¡La vida es de veras increíble y no puede perderse! Los opuestos y aparentemente contradictorios contienen en sí sabiduría y verdad. Afirmo esto pensando precisamente en dos máximas, que aunque gramaticalmente se anulen, en la práctica del vivir sirven para mostrarnos todo cuanto es imprescindible aprehender a cada instante para que, ¡al fin, llegue el gran día!
“¡Quien busca, encuentra!” y “¡Deja de buscar, y encontrarás!”
Es bien posible que esas dos sugerencias hayan funcionado ya contigo. Pero también es muy probable que te preguntes de manera recurrente cómo saber cuándo continuar buscando y cuándo dejar de buscar.
La cuestión es que queremos certidumbres, y es bueno partir de la premisa de que certidumbres no se combinan bien con vida, éxito, realización, deseo, felicidad, amor o cualquier una de esas esencialidades humanas. En esos casos, en esos tan embriagadores casos, habremos de arriesgar y apostar toda la imponderable perfección de un alma en evolución, en todos los niveles – porque es lo que tenemos, o mejor, ¡es lo que somos!
Por tanto, bien te encuentres a la búsqueda de una nueva carrera, de un gran amor, de más rendimientos financieros, de un sentido mayor para tu existencia o de otro ritmo para todo lo que ya existe, sigue el flujo, como el persistente y sabio río, que confía y simplemente se deja llevar hasta el lugar donde ha de tornarse gigante.
Además de volver el proceso mucho más creativo y productivo, reconocerás, a partir de elecciones cada vez más íntegras y conscientes, que sabes bastante menos de lo que supones y, aun así, estás bastante más cerca de lo que crees, especialmente cuando consigues transformar la angustia de la espera en consuelo: el ejercicio de vivir lo que hay para ser vivido y nada más.
Y por tan bellamente haberme permitido esa constatación – aunque temerosa de no conseguirlo – afirmo y exclamo: ¡tu día ha de llegar! Pero no pienses que de un nada que hagas, ni tampoco de la desesperación con que puedas llegar a hacerlo. Sobre todo desvendando la dirección, día tras día, con cada uno de tus tropiezos y con cada arañazo resultante de tus tan particulares y secretas caídas.
¡Porque este es el mapa, el indicador del camino, la flecha que te conducirá a lo que tanto deseas, buscas o esperas, pero siempre, siempre, considerando que cada día es parte indispensable e intransferible de la llegada!
¡Y me quedo haciendo votos para que tú te sientas como me siento yo – radiante! Y que sea, por fin, como tan delicada y encantadoramente escribió Eça de Queiroz:
“(...) sentía un acrecimiento de estima por sí misma,
y le parecía que entraba al fin en una existencia superiormente interesante,
donde cada hora tenía su encanto diferente,
cada paso conducía a un éxtasis,
¡y el alma se cubría de un lujo radioso de sensaciones!”
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