Nuestra vida no puede funcionar exclusivamente por el concepto del deber, que en ella hemos de dar cabida al desear.
La comparación, la competitividad y la insatisfacción son malas compañeras de viaje ya que nos llevan a no poner punto final a ningún capítulo de nuestra vida.
Nuestra responsabilidad ha de ser para con nuestra vida y no con la de los demás.
El miedo es necesario para no caer en una osadía temeraria, pero no hay que dejar que paralice ni bloquee nuestras conductas.
El miedo es necesario, pero la imprudencia no lo es.
El sentimiento de culpa nos avisa de la trasgresión de los valores por los que nos guiamos y nos incita a que revisemos nuestro comportamiento, pero no por ello hay que auto agredirse con reproches, descalificaciones ni desvalorizaciones.
Es la culpa la que empuja a que limpiemos nuestras conciencias --- lavándolas de errores poniéndolo todo en la línea temeraria del peligro.
Nuestros deslices no deben servirnos para que nos sintamos incapaces, inútiles ni inferiores, sino para aprender en próximas ocasiones.
Nunca para ignorarlos, arriesgándolo todo como si fuésemos redentores inmortales.