Andamos por la vida cargando el peso, de nuestros propios conflictos.
Si encontráramos la forma de liberarnos, de ciertos sentimientos negativos, podríamos hacerlo con la misma facilidad, con la que nos desprendemos de algo que no usamos.
Todos los días venía un maestro diferente a hablar con Francesco.
Se había hecho amigo de uno que se llamaba Pedro, encargado de tener las llaves del Cielo.
Una mañana, cuando Francesco cuidaba su jardín, fue Pedro a visitarlo. Francesco estaba muy alegre porque ese día su jardín se había llenado de rosas.
—¡Veo que tienes una buena familia! —exclamó Pedro.
—¡Hola! ¡Me asustaste! Tú te acercas siempre tan silenciosamente que pareces un fantasma.
—Y tú también te mueves sin hacer ruidos, ya aprendiste a volar sin chocar con tus alas.
—Aprender a volar fue una linda experiencia y, ahora que estoy seguro, hasta juego en el aire. Me siento tan liviano y tan feliz, que no volvería allá abajo. Creo que, cuando uno está vivo, el cuerpo es un gran peso; todo lo que uno hace resulta incómodo y pesado.
—Oh, no, no te confundas, no era el cuerno lo que te pesaba, era el equipaje.
—¿Qué equipaje?
—El equipaje que llevabas sobre tus hombros.
—¿Me puedes aclarar de qué estás hablando?
—Todos los humanos, a medida que van creciendo, van cargando con sus propios equipajes.
Ustedes, las personas, lo llaman cruz, ¿es así?
—Sí, es así, ¿y cómo es que cargamos un equipaje y no tomamos conciencia de que nos hace mal?
—Algunas personas se levantan por la mañana y, antes de comenzar el día, cargan en su propia maleta sus angustias, sus penas, van ubicando en los rincones que están todavía vacíos algunos recuerdos negativos, un poco de culpa, miedo al fracaso y, aunque y a esté bastante pesada, siguen agregando sensaciones a la maleta, estirada y vieja.
Y, para no perder la costumbre, algunos ponen, en algún espacio libre, las dudas del porvenir, algún temor al presente y unos malos tratos, de esos que cuesta olvidar.
Y puedo seguir con la lista de enfermedades, depresiones, etcétera, etcétera; la carga es, a veces, infinita.
Luego, la valija se cierra, se lleva encima y te acompaña durante ¡todo el día. Por supuesto que, por la noche, sientes que su peso te produjo un poco de cansancio; entrando el fin de semana, el peso incrementa, y es mucho peor cuando llega fin de año.
¡Lo peor es que algunas personas no saben aligerar la maleta y, como se llena cada día más, un buen día explota! Y entonces te lastima el cuerpo.
Quiero decir que te enfermas y, en ese mismo momento, algunas personas se sienten desconcertadas. Nadie entiende que el espíritu fue mandando señales en forma constante, que no soportaba tanta carga, que el equipaje le hacía perder pureza y brillo al alma.
—Creo que tienes razón. ¿Cuál sería la causa por la cual algunas personas ven la vida color de rosa? Esas personas que se ríen a carcajadas hasta llorar. ¿Cuál es el secreto que tienen ellas para andar tan ligeras de equipaje?
—Esas personas saben hasta cuánto pueden cargar, saben decir basta, eligen todo el tiempo, viven la vida hasta el fondo. Saben pedir perdón sin quedarse con rencor, saben recibir ayuda cuando alguien se las ofrece y saben valorarla, tienen el don de dar con el corazón abierto de par en par.
Ríen con todas sus ganas, son comprensivas con los que no quieren cambiar, tienen paciencia con sus sueños, aceptan los fracasos como irte de la vida, sin necesidad de anclarse en ellos y recordarlos todo el tiempo. Se aman y aman a todos los que los rodean. Son humildes, abiertas a recibir todo lo que les puede ofrecer alivio.
Esas personas viven la vida con todos sus sentidos, ven, escuchan y sienten, desde lo más pequeño hasta lo más grande.
Francesco, con su mirada muy baja, clavada en la túnica de su maestro, comentó:
—Esas personas son perfectas.
El maestro, pasando su mano por su luz, queriéndole hacer una caricia, le dijo:
—No son perfectas, son sabias, son perceptivas, no son ni buenas ni malas, simplemente saben vivir. Y te diré que también saben morir.
Y un silencio cubrió el lugar.
—¿Cómo se hace para dejar el equipaje a un costado? —preguntó en voz baja Francesco. ¿Dónde se puede dejar el peso de los recuerdos, de las frustraciones, de las tristezas?
—Empecemos por orden. Cuando te refieres a los recuerdos, ¿tú hablas de los negativos o de los positivos?
—Hablo de los negativos. Creo que los otros no pesan...
—Sí que pesan porque, si tienes un buen recuerdo de algún momento pasado, lo quieres revivir y, si no lo puedes hacer, te sientes mal; por eso es importante que cada momento grato lo guardes en el estuche del alma.
Nada se repite de la misma manera, los momentos son distintos, las personas cambian en cada minuto, cada situación es diferente.
Igualmente los positivos pesan mucho menos.
Los pensamientos negativos son recurrentes, a veces son situaciones que no estuvieron resueltas totalmente.
Tu mente quiere que, de algún modo, les encuentres una solución y entonces te aparecen en cualquier momento.
Y eso te angustia y te deprime: eso es dejar que tu mente entre en la memoria del dolor.
—¿Qué puedes hacer cuando aparecen estas sensaciones dentro de la mente?
—Déjalas que aparezcan. No te resistas, siéntate tranquilo y piensa y trata de ver esa escena que te angustia.
Haz de cuenta que estás viendo una película. Pasa la imagen más lentamente o con más rapidez, agrégale colores a la imagen o déjala en blanco y negro.
Uno es lo que piensa, y la forma en que recuerda los hechos que fueron pasando en su vida determina cómo va a actuar en el futuro.
Como el pasado no lo puedes cambiar, la mejor manera de defenderte de los recuerdos con peso es cambiar el modo en que los recuerdas; puedes agregarles colores, olores, sensaciones, y averiguar de qué forma ese recuerdo puede quedar superado o mejorado.
Recuerda: si tuviste una vez una experiencia negativa, para qué recordarla. No vale la pena gastar lágrimas nuevas en penas pasadas.
—Y dime, maestro, ¿cómo puedes dejar fuera de la valija las frustraciones, creo se sienten bastante pesadas?
—Mira, la frustración es como una pelota rellena de impulsos, deseos, trabajo, ilusiones, apegos. Cuando estás a punto de dar el puntapié inicial para lanzarla, la pelota se corre de lugar y no la puedes alcanzar.
Como no has resuelto esa situación, la pelota se queda botando a tu lado, haciendo el ruido característico de cuando la haces chocar contra el suelo.
Entonces, te aturde, te molesta y ya no quieres volver a intentarlo; pero tienes que entender que, si algo no se dio, fue por alguna causa desconocida para ti, aunque no le encuentres la razón.
Hay que ir liviano por la vida; todas las personas tienen que aprender a volar, aunque crean no tener alas.
Las alas crecen en el alma, en la mente, en los sentimientos.
Para qué llevar equipaje, si es tan lindo ser libre, y que esa libertad sea la que te da la ausencia de malos pensamientos.
Recuerda, Francesco, la próxima vez, nada de rencores ni de miedos.
El amor, la caridad, la bondad no pesan nada y son buenas compañías en todos los momentos de la vida.
Extracto de "Francesco Una vida entre el Cielo y la Tierra de Yohana Garcia"