Vivimos tiempos en los que parece que la capacidad de pensar por uno mismo está gravemente en peligro. Existe una preeminencia absoluta del dogma, de la norma impuesta. Desde pequeños nos dicen cómo debemos vestir, cómo debemos hablar, cómo debemos comportarnos en cada momento. Ya desde entonces hay personas que toman decisiones por nosotros, nos planifican la vida y, lo que es peor, hasta la manera de pensar.
En la mayoría de los casos, no es hasta bien entrada la madurez cuando uno se plantea el “por qué” de las cosas. Cuando uno es adulto es cuando busca la razón de una decisión pasada ¿Por qué estudié esa carrera? ¿Por qué acepté este trabajo? ¿Por qué elegí a esta persona?
Lo triste es que muchas veces la respuesta se encuentra en la INERCIA. Hicimos aquéllo porque era lo que debíamos hacer en aquel momento. Una vez hecho lo primero, “lo que tocaba” era hacer lo siguiente. “Estudié aquella carrera porque no sabía qué estudiar. Cuando acabé tuve que buscar trabajo conforme a esa formación. Después tuve que ahorrar rápidamente para poder comprarme una casa y casarme. Luego vinieron los hijos”. Te ves metido en la vorágine de una película de acción en la que tú eres el protagonista.
La clave está en averiguar si de verdad querías ser el protagonista de esa película concreta. Si querías otro planteamiento, otro nudo, otro desenlace con otro final más feliz.
El problema es que la pregunta se hace después de haber acabado la película. Es entonces cuando te das cuenta que, quizás, en algún momento anterior de tu vida te faltó la capacidad de REFLEXIÓN necesaria para tomar una decisión absolutamente trascendente. Piensas que posiblemente debiste desoír alguna norma, cuestionar algún dogma, para ser capaz de pensar por ti mismo y tomar una decisión libremente.
Y lo haces ahora. Cuando eres adulto, cuando estás más tranquilo, más sereno. Bien. No es tarde. Nunca es tarde. De hecho muy posiblemente si ahora estás así de equilibrado es en gran parte por la experiencia pasada. Lo importante es que la decisión se tome previo profundo proceso de reflexión. Siendo conscientes de nuestros actos demostramos que aprendimos la lección de la responsabilidad.
Aprender de los errores pasados es la clave del éxito futuro.
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