La devoción por el dinero y mirarlo como el valor único y universal ha hecho que los que lo tienen tengan una doble carga: el creerse todopoderosos y que una multitud de lisonjeros se los revaliden así.
Con esta dual aflicción los hombres ricos (que no son similares a los que poseen la abundancia) pierden el piso. Hay potentados que, cuando malogran su dinero, no nomás pierden el piso, también pierden la autoestima; y otros - los ha habido - que pierden hasta la vida misma.
Conviene recordar el concepto de abundancia. La abundancia significa bastante más que poseer cantidades de cosas; equivale a todo lo bueno que se puede tener: alegría, salud, paz interior, dinero, amor, felicidad, realización personal, y el dinero es sólo una parte de la abundancia; el dinero puede tener sentido en la vida y se puede aprender a dominarlo, en lugar de sentirse dominado por él.
La diferencia entre un rico y un pobre, si finalmente los dos terminarán muertos, es la forma en que cada uno se la haya pasado en vida. Hay ricos pobres de corazón y hay pobres ricos del alma.
No es que sea malo ser rico. Lo perverso es tener millones de pesos en el banco, sin movimiento, atesorados y estancados. El dinero es como la sangre, si no fluye se coagula.
La persona, el ser natural que es, viene a este mundo despojado de todos los marbetes y paradigmas. El dinero es una de esas etiquetas. Es la hipnosis del condicionamiento social, hoy en día excesivamente extendido.
La diferencia entre el hombre más rico del mundo y el más pobre – en igualdad de atributos humanos - es tan solo un montón de cifras.
No es que el dinero sea desdeñable. Lo deplorable es que para muchas personas sea la única medida del éxito. Finalmente, el hombre adinerado que vive almacenando su dinero no se lo llevará a la tumba. Otros lo aprovecharán – o malgastarán -, ya que él no lo hizo en su momento.
Este desmedido apego y subordinación al dinero ha hecho que la humanidad trastoque sus valores, y que alabe al que tiene dinero como atributo único.
Tan poderoso es “Don Dinero” – más en estos días que en tiempos pasados – que el dueño temporal del mismo (temporal, por lo finito de esta vida) llega a entremezclar su ser con su tener. No se percibe, ni se puede mirar a sí mismo, sin su riqueza. Llega a creer que su persona y su fortuna son una misma identidad.
He aquí que empieza el desenfoque de la personalidad, la guía de vida y de los negocios. Pues, cuando el metálico es lo único que importa, las decisiones no son acertadas, de acuerdo con la noción de la abundancia.
No estoy en contra del dinero. A todos nos gusta lo mucho bueno que con él se puede comprar. Sencillamente invito a que lo ubiquemos en su justa dimensión: una parte, importante, del concepto integral de abundancia.
Remachemos la frase aquella: "No es más rico el que más tiene, sino el que necesita menos”.
El autor es Consultor en Dirección de Empresas. Correo: manuelsanudog@hotmail.com
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