Cualquiera puede enfadarse, eso es algo sencillo.
Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno,
con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo.
Aristóteles
Sentirse enojado es una sensación que nace al momento que percibimos que algo está mal, algo incorrecto o en alguna injusticia. Claro que no todos los enojos tienen fundamento y varios de ellos serán irracionales y sin sentido. Pero, ¿hay enojos con sentido?
Recuerdo perfectamente, como si hubiera sido ayer, una ocasión en que hice algo que quebrantó las normas de la casa: mi papá me regañó fuertemente por mi mal comportamiento. Pero no fue eso lo que quedó en mí como una impronta, sino que, después de un rato que fui a llorar a algún rincón de la casa, él llegó y me dijo que me quería, que anhelaba que yo diera lo mejor de mí, que yo fuera una gran persona. Si bien, no recuerdo con mayor detalle, sí llevo muy presente el regaño y la posterior actitud de humildad de mi padre para acercarse a mí y decirme que aquello no era un enojo sinsentido, sino un enojo lleno de amor.
Existen diversas teorías y técnicas que nos enseñan a a controlar nuestro enojo; desgraciadamente, dicho control se está basando en la supresión de este sentimiento, ya que, como sentimiento “negativo” debemos alejarlo de nosotros. Más aún, en relación a la educación, se le ha enseñado a los padres que no deben mostrar nunca enojo hacia los hijos, sino estar tranquilos, mantener la calma y darle un “correctivo”. Si mi papá hubiera ido con algún “experto” en la educación de los niños, seguramente le hubiera reprendido por la manera en cómo me regañó, y que ese acto dejaría en mí secuelas psicológicas.
La realidad es que el enojo es parte de nosotros; negarlo, es negarnos a nosotros mismos y a los sentimientos que existen sin nuestra participación. El molestarse, enfadarse, enojarse, no es el “malo de la película”, sino más bien, una herramienta que existe para expresar algo que vemos como incorrecto.
El enojo tiene la capacidad de poner en alerta a las personas que están a nuestro alrededor, dan el mensaje claro de que algo ha sucedido que fue incorrecto. Especialmente con los niños, enseña que aquella acción que realizaron no estuvo bien y que una de las consecuencias es el enojo de los padres. El enojo educa y pone límites.
Nos enojamos desde pequeños; desde pequeños vivimos y experimentamos el enojo. Conforme la edad se va acrecentando, los padres enseñamos a nuestros hijos a expresar de manera “adecuada” el enfado. Algunos niños aprenderán que enojarse el algo “malo” que no debe suceder; quizás sean adultos que se ven en dificultades cuando se sienten enojados, porque no saben cómo expresarlo y no lo hacen, se lo quedan para sí. Otros más, habrán “aprendido” que los límites no existen y que pueden conseguir todo, o casi todo, gracias a enojarse, a los berrinches, a la agresión; podrían ser aquellos adultos que pareciera que se enojan con todo y por todo, enojos sin sentido.
¿Enojarse con sentido? Viktor Frankl nos enseñó que nuestras acciones pueden llevarnos a la trascendencia por diversos medios: experimentar el amanecer, amar, sonreír, donarnos en cada acción en beneficio de los demás… ¡beneficio de los demás! El enojo, puede llevar al crecimiento de la persona que amamos, puede impulsarlo a sacar lo mejor de sí, puede enseñarle que sus acciones tienen consecuencias y también que los límites existen.
Una característica muy importante del amor, es el hecho de buscar el bien, no mi bien. Buscar y querer el bien, implica que todas mis acciones tendrán un beneficio en mí, pero también en los demás. Es decir, si yo aprendo sobre primero auxilios, el crecimiento no sólo es mío, porque en el momento que alguien lo requiera también se beneficiará. El enojo también impulsa el crecimiento. Amor y enojo son grandes aliados. Enojos llenos de amor y sentido. Aquellos enojos, en los momentos adecuados y expresados acertadamente, pueden llegar a impulsar y cambiar existencias por completo.
Más que suprimir el enojo, debemos aprender a enfadarnos con la persona correcta, no con todos ni sin ton ni són; en un grado adecuado, ni tanto, que luego nos lamentemos de lo dicho o hecho, ni menos, que impedirá que el mensaje sea captado y el momento de aprendizaje se pierda; en el momento exacto, posterior a la injusticia, para que exista una enseñanza de causa y efecto, y de aprender que los hechos tienen consecuencias; con el propósito educativo justo, que llevará a comprender que el enojo sólo es una consecuencia pequeña de posibles causas mucho más graves, producto de algún hecho incorrecto. Sólo así, el enojo será presentado como una muestra de amor… tal y como mi padre, sin ninguna palabra, más bien con hechos, me enseño.
No teman al enojo, porque el enojo, como sentimiento es producto de sensaciones, algo inherente a nosotros. Más bien, nos toca analizar de dónde, qué y quién provoca el enfado y, con los actos, manifestarlo con amor por el bien de los demás.
EDGARDO FLORES HERRERA
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