes y capacidades, nos acercamos más a Dios y confiamos en Él con una fe que no pensábamos que teníamos.
Cada experiencia es nuestra maestra; aprendemos de las personas, los eventos y las circunstancias a nuestro alrededor. La mayoría de las veces, no estamos conscientes de que estamos aprendiendo porque le prestamos más atención a la lucha. Tal como un niño que batalla para mantenerse en pie cuando está aprendiendo a caminar, no nos damos cuenta de que nuestros esfuerzos nos están enseñando y liberando.
Estamos siendo moldeados, no por las circunstancias externas o por otras personas, sino por algo interno: por nuestros pensamientos, reacciones, sentimientos y actitudes. A menos que tengamos experiencias que nos lleven a buscar una comprensión más profunda, a ir más alto hacia la luz, no desarrollaremos nuestra naturaleza espiritual. Al darnos cuenta de ello, sentimos gratitud por las experiencias, inclusive las dolorosas. Damos gracias por cada persona, inclusive las desagradables.
Vemos a todos y a todo como una parte de nosotros, como nuestros maestros.
En algunas ocasiones parece que elegimos el camino más difícil para aprender. Como en el cado del hijo pródigo, parece que elegimos el camino fácil y agradable, pero como él nos encontramos en un país lejano, alimentándonos de sobras, perdidos e infelices. En cuántas ocasiones cada uno de nosotros decidió, como lo hizo el hijo pródigo, no quedarse derribado o deprimido, no permanecer en pobreza de mente, cuerpo y alma. Nosotros también nos hemos levantado e ido a Dios. A través de un momento triste y amargo, nos hemos encontrado a nosotros mismos, hemos entrado en el círculo del amor de Dios; nos hemos dado cuenta de que siempre hemos sido uno con Dios, con nuestro bien.
Si todas las cosas y las personas son nuestros maestros, ¿por qué será que no siempre aprendemos las lecciones que nos ofrecen? ¿Por qué parece que pasamos una y otra vez por las mismas experiencias?
Por ejemplo, una persona tal vez tenga un vecino antipático y argumentativo. La situación no parece mejorar, por el contrario, el vecino es cada vez más antipático. A la larga, la persona se muda para no tener que lidiar con su vecino. Ahora, en un vecindario nuevo, con nuevos vecinos, la vieja historia se repite. Un vecino nuevo aparece en la escena, tan antipático, o inclusive más, como el anterior.
Hasta que no resolvamos la situación en nuestro interior, aprendamos de ella y crezcamos a través de ella, la enfrentaremos una y otra vez —tal vez de una forma diferente, mas esencialmente será el mismo problema.
No tenemos que encontrarnos con los mismos problemas una y otra vez. Tenemos grandes capacidades para el crecimiento espiritual dentro de nosotros. Mientras más consientes estemos de nosotros mismos como seres espirituales, más nos daremos cuenta que somos uno con la Mente de Dios, más vamos a crecer, desarrollar y llegar a poseer y usar nuestros poderes en su plenitud.
Existen potencialidades espléndidas en nosotros; hemos sido creados para la grandeza y la bondad. Nuestro trabajo es mucho mayor que el que imaginamos. Así como la verdadera educación no conlleva abarrotar nuestras mentes de conocimiento, sino suscitarlo de la sabiduría innata en nosotros, asimismo nuestros poderes son desarrollados cuando dejamos ir la lucha externa y comenzamos a trabajar internamente.
La oración es una manera de traer a expresión todos los poderes y potencialidades de Dios que están en nosotros. La verdadera oración es elevar nuestros pensamientos y sentimientos, levantar todo nuestro ser a Dios. La verdadera oración es darnos cuenta de nuestra unidad con Dios, cuando el ser pequeño se desvanece y nos paramos en la Presencia divina sabiéndonos hijas e hijos de la Luz.
Es la oración la que vivifica nuestra conciencia y nos inspira a usar la Verdad en nuestro pensamiento, la que libera la fuerza del amor en nosotros y a través de nosotros.
Cuando estamos conscientes de los poderes en nosotros, cuando medimos nuestras actitudes y reacciones según el estándar de Cristo de amor y comprensión, de sabiduría y perdón, aprendemos y crecemos cada día de nuestras vidas. Ya no solamente somos moldeados por las experiencias, sino que ahora, como poseedores de poder espiritual, creamos nuestro mundo. Ya no estamos a merced de las condiciones. Vemos al poder de Dios en acción, sin importar las apariencias; y activamos dicho poder transformador mediante nuestra fe y por medio de nuestras palabras de Verdad.
Si nos encontramos en medio de una situación que parece difícil de superar y soportar, si tenemos problemas al tratar de llevarnos bien con ciertas personas, si por alguna razón estamos tristes y atribulados, evaluemos cada una de las situaciones, personas y condiciones, y digamos: “Ustedes son mis maestras. Tengo algo que aprender de ustedes”. Al afrontar la vida de este modo, descubriremos quienes somos, descubriremos que el poder de Dios mora en nosotros. Ya no desearemos estar en un lugar distinto al que estamos ahora. Veremos que verdaderamente estamos en tierra santa.