¿A menudo te escuchas decirte a ti mismo que no sabes hacer nada bien? ¿Te escuchas recriminarte cada error que cometes como si fuera una catástrofe haber fallado? ¿Te pasas horas culpándote por lo que no salió a la perfección?
El perfeccionismo es una amenza hacia ti mismo. No solo afecta a las relaciones con los demás, sino que en gran medida, afecta a la relación con nosotros mismos. El perfeccionista tiene una parte miedosa, una parte que actúa asustada ante la posibilidad de equivocarse, que le da vueltas y vueltas a la toma de decisiones intentando encontrar la “decisión perfecta”.
¿Por qué digo que si eres perfeccionista también eres víctima?
Porque dentro de la persona que actúa desde el perfeccionismo conviven dos personas. El acusador, que siempre está señalando con su dedo siniestro los errores, y la víctima, que baja la cabeza, se humilla y se hunde cada vez que el dedo le señala.
Estas dos “personalidades” tienen fisiologías diferentes. La fisiología del perfeccionista refleja autoridad, firmeza, “sabelotodismo”, está en tensión, su voz es dura al dar las órdenes, su cuerpo rígido y actua de forma enérgica. Es una voz autoritaria que cree estar en posesión de la verdad, de la lógica. Eso está mal y hay que decirlo con firmeza.
Por otro lado, la fisiología interna de la otra personalidad, de la víctima, es la propia de una persona que se siente juzgada, pequeñita ante el dedo acusador, su cuerpo cansado toma una posición encorvada, se hunde ante el peso de la acusación, le falta energía y aguanta la humillación del perfeccionista con la cabeza baja.
Estas dos voces conviven dentro de una persona perfeccionista, aunque en una inmensa mayoría de los casos, le propio perfeccionista no es consciente de la existencia de su víctima interior. Como tampoco es consciente cuando su propio perfeccionismo afecta a terceras personas. Su intención es buena: Hacer todo bien, no perder, no fracasar, no fallar, tomar la decisión correcta, no quedar mal, no equivocarse y ser descubierto en un error. Pero aunque su intención sea buena, el resultado puede ser desastrozo. No solo en su personalidad, a la que limita cuando se autoimpone la inacción para no cometer errores, sino muy especialmente en las relaciones con otras personas. Un perfeccionista puede resultar una persona muy negativa, pesimista, aunque a sus ojos esta persona se vea como alguien coherente, lógico, con los pies en la tierra, realista.
Viki Morandeira