En el vudú hay algo más que maldad o magia negra; su forma originaria fue llevada en el siglo XVI por los esclavos africanos a Haití, donde entró en contacto con la religión católica de los propietarios de esclavos de la entonces colonia frnacesa. El resultado fue que el vudú absorbió muchas de las complejidades del catolicismo sin perder nunca su naturaleza esencialmente pagana.
El mundo de las divinidades del vudú está precidido por Legba, mediador entre el hombre y los espíritus. Otros Loa, o dioses importantes, son el dios serpiente Damballah, fuente de virilidad y fuerza; Erzulie, diosa del amor, los celos y la venganza y Guede, quien, junto con ayudantes tan siniestros como el famoso barón Samedi, preside los misterios de la muerte y la magia negra. Por debajo de esos dioses hay divinidades menores, a veces llamadas petro, y más abajo aún incontables espíritus, entre ellos muchos que antes fueron humanos.
Pero es la cara obscura del vudú la que se ha hecho más popular en el mundo; y es que este sistema de creencias basado en el miedo tiene realmente aspectos tenebrosos. Ciertas sociedades secretas del vudú, conocidas como sectas rojas, no son ajenas a prácticas tales como el asesinato ritual, la magia negra y el canibalismo. Los hechiceros llamados bokos cobran por invocar al barón Samedi para que lance sobre los vivos maldiciones fatales e incluso otras aún más temibles sobre los que acaban de morir, porque éstos pueden ser convertidos en zombis, cadáveres reanimados condenados a servir para siempre a sus amos en calidad de esclavos inconscientes.
Aunque las creencias y prácticas mágicas del vudú se hallan sobre todo concentradas en la isla de Haití, se difundieron también en Estados Unidos a través del comercio de esclavos, consiguiendo su primero y más poderoso centro en Luisiana en el siglo XVIII; desde Luisiana, Georgia y Carolina del Sur, el vudú se extendió hacia el norte, a los guetos y barrios humildes de las grandes ciudades industriales.
En su conocido estudio Voodoo Death, el filósofo de Harvard Walter B. Cannon describía el proceso por el que un creyente en el vudú puede, si se cree víctima de una maldición, hacerse a sí mismo morir de miedo. El shock autoinducido, que paraliza la circulación y determina que los órganos vitales dejen de funcionar, faltos de oxígeno, puede ser provocado simplemente, según el doctor Cannon, por el funesto poder de la imaginación obrando a través de un terror desenfrenado.