Cuando el odio nos inunda es muy difícil que seamos capaces de sentirnos felices. Y es muy difícil ser capaces de perdonar porque puede que pensemos que, al hacerlo, quien nos ha herido sale indemne del daño que nos ha causado.
Es fácil comprender el sufrimiento y el dolor de personas que han sufrido un importante agravio, comprender cómo se sienten e incluso compartir su resentimiento hacia el o los culpables.
Comprender el perdón desde esta posición nos permite creer que tal vez nosotros no tenemos a nadie a quien perdonar porque no odiamos a nadie, no nos hemos enfrentado al dolor de tener que perdonar a quien nos ha herido, no recordamos que nos hayan humillado, faltado al respeto o agredido de modo alguno…
¿Seguro?
En esto de perdonar nos ocurre a veces como a aquél que buscaba las llaves debajo de la farola, aunque las había perdido en otro lugar, porque aquí tenía más luz. Cuando pensamos en si nosotros tenemos alguien a quien perdonar, casi de manera intuitiva buscamos fuera de nosotros mismos, a alguien con quien nos hayamos cruzado en algún momento de nuestra vida, pero casi nunca volvemos la mirada hacia nuestro interior.
¿Alguna vez te has parado a pensar en cómo te tratas a ti mismo? La necesidad de perdonar para ser capaces de llevar una vida más feliz no se limita a ser capaces de perdonar a los demás. Puede que en ocasiones a quien más necesitamos perdonar sea a nosotros mismos y no tanto porque hayamos cometido un terrible delito, sino porque nos negamos a aceptarnos tal y como somos.
Hay mucho escrito acerca de los pasos que hay que dar para llegar a perdonar. Hay autores que hablan de cinco pasos, otros de siete, de doce pasos… Lo cierto es que el primero de todos ellos pasa por examinar la herida y ser sincero con uno mismo acerca de los propios sentimientos.
¿Qué hay en ti que sea tan terrible? ¿Es algo que podrías perdonar en otros? ¿Por qué entonces no en ti? ¿Es justo para ti que utilices diferentes “varas” de medir? Si eso por lo que tanto te odias tiene remedio, remédialo; si no tiene remedio, perdónate.
Vivir sintiendo rencor hacia nosotros mismos por ser como somos y no como nos gustaría ser no va a hacer que nada cambie. Tratar de comprendernos, descubrir nuestras necesidades y debilidades, y aceptarlas (que no es lo mismo que dejarnos llevarnos por ellas), en lugar de enfrentarnos a nosotros mismos, es la forma más poderosa de darnos permiso para empezar a ser felices.
La misma sensación de libración y bienestar que siente quien logra perdonar a quien le ha herido, la siente quien logra perdonarse a sí mismo. El poder liberador del perdón es tan grande que logra cambios incluso en la apariencia externa de quien ha perdonado. Imagina el poder de perdonarse a uno mismo. Libera ese poder dentro de ti.
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