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 Espiritualidad y Mitología de los Persas

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Nemesis
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Nemesis


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MensajeTema: Espiritualidad y Mitología de los Persas   Espiritualidad y Mitología de los Persas Icon_minitimeSáb Sep 10 2011, 05:07

Irán inició su andadura histórica hacia el 2000 a. C. con la invasión de los jinetes arios procedentes del Turquestán y cerró esta etapa con la conquista musulmana, el 642 de nuestra era. Su vida religiosa se desarrolló y evolucionó en un territorio inmenso y en contacto con otras grandes civilizaciones, como la babilónica.

La fuente de información esencial es el Avesta, colección de textos sagrados compilada a partir del siglo VI a C. El Avesta tiene muchos puntos de contacto con el Rig-Veda, que es una recopilación semejante realizada por otros arios instalados, a partir del año 2000 a.C. en la India septentrional.

Los dioses de Irán, en particular Mitra y algunas de sus creencias, pasaron al mundo grecorromano, que los asimiló y transformó. Estas fuentes tardías pueden dar una visión errónea de los primeros siglos de la religión irania.

Mazdeísmo y Zoroastrismo

Dos principios supremos, el bien y el mal, caracterizaban la religión de Zoroastro, nacido en Persia en el siglo VI antes de la era cristiana. Al ser sustituido por el Islam, el zoroastrismo quedó reducido a pequeños grupos de bagars en Irán y de parsis en la India, pero su influencia ha dejado huellas en el judaísmo tardío, en el cristianismo, en el gnosticismo, en el maniqueísmo y en el Islam.

Zoroastro o Zarathustra, parece haber sido un reformador del mazdeísmo, la antigua religión adoptada por Persia, pero han quedado pocos datos para precisar su papel como reformador o como innovador.

La antigua religión persa profesaba la creencia en muchos dioses (daivas) jerarquizados según sus categorías, que reflejaban las clases sociales. La capa dirigente estaba constituida por los altos funcionarios, los sacerdotes y los guerreros y sus dioses eran los “ahuras” (señores), entre los que se hallaban Mitra y Varuna. Los empleados, mercaderes, pastores y campesinos eran considerados gente insignificante y ni siquiera merecían ser mencionados en las crónicas y estelas que narraban las hazañas reales, aunque sí tenían sus propios dioses.

Ahura Mazda u Ormuz, el señor omnisciente, fue el único dios supremo admitido por Zoroastro. Las enseñanzas del profeta fueron transmitidas oralmente y están recogidas en los “gathas” (cánticos del Avesta a Zend-Avesta, libros sagrados de la religión en forma de diálogo con Ahura Mazda). Sin embargo, Zoroastro recogía también el dualismo tradicional, presentándolo como la lucha de los dos hijos gemelos de Ahura Mazda, que habían elegido libremente actitudes opuestas. Sienta Mainyu (el espíritu generoso) escogió el bien y con ello la verdad, la justicia y la vida. Angra Mainyu (el espíritu destructor o Ahrimán) escogió el mal y con ello las fuerzas destructoras, la injusticia y la muerte.

Ambos hermanos entablaron una lucha que terminaría con una conflagración universal, de la que solamente se salvarían los seguidores del bien, los cuales entrarían en una nueva creación.

Después de la muerte de Zoroastro, probablemente asesinado por la clase sacerdotal, su religión, se difundió en Persia, pero también se contaminó con el antiguo politeísmo, que incluso llegó a reflejarse en una parte del Avesta.

Tras un período de helenización iniciado por Alejandro Magno en el siglo IV a.C. con la destrucción de los libros sagrados, una nueva dinastía, la de los sasánidas (siglo III de la era cristiana), impuso el zoroastrismo como religión oficial, hizo reconstruir el Avesta (escribiéndolo en letras de oro sobre doce mil pieles de buey, según la leyenda) y consagró definitivamente el dualismo persa del bien y del mal. En el siglo III, el profeta Manes (o Mani) adaptó a su propia manera el mazdeísmo dando origen al sistema filosófico-religioso del maniqueísmo

Por respeto a la tierra, los mazdeístas no enterraban a sus muertos, ni los quemaban por respeto a Ahura-Mazda, sino que oponían los cuerpos al aire libre, en lo alto de torres, para que los devoraran las aves de presa.

La antigua religión zoroástrica sigue vigente, aunque con nuevos nombres. En Irán mantienen sus prácticas algunos miles de gabaríes (o gebríes), que viven miserablemente, al margen de la comunidad nacional islámica (“gabr” significa literalmente “infiel”). Los gabaríes descienden de los persas que, en el siglo VII, fueron vencidos por los árabes.

En la región de Bombay, por el contrario, los parsis constituyeron un grupo de más de 100.000 personas, formado por comerciantes y prósperos artesanos. Descienden de emigrantes persas, que abandonaron su patria en el siglo VII de nuestra era y que, siguiendo a algunos reformadores, volvieron a la pureza del zoroastrismo: veneran el fuego, practican largas abluciones purificadoras a orillas del mar y mantienen el rito de exponer a sus difuntos en las “torres del silencio”.

El ceremonial del fuego sigue siendo el núcleo del culto en las regiones herederas del zoroastrismo. El celebrante lleva el rostro cubierto por un lienzo para preservar la llama de la impureza de su aliento.

Cosmología del zoroastrismo

El zoroastrismo tardío estableció una cosmología que abarca cuatro grandes períodos de tres mil años cada uno.

En el tiempo infinito existía Ormuz, que habitaba en la luz y Ahrimán, que habitaba en las tinieblas inferiores. Al final del primer período Ahrimán cruzó el vacío que los separaba y atacó a Ormuz; éste, para que la lucha no fuera eterna, hizo un pacto con Ahrimán limitándola en el tiempo. Entonces Ormuz recitó el Ahuna Vairya (la plegaria fundamental del zoroastrismo) y Ahrimán se hundió en el abismo durante todo el segundo período de otros tres mil años.

Durante el segundo período Ahrimán creó seis demonios y un mundo material viciado. Ormuz por su parte, hizo surgir a los inmortales benéficos en el mundo espiritual y al cielo, el agua, la tierra, las plantas, el buey primordial y el hombre primordial, conocido como el gigante Gayomart, en el mundo material. A continuación Ormuz ofreció a las almas preexistentes de los hombres la opción de permanecer en su estado embrionario o de encarnarse en el mundo físico para acompañarlo en su triunfo sobre Ahrimán.

Las almas prefirieron luchar en el mundo junto a Ormuz. Al final de este segundo período, Ahrimán, instigado por la primera mujer, la ramera, penetró a través del cielo y corrompió la creación de Ormuz, mató a Gayomart, de cuyo cuerpo se formó la humanidad y al buey, del que surgieron los animales y las plantas.

En el tercer período, Ahrimán venció en el mundo material pero no pudo escapar de él; atrapado por Ormuz, fue condenado a provocar su propia destrucción. El cuarto período se inició con el nacimiento de Zoroastro y la instauración de la religión en el mundo.

Cada uno de los tres milenios de este período tendrá un nuevo salvador, descendiente de Zoroastro. El último salvador será Saoshyans, quien convocará el juicio final, dispensará la bebida de la inmortalidad e introducirá un nuevo mundo. De este modo el tiempo finito retornará, después de doce mil años, al tiempo infinito.

Mitra

Desde sus remotos orígenes en la India, el culto a Mitra se transmitió progresivamente hacia el oeste sometido a diversas transformaciones y, tras alcanzar lugar preeminente en Persia, llegó a configurar en el mundo romano una religión histérica (orientada a la salvación y basada en ritos de iniciación) que constituyó el principal oponente del cristianismo en las primeras etapas de su expansión.

En la religión védica india, Mitra, mencionado por primera vez en torno al 1400 antes de la era cristiana, era el dios que garantizaba el equilibrio y el orden en el cosmos. Hacia el siglo V a.C. entró a formar parte del panteón del zoroastrismo persa, primero como señor de los elementos y más tarde bajo la forma de dios solar que adoptaría ya definitivamente. Tras la derrota de los persas por Alejandro Magno, el culto a Mitra se extendió por todo el orbe helenístico.

En los siglos III y IV de la era cristiana, llevado por las legiones romanas que se sentían cercanas al carácter viril y luminoso del dios, ese culto dio lugar a la religión histérica conocida como mitraísmo. Los emperadores romanos Cómodo y Juliano el Apóstata fueron iniciados a ella y en el 307 Diocleciano consagró junto al Danubio un templo a Mitra, “protector del imperio”.

La religión mitraica hundía sus raíces en el dualismo zoroastrista y en los cultos helenísticos (dionisiacos y de Eleusis). Mitra era un dios bienhechor, creador de la luz, que se hallaba en permanente lucha con la oscura deidad del mal. Su veneración suponía la creencia en una existencia futura absolutamente espiritual y liberada de la materia lo que, por un lado, se ajustaba a las ideas de movimientos religiosos y filosóficos de la época, como el gnosticismo y el neoplatonismo, y por otro, ofrecía a sus fieles una esperanza de salvación similar a la del cristianismo.

Los misterios de Mitra, reservados a los iniciados, se celebraban en grutas sagradas y su motivo central era el sacrificio de un toro, que simbolizaba el realizado por Mitra con el toro de la fecundidad, cuya sangre hacía brotar todo lo viviente y garantizaba la inmortalidad.

Con el establecimiento del cristianismo el mitraísmo declinó en poco tiempo. El dualismo acerca del perpetuo conflicto entre el bien y el mal, la luz y las tinieblas, pervivió por medio del maniqueísmo.

Mitraísmo y maniqueísmo

Relegadas al olvido las enseñanzas de Zoroastro, el mundo iranio atribuyó a Mitra la primacía entre los dioses y el carácter de dios luminoso y justiciero que tenía Ahura-Mazda. Su culto se difundió por todo el Oriente y fue adoptado por muchos soldados romanos, que lo introdujeron en el mundo mediterráneo.

La visión del mundo como una lucha entre el Bien y el Mal, que se encuentra ya en los orígenes del pensamiento iranio, originó en el siglo III de nuestra era, por obra de la predicación de Mani, el “maniqueísmo”.

Esta herejía, objeto de una dura persecución (su fundador fue ejecutado hacia el 275), conquistó numerosos adeptos en el imperio sasánida convertido al zoroastrismo.

La eterna lucha del Bien y del Mal, en el hombre y en el universo, obliga al fiel a un ascetismo que lo libere de los deseos carnales. Quienes no lo consiguen han de pasar por sucesivas reencarnaciones, hasta que sobrevenga la aniquilación del mundo: quince siglos de fuego obrarán, entonces, la definitiva separación del Bien y del Mal.

Bibliografía:
Diccionario de Mitología Universal, J.F.M. Noel, Edicomunicación, S.A.,1991, España
Enciclopedia Hispánica, Editorial Barsa Planeta, 2003, USA.
Enciclopedia Temática Universal, Editorial Larousse, 2001, Colombia

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