Cada día estamos más en contacto con las prisas, cada día queremos tener más rentabilidad de nuestro tiempo, vivimos en un tiempo de prisas, de stress, en el que a veces no podemos, ni simplemente pararnos, porque la exigencia de la vida que llevamos nos impulsa como un proyectil, hacia (a veces) ningún objetivo, simplemente por la inercia de correr y por la necesidad de vivir con el impulso de “hacer”.
Para mí el placer de soltarse se hace necesario en estos momentos para poder abordar un tipo de actitud que permita dejarse llevar, aumentando la consciencia de donde estamos, que hacemos, como realmente abordar aquello en lo que entramos en cada momento, dejándonos simplemente vivir aquello que sucede, sin prejuicios, sin defensas, solo lo que ahí, “aquí y ahora”.
Muchas de las situaciones que vivimos, nos mantienen en un estado continuo de tensión, donde nos identificamos con todo lo que hay que hacer, nos sentimos agarrados, identificados, sujetos a realidades que de alguna manera acaban teniendo un dominio
Soltarse, es estar en todo de una nueva forma, de experimentar no solo lo que creemos que somos y la configuración que hemos hecho de nosotros, sino también todo lo que va apareciendo y desapareciendo, atento a todo lo que surge, viendo como en el momento presente todo cambia, lo que somos en este instante cambia de manera continua, como el paso de un río que fluye libremente sin objetivos y sin deseos tan solo dejándose llevar, somos lo que somos, pero estamos receptivos a lo que surge en una verdadera actitud de aceptación de todo lo que sucede, nos abrimos en este instante no nos atamos a ningún concepto sobre cómo somos y/o lo que tenemos que hacer.
En la mayoría de las ocasiones este concepto está mediatizado por la imagen que queremos que los demás reciban de nosotros y de una forma más sutil e inconsciente la imagen de lo que realmente quisiéramos ser, como una forma no solo de convencer al otro sino también a nosotros mismos. Aquí muchas veces lo que hacemos es recoger la proyección de los demás y en muchos casos somos reactivos a lo que los demás quieren o imaginan de nosotros mismos.
En este tipo de situación acabamos estando más pendiente de hacer lo que imaginamos que los demás esperan de nosotros o lo que imaginamos que sería la más adecuada en una situación para dar la imagen correcta.
En definitiva estamos creando una situación irreal en la que el valor prioritario está en el concepto y la imagen. En este momento perdemos el contacto con la realidad y permanecemos esclavos a formas inconscientes determinadas, creadas para situaciones concretas, en las que configuramos imágenes y deseos de lo que creemos que somos y de lo que queremos ser.
De esta manera se crea una cadena continua en la que acabamos atrapados en el desarrollo de una auto imagen que nos permita vender la cara más bonita de nosotros mismos y escondiendo en el sótano nuestras partes más oscuras, partes de nuestra personalidad que también son reales, pero que de una forma u otra maquillamos u ocultamos en formas diversas, porque no nos gustan o porque pensamos que no van a gustar a los demás.
La aceptación de las partes peores de nosotros, es precisamente lo que nos permite vivir la totalidad de nosotros mismos como seres integrados e integrales.
En muchas ocasiones vivimos nuestra parte oscura con un continuo desprecio y negación, eso precisamente es lo que realmente la alimenta, no hay como estar pendiente de quitarse algo de encima, para tenerlo presente de manera continua, la atención es focalizada, precisamente en eso que uno quiere evitar, tornándose en una presencia continua.
Un ejercicio interesante es darse al menos pequeños momentos de contacto con la respiración a lo largo del día, esto no solo aumenta nuestro nivel de conciencia, sino que además, va creando y configurando patrones diferentes, que nos llevan a estar más en contacto con lo que sucede o acontece, permite ver como estoy y como están las cosas, dentro y fuera; para mí esto es importante ya que me permite crear un espectador, alguien que siendo perceptor de todo lo que está pasando, no se pierde en la identificación, este es un proceso de consciencia, de estar alerta, pero soltando, sin esfuerzo, todo es observado, aparentemente desde la quietud, todo está quieto, salvo la consciencia.
Tratamos continuamente como dice J. Carvajal de “liberar el lastre del pasado, todo pasó, menos lo que de alguna manera a quedado incompleto, sin concluir, fijado a modo de impronta psicológica, y que después de años seguimos cargando las muletas de la autocompasión y la dependencia, que lleva a un aferramiento, a una fijación del pasado, que de una u otra manera no nos permite actualizar nuestras relaciones con el mundo sin la dependencia continua, con la creencia absurda de que cualquier cosa que pasa o se va debe ser reemplazada y pudiendo abordar las situaciones actuales con la madurez necesaria“.
Cuando las ocasiones pasan, llega el vacio en el que podemos crear nuevas realidades y la vida se puede renovar, Así tiene sentido vivir. Nada tiene reemplazo, cada quien es único, nuestros padres son nuestros padres y todo aquello de dónde venimos tiene su carga y su impronta, pero esto es un continuo viaje de aprendizaje hacia la maduración y la libertad.
seryhumano.com / Pablo Caño