El placer es una palabra que parece tener un poder mágico: con el solo hecho de nombrarla, despierta todo tipo de sentimientos. Está asociado a lo bueno, al bienestar y -casi automáticamente- a la “felicidad”; pero también puede provocar ansiedad o incertidumbre por no saber dónde buscarlo.
¿Cuántas veces decís “¡Qué placer! Hoy salió todo como lo planifiqué, fue un día perfecto. Ojalá todos los días fuesen así”. O “taché todo lo que había anotado en la agenda”. O pensar que porque un día fue divertido, fue el “gran día”. Vivir desde estos pensamientos te hace correr el riesgo de buscar casi en forma desesperada el placer en situaciones y/o en compras de productos que te “lo garantizan”, junto a una “dosis diaria” asegurada de momentos felices. Pero esto provoca un efecto contrario: el placer termina siendo una exigencia cotidiana más.
Si observás a los chicos, descubrirás que espontáneamente ríen, saltan de alegría, abrazan, besan. Se expresan corporalmente de diferentes maneras, están abiertos a los sentimientos placenteros, sin pasar por una situación especial. Unen naturalmente su cuerpo y sus emociones permitiéndose expresar lo que sienten en el momento de vivenciarlo.
Con el paso del tiempo, camino a la adultez, algunas palabras se silencian; otras tantas se postergan. Hay emociones que no escuchás por miedo a no poder resolverlas, situaciones que no te animás a vivir. Esas resistencias emocionales quedan, en parte, grabadas en tu cuerpo, manifestándose en tensión muscular (las famosas contracturas nerviosas); otras, hacen que crees hábitos que complican tu vida. Las dos tienen en común que te alejan del placer, ese bien tan preciado.
El placer es un sentimiento positivo, que vivís muchas veces en el día y no te das cuenta. Cuando simplemente tenés sed y tomás agua o tu bebida favorita para satisfacer esa necesidad y provocar alivio. Lo hacés también cuando comés o cuando descansás después de un largo día. Puede tomar mil formas:
1 - Placer emocional: tiene que ver con la imaginación, las fantasías, la alegría, la empatía y los vínculos (familia, amistad, pareja).
2 - Placer físico: se relaciona con el placer sexual, táctil (masajes, caricias) y auditivo (música, palabras).
3 - Placer intelectual: tiene que ver con la satisfacción de las necesidades espirituales y/o intelectuales.
En la vida cotidiana pasan por tu mente miles de imágenes que, con solo pensarlas, te hacen sentir placer. Para algunos, puede ser un ascenso laboral; para otros, la redecoración de su casa o concretar un proyecto. Pero es tanta la expectativa que se pone en estas imágenes, que podés terminar frustrada, al confundir la meta con una garantía escrita de felicidad.
Es inevitable que, desde esta creencia, emprendas una agotadora carrera sin fin donde reemplazás una meta por otra y el placer ese “trofeo” que soñás alcanzar termina siendo una ilusión óptica. Esta postergación indefinida de la vivencia del placer corporal agota tus energías y tu autoestima, y abre la puerta a trastornos emocionales, como depresión, trastornos alimenticios y/o disfunciones sexuales.
Las raíces del placer están en el amor, en todas sus formas: familiar, de pareja, fraternal, solidario… El amor de hacer lo que sentís. Y, si te preguntan en qué lugar de tu cuerpo lo ubicarías, seguramente y casi en forma automática, señalarías el corazón. En el amor sexual, el éxtasis del orgasmo está focalizado en el “orgasmo parcial”, en el “orgasmo completo”. Esta excitación llega al corazón, armonizándose en un ritmo las pulsaciones cardíacas, genitales y la respiración.
Pero en la vida intima individual y de pareja, el amor y el placer quedan adormecidos por las presiones amorosas: mitos, creencias, paradojas (placer idealizado vs. placer real, dependencia vs. independencia, deseo vs. posesión). La lista es larga y cada uno tiene la suya. Lo importante es desenredarnos de los mitos conociéndolos, replanteándotelos. Por que son lo que se meten en tu cama y limitan tu placer.
Creencias dis-placenteras
* “Los hombres siempre tienen ganas. Ellas son muy vuelteras”. En realidad, los hombres y las mujeres viven el placer de diferente manera. Muchas veces sucede que la mujer no tiene su deseo instalado en el momento del encuentro, eso no significa que no quiera. El deseo aparece en el juego previo, a través de una estimulación adecuada que permite el aumento de la excitación sexual y la intensificación del placer. Pero el hombre, si la mujer no tiene ese deseo antes del encuentro sexual, lo vive como algo personal (“no le gusto, no la éxito”).
* “Mirá lo que engorde, no lo atraigo”. Es tu “cuerpo emocional” el que realmente atrae: tu actitud, tu seguridad. Difícilmente se conecte con tus kilos demás, sí con tu creatividad y tu conexión con el placer.
* “Prefiero que él tome la iniciativa, si no qué va a pensar de mí”. Pensar que las mujeres deben ser pasivas en la cama, te desconecta de tu placer. En realidad, es tu derecho sentirlo. El encuentro sexual es de a dos y el rol pasivo te deja fuera de juego. Rompe este mito y tomá la iniciativa en lo que puedas: abrazos, caricias, besos... Intentá conectarte con las diferencias que sentís en este cambio de rol. ¿Cuántas cosas hubieses perdido en tu vida personal sino no te hubieses animado? ¿Y cuáles te perdiste por no haberlo hecho?
* “Mínimo tres veces por semana. Soy un tigre”. La sexualidad saludable no se mide en veces sumadas, sino en elegidas. No la conviertas en una exigencia más, en una carrera de las tantas que corrés por día para conseguir el reconocimiento. El verdadero reconocimiento está mucho más cerca, dentro tuyo, cuando elegís desde lo que sentís.
Despejar tu mente de prejuicios es un aprendizaje que te permite disfrutar de tu sexualidad libremente. Porque, como decía Marguerete Yourcener, hay que escuchar la cabeza, pero dejar hablar al corazón. ¿Hace cuánto que no escuchás o desestimás lo que te dice tu corazón?
Lic. Adriana Waisman, psicóloga especialista en conductas adictivas y trastornos de ansiedad.