Una de las virtudes-defecto más cuestionables es el perfeccionismo. Virtud, porque evidentemente, la persona tiende a hacer todas las cosas perfectas. Y es un defecto, porque no suele contar con la realidad: que lo perfecto no existe en este mundo, que los fracasos son parte de toda la vida, que todo el que se mueve, se equivoca alguna vez.
Muchos perfeccionistas son, desde luego, gente estupenda. Creen en el trabajo bien hecho, se entregan apasionadamente a hacer bien las cosas e incluso llegan a hacer excelentemente bien la mayor parte de las tareas que emprenden.
Pero también son gente un poco neurótica. Viven tensos, se vuelven cruelmente exigentes con quienes no son como ellos y sufren profundamente cuando llega la realidad y ven que muchas de sus obras -a pesar de todo su interés- se quedan a mitad de camino.
Por eso, una de las primeras cosas que deberían enseñarnos de niños es a equivocarnos. El error, el fallo, es parte inevitable de la condición humana. Hagamos lo que hagamos habrá siempre un coeficiente de error en nuestras obras. No se puede ser perfecto a todas horas. El hombre más genial, pone un borrón en su vida de vez en cuando.
Maxwel Brand decía que: ´todo niño debería crecer con la convicción de que no es una tragedia ni una catástrofe cometer un error´. Por eso es más importante ver cómo se reponen las personas de los fallos, que los errores que cometen. El arte más difícil no es el de no caerse nunca, sino el de saber levantarse y seguir el camino emprendido.
Por lo tanto, no es saludable la educación perfeccionista. Los niños educados para arcángeles tropiezan y se quedan hundidos por largo tiempo. Los pedagogos opinan que es preferible permitir a un niño que rompa alguna vez un plato y enseñarle luego a recoger los pedazos, porque ´es mejor un plato roto que un niño roto´.
Es cierto. No existen hombres que nunca hayan roto un plato. No ha nacido el genio que nunca fracase en algo. Lo que sí existe es gente que sabe sacar fuerzas de sus errores y otra gente que de sus errores sólo saca amargura y pesimismo. Sería estupendo educar a los jóvenes con la idea de que no hay una vida sin problemas, sino que hay hombres con la capacidad para superarlos.
No vale la pena llorar por un plato roto. Se compra otro y ya está. Lo grave es cuando por un afán de perfección imposible se rompe un corazón. Porque de esto no hay repuesto en los mercados.
Analiza cómo estás educando a tus hijos y cómo te comportas tú ante los fracasos y lo errores.
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