El concepto de Sombra, desde el punto de vista psicoterapéutico, tiene que ver con las definiciones propuestas por Sigmund Freud y Carl Jung sobre los deseos no reconocidos, y los aspectos reprimidos de la personalidad. Jung se refiere a la sombra como ese otro en nosotros, lo inferior, lo censurable. Es, definitivamente, un aspecto desconocido de la personalidad, que expresa el contenido inconsciente de nosotros, y que ha sido reprimido permanentemente por la cultura, la religión, la crianza, etc. Dice Jung que uno no se ilumina imaginando figuras de luz, sino haciendo consciente la oscuridad, pero ello conlleva una dificultad importante, pues tenemos una incapacidad de soportar objetivamente nuestras verdades.
Hacer conciencia de nuestra propia oscuridad, de nuestros aspectos más sombríos, es ciertamente una tarea de conocimiento propio, que exige abandonar nuestro ego para adentrarnos en conocer, muchas veces, las partes más desagradables de nuestro propio ser; y a partir de allí comenzar un trabajo de conocimiento personal que nos permita reconocer y aceptar en primer lugar estos aspectos, y en segundo lugar, sólo después de habernos atrevido a ser lo suficientemente honestos con estos hallazgos, comenzar un proceso de transformación que nos permita integrar todos estos descubrimientos, sin rechazarlos, para ser mas humanos y menos divinos, en primer lugar; y para convertirnos en seres más comprensivos con nosotros mismos y con los demás, en segundo lugar.
Pero hacer conciencia de estos aspectos en nosotros no es tarea fácil, pues hay que comenzar por aceptar, sin lugar a dudas, estos aspectos oscuros en nosotros; en vez de seguir reconociendo la oscuridad que reina en el mundo exterior, en los demás, afuera. Esto, en términos psicoterapéuticos se llama proyección: es la incapacidad de reconocer en nosotros lo que vemos en los demás.
En términos míticos, la sombra está representada en el Mito de Medusa. Veámoslo un poco: Cuenta la leyenda que Medusa era una mujer mortal, hermosa y tentadora como el más dulce de los pecados. Tanta era su belleza que Poseidón, dios del mar, queda prendado de ella y no descansa hasta conseguir satisfacer su deseo, contra voluntad de la muchacha, en el templo de Atenea. Atenea, diosa de la pureza y castidad entre otras cosas, se ve terriblemente ofendida y castiga a Medusa pues simbolizaba todo lo contrario a ella: deseo, carnalidad, voluptuosidad.
Los cabellos de la joven se vuelven siseantes serpientes, sus ojos de una intensidad tal que si son mirados fijamente, hace que la persona que observa se petrifique. Medusa se había transformado en un monstruo pero aún se hacía valer por su andar provocador y sensual que hipnotizaba casi tanto como su mirada.
Medusa estaba embarazada de Poseidón cuando fue decapitada mientras dormía por el héroe Perseo, que había sido enviado a buscar su cabeza por el rey Polidectes de Sérifos. Con la ayuda de Atenea y Hermes, que le dio las sandalias aladas, el casco de invisibilidad de Hades, una espada y un escudo tan pulido que parecía un espejo, y después de ir donde estaban las Grayas para que le dijeran donde se encontraba la cueva de las Gorgonas, Perseo cumplió su misión. El héroe mató a Medusa acercándose a ella sin mirarla directamente sino observándola a través del escudo para evitar quedar petrificado. Su mano iba siendo guiada por Atenea y así cortó su cabeza. Del cuello brotó su descendencia: el caballo alado Pegaso y el gigante Crisaor.
Desde entonces la cabeza de Medusa fue imágen del escudo de la casta Atenea como instrumento para atemorizar al enemigo. En ello se unía la perversión y la virtud...porque nunca nada es tan bueno, ni a la vez tan malo.
Ahora bien, desde el punto de vista simbólico, mirar a Medusa directo a la cara es encontrarse frente a frente con el más allá, mirando una parte de nosotros mismos en ella… Esa parte de nosotros mismos que es terrible, imposible de verla y soportarlo. Recordemos que en la imagen mítica, Medusa era una mujer muy bella, la más bella de tres hermanas; pero Atenea hizo que emergiera visiblemente su parte más aterradora. Cuando miramos fijamente a Medusa, es ella quien nos petrifica y nos convierte en un espejo donde ella refleja su rostro terrible. Medusa se reconoce en su doble, es decir, en nosotros mismos; de alguna manera proyecta en nosotros eso que no es capaz de reconocer en ella, al tiempo que nosotros hacemos lo mismo. Esta hermosa imagen está representada en el mito a través del escudo pulido de Perseo: sólo a través de la imagen proyectada en él, Perseo puede ver a Medusa sin petrificarse, y le corta la cabeza.
Recordemos entonces que esa Medusa que no podemos soportar afuera, que nos parece monstruosa, aterradora, horrenda; de alguna manera está proyectando aspectos de nosotros que son tan sombríos, tan oscuros, que no podemos verlos en nosotros; y sólo usando el escudo de Perseo, es decir, mirando su reflejo, que de alguna manera es el nuestro, la podremos vencer… descubriéndonos, reconociéndonos, aceptándonos; para no quedar petrificados ante aquello en nosotros que nos paraliza y nos vence.
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