Cuando tenemos pensamientos como: “si a mi pareja le gustase más el campo y menos el futbol seriamos mucho más felices”, “si mi jefe no fuera tan cerrado de mente mi trabajo sería más fácil”, “si mi hija estudiara más no tendría esta preocupación todo el día”, estamos experimentando la vida desde el victimismo.
Las víctimas, por definición, no son responsables de las experiencias que les han tocado vivir, por lo que no pueden hacer nada al respecto, aparte de quejarse y sentir impotencia y debilidad. Estos sentimientos nos hacen vivir en constante estado de miedo, ya que sentimos estar a merced de lo que ocurra en nuestras vidas, y no creemos en nuestra capacidad de superar lo que nos pasa o cómo nos sentimos, tanto en el presente como en el futuro.
En ocasiones incluso somos víctimas de nosotros mismos. Cuando decimos por ejemplo: “es que yo soy así y no lo puedo evitar”, estamos exculpándonos de toda responsabilidad, y, al mismo tiempo, anulando nuestra capacidad de hacer algo al respecto.
Cuando culpamos a los demás, a nosotros mismos, o a las circunstancias de cómo nos sentimos, perdemos el poder de gestionar nuestros propios sentimientos. Si queremos retomar de nuevo este control deberemos hacernos responsables de lo que sentimos.
El truco entonces está en responsabilizarse de cómo reaccionamos ante las experiencias que ocurren en nuestras vidas, no de ellas.
Así, nos responsabilizaremos de cómo actuamos ante una ruptura amorosa donde la otra persona decide seguir un camino diferente al nuestro, no de la decisión de esa persona. O nos responsabilizaremos de cómo actuamos, o cómo nos sentimos, ante un menosprecio de nuestro jefe, no de su actitud.
A continuación veremos distintas formas de añadir más responsabilidad a nuestras vidas y de recuperar el control de ésta.
1) No culpar a nadie, incluidos nosotros, ni a nada de cómo nos sentimos. Como ya hemos visto antes, el simple hecho de culpar nos coloca en una posición de inhabilidad para resolver o buscar solución a lo que está ocurriendo.
Lo que podemos hacer es preguntarnos: ¿cómo me gustaría comportarme?, ¿qué me gustaría sentir?, y una vez que tengamos esto claro, ¿cómo podría conseguirlo?
Estas preguntas dirigen la atención hacia uno mismo y hacia la resolución de una situación que no es la deseada.
Además, cada vez que culpemos a alguien o a nosotros mismos, deberíamos preguntarnos, ¿de qué no nos estamos responsabilizando que nos hace sentir así? En el momento en que sepamos esto, estaremos abriendo la puerta a hacer algo al respecto y, a por lo tanto, a responsabilizarnos de ello.
Otras pistas para saber si hay algo de lo que no nos estamos responsabilizando es cuando estamos enfadados, sentimos envidia, celos, impaciencia, fatiga, etc.
2) Ser conscientes de las conversaciones que hay dentro de nuestra cabeza y del efecto de estas. Por ejemplo, si estas leyendo este artículo y al final del punto anterior has escuchado: “Si, las preguntas parecen muy fáciles pero tienen tela…” Entonces esa voz dentro de tu cabeza ya está culpando a las preguntas y buscando una salida para no hacer nada, por el motivo que sea.
Es importante que sepamos distinguir entre las voces que nos ayudan y las que no, y aprender a gestionar aquellas que nos limitan o nos ponen en el papel de víctima.
¡Nuestros pensamientos crean nuestra realidad! Si pensamos que no podemos, y encima nos creemos las razones por las cuales pensamos esto, lo que ocurre es que acabamos provocando esa realidad. Así, cuando nos creemos que somos vagos, lo que ocurrirá es que ni siquiera intentaremos hacer aquello que nos proponemos, y si lo intentamos, ante el primer obstáculo, que lo habrá seguro, nos rendiremos, dando así fuerza a esa creencia.
Además, es recomendable crear un lenguaje propio que nos apoye desde dentro a la hora de avanzar y crecer como personas.
3) Siendo conscientes de los beneficios que tiene la actitud de víctima. Si bien hemos dicho que esta actitud anula nuestra capacidad de generar soluciones a situaciones que están afectando nuestro bien estar, también hemos comentado que una víctima no tiene la culpa de lo que la pasa, por lo tanto no puede ser juzgada por no hacer nada. Es una actitud en la que es fácil acomodarse, bien porque nos proporcione la atención de otros, porque nos resguarde de un posible fracaso al enfrentarnos a algo nuevo, nos excuse de no conseguir lo que deseamos, etc.
Siempre y cuando sepamos qué estamos ganando con la actitud de victima, o de qué nos estamos protegiendo, nos será más fácil responsabilizarnos de ello.
Por ejemplo: Supongamos que estamos en un trabajo que no nos gusta y culpamos a la crisis para no ponernos a buscar un trabajo diferente. Si miramos hacia dentro y nos preguntamos honestamente cómo nos está beneficiando esta actitud, igual nos encontramos con que nos está librando de posibles rechazos en las entrevistas.
Una vez que sabemos que no nos ponemos a buscar otro trabajo por miedo a ser rechazados, ya podemos hacer algo. Podemos prepararnos o enfrentarnos al rechazo. En cualquier caso, ya nos estamos responsabilizando.
4) Es importante responsabilizarnos de aclarar qué es lo queremos y de ir a por ello. Cuando seguimos el rumbo que marca la sociedad, la familia, la iglesia, …, corremos el riesgo de entrar en el rol de víctima: “yo no quiero casarme pero es lo que hay que hacer antes de irse a vivir juntos”.
Debemos definirnos como personas, conocer que es importante para nosotros y vivir de acuerdo a nuestros valores.
5) Ser conscientes de que en todo momento, o situación, hay muchas opciones entre las que podemos elegir. Es nuestro deber buscarlas y elegir la que más se adecue a lo que queremos, así como responsabilizarnos de la elección.
Conclusión:
Cuando vivimos desde el victimismo, perdemos el poder de gestionar nuestros sentimientos y nuestras reacciones ante las experiencias que nos tocan vivir en la vida.
Para retomar este poder deberemos responsabilizarnos de lo que sentimos, de lo que queremos y de vivir de acuerdo con ello.
http://www.elfactorhumanoburgos.com/como-lidiar-con-el-victimismo/