Perdonar o no perdonar, ésa es la cuestión.
A decir verdad, el perdón es más significativo para quien perdona que para quien es perdonado. Cuando perdonamos, nos estamos sacando un peso de encima, ya no tenemos que vivir atados a un hecho o un incidente del pasado. El perdón nos sirve a nosotros mismos para ser mejores personas, para dejar ir aquello que nos hacía ruido raro en la mente y en el corazón.
Podemos perdonar, independientemente de que la persona a la que perdonamos cambie su actitud o no. Podemos perdonar en silencio o podemos perdonar públicamente. Lo que en realidad importa es perdonar desde lo más profundo de nuestro ser, es decir, cuando perdonamos sin guardar resentimiento alguno porque comprendemos que si otra persona nos ha causado daño, quizás sea porque no sabe cómo actuar de una manera diferente.
Pero perdonar no significa olvidar y sobre este tema se ha debatido mucho a lo largo de la historia de la humanidad. Podemos perdonar para liberarnos a nosotros mismos de una carga que no nos aporta nada a nuestras vidas; o podemos perdonar y olvidar, hacer borrón y cuenta nueva, pero son dos cosas diferentes.
Pero, a veces, es necesario perdonar sin olvidar que esa persona que perdonamos, quizás no vaya a cambiar su manera de actuar o de pensar. Por esta razón, no podemos decir que perdonar y olvidar sean sinónimos. No tienen el mismo valor. Tanto perdonar una ofensa como olvidar lo sucedido, son elecciones personales. Nadie nos obliga a perdonar a los demás, ni a olvidar un incidente negativo. Así, podemos decidir perdonar de corazón, incluso si decidimos no hacer público nuestro perdón, pero también podemos decidir no olvidar lo ocurrido para que evitar que vuelva a ocurrir otra vez.
Si alguien nos ofende o nos causa una daño por error, podemos perdonar y olvidar, pero siempre que estemos atentos a cómo se comporta esa persona en el futuro. A veces, las personas se arrepienten. Todos cometemos errores, somos humanos y es normal cometer errores. A veces, las personas intentan cambiar y no lo logran, no porque sean malas personas sino porque realmente no pueden cambiar y eso es algo que va mucho más allá de lo que nosotros podemos controlar.
Si una persona nos ofende o nos daña, podemos elegir perdonarla porque comprendemos que quizás esté pasando por un mal momento o quizás no tenga las habilidades necesarias para madurar y dejar de ofender o dañar a otros, pero también podemos elegir no olvidar lo sucedido. Es muy probable que suene egoísta, pero los derechos de los demás terminan cuando comienzan los nuestros y viceversa. Podemos perdonar, pero no tenemos obligación de continuar sometiéndonos a incidentes negativos de por vida.
Cuando una persona perdona y decide “olvidar lo ocurrido”, pero luego vemos que nada cambia, estamos en presencia del conocido ciclo de abuso emocional. Éste tiene tres fases o etapas, claramente definidas: 1) La primera fase es cuando se van acumulando tensiones y se dan avisos previos (“Por favor, deja de hacer eso”), 2) la segunda fase es cuando se produce la ofensa o el incidente, propiamente dicho; y 3) la tercera fase es la llamada “luna de miel” porque es cuando la persona que ha sido víctima de una ofensa perdona a quien le ofende, el incidente se olvida bajo la promesa de que no volverá a ocurrir, solamente para volver a la fase 1, otra vez.
http://www.abusoemocional.com/page/9/