Un encuentro ocasional puede convertirse en una relación seria, aunque en un principio una pareja parezca no tener nada en común.
Este es el tema de una película reciente pero también ha sido, con algunas variantes, el argumento de otras películas, de varios libros, e inclusive de obras de teatro; que abordaron la cuestión del amor cuando no surge espontáneamente sino que comienza a crecer luego de un trato más profundo.
En este caso se refiere al encuentro impensado de una pareja que después de una fiesta y de mucha bebida terminan compartiendo el lecho.
Se supone que cierto atractivo físico deben haber sentido uno por el otro para que impulsados por el alcohol, tal vez en un momento de sus vidas en que ambos se sentían solos, se dejaran llevar por la pasión hasta decidir tener una relación íntima.
El caso hasta allí es clásico porque la joven queda embarazada debido a un descuido; pero luego del simbronazo que representa para ella tener un hijo cuando no lo esperaba ni planeaba, decide compartir el problema con el desconocido que había sido su pareja esa noche y que resulta ser el padre, porque en ese momento en la vida de la mujer no existe otro hombre.
El joven tiene 23 años pero se comporta como un adolescente; y como padre, parece ser la persona más inconveniente.
Proveniente de Canadá, reside en los Estados Unidos ilegalmente, no tiene trabajo fijo pero sí algunos proyectos algo delirantes y poco sólidos.
Sin embargo, el hecho de convertirse en padre aumenta su autoestima, que estaba bastante baja, y comienza a comportarse de una manera diferente e inesperada, mostrando que en el fondo dentro de él hay un ser humano sensible capaz de amar y de ofrecer apoyo incondicional a la mujer para tener su hijo.
A pesar de que la primera impresión de la joven que tiene de él no es para nada alentadora, con el paso del tiempo, ambos, motivados por ese niño que palpita entre los dos, se enamoran.
No siempre estas situaciones se resuelven tan fácil en la vida real, porque en lugar de dar lugar al amor, la mayoría decide entregarse al odio y la hostilidad hacia el otro, buscar culpables o intentar solucionar el problema con un aborto; porque en definitiva no quieren aceptar que la vida se imponga y que las cosas queden fuera de control.
Es difícil despojarse de los prejuicios, de no dejarse influenciar por los demás cuando se resuelve aceptar una pareja que no cumple con las expectativas de la gente, que no tenga un buen trabajo, que tenga exceso de peso y que no pueda ofrecer seguridad a una familia.
Cuesta entender que cuando no podemos manejar algo en esta vida lo mejor es aceptar lo que es y dejarse llevar sin resistirse, de acuerdo a lo que indica el instinto y los propios sentimientos.
Los demás siempre opinan desde afuera sobre lo que es mejor para los otros, cuando en sus propias vidas sólo existe la apariencia que a duras penas encubre su fracaso.
Un hijo puede ser un motivo para amar, no para odiar porque los demás crean que es la decisión correcta, dejando de lado la responsabilidad de haberlo engendrado.
El afán por controlar la realidad nos vuelve inhumanos y nos obliga a seguir los modelos que la sociedad impone como los mejores, hombres y mujeres de paja, con buenos ingresos, bien parecidos pero sin sentimientos, que prefieren una vida robotizada y pre-programada para ser como hay que ser y tener lo que hay que tener.
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