Son prácticamente sinónimos. Hay momentos en que se habla del “Ego” como una terrible maldición, como un enemigo, como una parte que nos destruye. Pero este no es el “Ego “necesario dentro del mundo físico; es el “Ego” que quiere sustituir a Dios.
Si usas tu potencial subyacente espiritual para darte cuenta de lo que el Ego significa, notarás que constituye una pieza de algo mucho mayor pero que al mismo tiempo eres tú: un grano de arena de una playa que al mismo tiempo es la propia playa; una gota del mar que simultáneamente es el mar. De ese modo, estarás viendo la realidad.
En el momento en el que crees saber más de la vida, que las cosas deben ser como tú piensas y no como están siendo, en el momento en el que sientes que tu criterio racional no abarca la inmensidad que hay en ese momento, está apareciendo el Ego del control, el Ego que quiere saberlo todo, el Ego que desea ir en contra de lo que parece justo, o más bien, acomodar lo que parece injusto. Es un pequeño Ego resentido y escindido que finalmente te separa, te excluye.
Es como el personaje de un sueño: no tiene realidad en sí, pero mientras estamos soñando parece que sí la tiene. El Ego considera que este mundo que vemos es real y que el mundo sutil (el del amor, las perfecciones, las intuiciones, la sensibilidad) ese mundo del que hablamos aquí, es una pura quimera. El Ego está pegado a la realidad materialmente tangible, “la irrealidad”, porque si despertara del sueño se daría cuenta de que lo verdaderamente espiritual es lo verdadero, lo auténtico. Entonces, perdería su lugar y desaparecería.
Representa a la parte de nuestra mente que piensa qué está despierta, cuando en realidad está dormida, la parte que solamente considera el mundo físico comprendido entre la vida y la muerte; que tiene en cuenta el mundo de la carencia, del sufrimiento, de la escasez. Es esa parte que se cree marginada del todo y por cuya razón odia y niega lo que es el ser real, verosímil, indisoluble.
El Ego te dice lo que existe y no existe, como por ejemplo, que tú eres un cuerpo, lo que ves, lo que tocas; que la única verdad es el sufrimiento, la enfermedad, la muerte; que en este mundo la pérdida es lo que hay, y que todo lo demás pertenece a la constelación de lo onírico, de lo mágico, de los sueños.
Si esta es la realidad que conocemos, entonces el Ego tiene razón y no hay salida. Pero si nos centramos en otra realidad mayor, que es donde vive el Ser, comprobaremos que el mundo físico del Ego es solamente la faceta parcial y subjetiva de una realidad mucho mayor. Todos tenemos el recuerdo del Ser, de su capacidad amorosa, de esa grandeza que vive inmersa en cada uno. Sin embargo, esta parte constitutiva y esencial del espíritu necesita de tu permiso y de la aprobación de tu mente para manifestarse.
Es claro entonces, que el ubicar los componentes de cada espacio residente en tu interior es la tarea imprescindible para darle a cada cosa el lugar que le corresponde, y evolucionar sin límites.
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