Ciertamente, vivimos en un sistema que desde que tenemos conciencia de nosotros mismos nos bombardea, entre otros conceptos, con aquel de que debemos darnos por entero a nuestro prójimo, elevando a la categoría de excelso ejemplo imitable la vida de quienes vivieron exclusivamente para los demás.
Hasta tal punto esto es así, que inconscientemente crece en nosotros un sensible sentimiento de culpa cuando anteponemos nuestros propios deseos o necesidades a los de los demás, y consideramos haber hecho la buena obra del día cuando sacrificamos algo (que generalmente no nos importa tanto) por aquello que sí le importa al otro, por cercano a nosotros que este "otro" se encuentre.
Y solemos decir, con énfasis orgulloso, como ejemplo de hidalguía, "yo estudio por mis padres, porque ellos, pobres, se sacrifican para darme esta carrera". Luego pasa el tiempo, crecemos, nos casamos y entonces... "yo trabajo por mi familia", "me desvivo por mis hijos". Corren los años y decimos "vivo para mis nietos"...
Y yo, ¿cuándo?.
Porque he sido buen hijo, buen esposo, buen padre, buen abuelo. Y buen cadáver, salvo que protagonice una película de terror.
No. Yo estudio por mí, y si de ello se benefician otros, bien, pero siempre debo ser yo lo más importante. Yo trabajo por mí, y vivo por mí, porque mi vida es sólo mía y no puedo hipotecarla afectivamente a nombre de nadie. Como decía Omar Khayham: "tus hijos no son tus hijos, son hijos e hijas de la vida".
Porque para cada uno de nosotros, el centro del Universo pasa por nosotros mismos. Si yo muero en este instante, para mí - e independientemente de si creo en la vida después de la muerte- acaba en ese instante. Pero para cada uno de ustedes seguirá existiendo, porque cada uno de ustedes es el eje de su propio Universo. Y, de hecho, vivimos impulsados por motivaciones egoístas, sólo que no nos atrevemos a reconocerlo. Y veamos un par de ejemplos.
Cuando doy una limosna a un mendigo en la calle, este acto de ¿caridad? Beneficia al pobre, sí, pero ¿quién se siente espiritualmente reconfortado por la acción?. Yo. El proceso es autorreferencial. Hago caridad porque me hace sentir bien. A mí.
Supongamos que una persona amiga busca mi ayuda y yo, estando en condiciones de brindársela, así lo hago. La sociedad considera que X me debe estar agradecido por haberlo ayudado, pero yo sé que el hecho de apoyar a un amigo me hace sentir bien.
¿Quién se siente bien?. Yo. El mecanismo sigue siendo egoísta. Por supuesto, aquí habría que hacer una distinción entre "buen egoísmo" (que es éste que proponemos) y "mal egoísmo" (aquella imagen evocadora de un viejito avaro juntando dinerillos en su buhardilla mientras el mundo se derrumba a su alrededor). Porque si todo lo que hacemos es, como dije, autorreferente, la única diferencia es dejar de ser hipócritas y reconocerlo. Y tomar conciencia de que all í, precisamente, reside la paradoja del egoísmo. Y para observarla, volvamos al ejemplo del amigo.
Porque si yo ayudo a X es porque sé o siento que eso me gratifica, me hace sentir bien. En consecuencia, si X no me hubiera pedido ayuda, no estaría experimentando ahora esa satisfacción. De manera tal que no es X quien tiene que estar agradecido a mí, sino por el contrario, yo a X, por brindarme esta oportunidad de sentirme bien. Esa es la paradoja del egoísmo.
En este sentido - y sólo en este- es que debemos interpretar el sentido de egoísmo. Y siendo así, cumpliremos con aquel desapego de las cosas que enunciáramos anteriormente, donde yo soy yo con mis problemas y aquel que acude a mí o en busca de ayuda o consejos es él con sus problemas. Y es bueno que así sea, porque si ese amigo o familiar me trajera un problema y yo me comprometiera emocionalmente con el mismo, estaría observando la situación desde el mismo punto de vista que el directo perjudicado y, en ese caso, ¿para qué habría acudido a mí?. No habría un punto de vista alternativo, que es la condición necesaria - aunque no suficiente- para encontrar la solución donde a los demás se les escape.
Proyección del inconsciente
Las técnicas de proyección del inconsciente podrían acercarse a lo que popularmente se conoce como "viaje astral", pero con plena conciencia de que únicamente se trata de un proceso de autohipnosis a través del cual nos extraemos del momento o circunstancia espacio-temporal que vivimos.
¿Qué valor práctico tiene esto?.
Todos hemos atravesado, alguna vez, por momentos difíciles de nuestra vida, momentos signados por problemas que parecen ahogarnos, asfixiarnos. Problemas que nos parecen tan enormes que no vislumbramos solución alguna. Nos sentimos como inmersos en el interior de grandes cajas negras totalmente cubiertos por el difícil trance.
Esta técnica, en tanto, nos permite extraernos - no evadirnos- del punto. Haciendo una burda metáfora, los grandes jefes militares no ganan sus batallas luchando al frente de sus tropas, como cuentan las leyendas, sino observando el campo desde lo alto de un monte, ordenando el desplazamiento de sus tropas y elaborando la estrategia del combate.
Así, si logramos extraernos del problema, podremos observarlo desde una nueva óptica en nuestra búsqueda de la solución. El Control Mental Oriental, entonces, no nos provee de fórmulas milagrosas, sino que nos facilita una perspectiva armónica, fría y pacífica para enfrentar las circunstancias.
Una vez adecuadamente relajados, elaboramos una imagen mental consistente en un paisaje que sea de nuestro agradado, en el cual nos veamos presentes. Reforzaremos esta imagen hasta que adquiera "rango de realidad", es decir, hasta que para nuestra conciencia sea tan real como si, en efecto, formáramos parte de la escena. Comenzamos a caminar, dirigiéndonos hacia un grupo de árboles situados a cierta distancia. Una vez allí, observaremos un gran hoyo en el suelo, con una escalera de piedra que desciende al profundo abismo. Descenderemos, entonces, reforzando en nosotros las sensaciones de oscuridad, frío, soledad y, por extensión, miedo. Al llegar al fondo playo de la caverna, descubriremos ojos brillantes que nos rodean y, sorpresivamente, masas informes, peludas, viscosas, repugnantes, comenzarán a deslizarse sobre nuestro cuerpo. También, podemos elegir serpientes, ratas, cucarachas o toda alimaña qur nos resulte repulsiva. Debemos convencernos - a nosotros mismos- de la situación que estamos viviendo, tras lo cual comenzaremos a retroceder, ascendiendo por la escalinata y regresando al aire libre, al sol, el calor y la vida.
La siguiente técnica es un tanto más difícil. Acostados, nos relajamos al mayor extremo posible y nos formularemos, lentamente, una imagen consistente en suponer nuestra mente como una esfera brillante flotando en nuestro cerebro. Muy lentamente, le ordenaremos a esa esfera comenzar a elevarse, atravesar palmo a palmo nuestro cuerpo, nuestra piel y salir levemente al exterior, cuidando de visualizar mentalmente cada paso.
Posteriormente esta esfera deberá comenzar a elevarse, siempre cuidando que sea realizado en forma pausada, hasta aproximarse al cielorraso de la habitación que ocupamos (si es que nos encontramos en una). Repentinamente, no veremos ya la bola brillante próxima al techo, sino a nosotros mismos mirando a ésta. Lentamente, entonces, comenzamos a girar sobre nuestro eje, mirando consecutivamente las paredes, los zócalos, el piso y, finalmente, nuestros propios cuerpos reposando sobre el suelo.
Permaneceremos en nuestra posición inicial y descenderemos, hasta ingresar otra vez en nuestro cuerpo.
Memorización
Los métodos de memorización valiéndonos de fosfenos son sumamente sencillos.
Pongamos, por ejemplo, que debemos ingresar a nuestro álbum de recuerdos el párrafo de un libro.
Pues bien, sentados en una habitación en penumbras, contando con una sola fuente de luz, leeremos atentamente una vez el texto. Miraremos la luz, repitiendo en voz baja el concepto a fijar. Cerraremos los ojos, elaboraremos la imagen fosfénica y, una vez que la tenemos focalizada, repetiremos ese mismo concepto con la actitud propia de incorporar los términos a la imagen fosfénica que estamos observando. Luego, continuaremos normalmente nuestra lectura.
Cuando necesitemos reflotar esa información, bastará que observemos cualquier fuente de luz (el Sol, una lámpara) y sin necesidad de elaborar nuevamente la imagen fosfénica los datos aflorarán a nuestro conciente. Una precaución: nunca debemos incorporar más de un concepto en cada imagen fosfénica. Para ello, debemos aislar convenientemente el tema que nos interesa, antes de pasar al punto siguiente y, por otra parte, debemos practicar asiduamente la elaboración de imágenes fosfénicas para que éstas sean ejecutadas con claridad y precisión en el momento de requerirse, y no desperdiciar tiempo precioso buscando el color, tono y forma deseados.
Concentración
Molesto problema masivo que, en casos extremos, deprime tanto a sus v íctimas que termina alejándolos de por ejemplo sus estudios, signando así frustraciones de por vida en más de un individuo.
Y, sin embargo... el Control Mental Oriental a través del Método Fosfénico nos posibilita una solución tan sencilla a este problema. Basta con relajarse adecuadamente en el lugar que estamos sentados, abrimos los ojos, fijando la vista en una fuente luminosa, volvemos a cerrarlos y aquí no visualizamos la imagen fosfénica "mandálica" de marras, sino un cuadriculado alternativamente blanco y negro o rojo y negro ante el telón oscuro de nuestros párpados cerrados.
Atención
Que no es lo mismo que concentración. Ésta es la facultad de centrar nuestra conciencia en un punto específico. La atención, en cambio, es la facultad de no dispersión en un proceso receptivo de información. La concentración es activa, la atención, pasiva.
Para este último caso bastará con ejercitar la técnica de respiración, con los ojos cerrados, nuestra mente focalizada en una hipotética esferita brillante situada dos dedos por debajo del ombligo (el "hara" del zen) y repitiéndonos, mentalmente, las palabras:
"Paz... tranquilidad... amor".
Insensibilidad al dolor físico
Aquí se trata de un entrenamiento, diríamos, fakirista. Una de las mejores formas de vencer el dolor físico es acostumbrarnos, paulatinamente, a él. Y el hecho de autoinfligírnoslo. Así lograremos poco a poco controlar psíquicamente los centros de respuesta al dolor y anularlo a voluntad. Para este curso, recurriremos a un método de autosugestión que prescinde de lo que podríamos llamar "mecánica fosfénica".
Tomaremos una aguja que previamente la apoyaremos sobre un punto cualquiera de nuestro cuerpo. Luego, elaboraremos una imagen mental consistente en imaginar capas de cartón superpuestas, unas sobre otras, y una gran aguja apoyada en la superior.Lentamente, mentalizaremos la aguja penetrando el cartón, mientras muy lentamente iremos introduciendo la aguja en nuestro cuerpo.
Iremos realizando esto de tal forma que introducir primero la aguja mental en las capas de cartón antes de la real en nuestra piel; basta hacerlo hasta la mitad de su longitud para considerar culminada con éxito la experiencia. La idea es que nos mentalicemos con el juego de "el cartón no sangra ni siente - mi cuerpo es de cartón- mi cuerpo no sangra ni siente" . La primera propuesta es también útil para el acto de extraer la aguja, obviamente sin sangrar.
Lentamente podemos infligirnos mayor daño, anulando totalmente la sensación de dolor.
Expulsión de problemas psicológicos
Esta es una técnica sumamente sencilla - y sumamente efectiva- para eliminar el "umbral de estrés" ocasionado por conflictos internos que no encuentran, concientemente, fácil superación.
Debe regresar a la mentalización de la "caverna" oscura, cálida, silenciosa, visualizándonos en un lento deambular por su interior. Sorpresivamente, nos encontramos con una roca negra, dura, fría, que nos obstruye el paso. Vemos su superficie.
Observamos en su superficie inscriptos nuestros complejos, nuestros miedos, nuestras angustias, nuestros traumas, nuestras frustraciones. Todo aquello que alguna vez nos ahogó, nos sangró, provocó nuestro llanto, está allí inscripto, fijado a la piedra. Todo aquello que nos dolió... que nos ahogó... que aún hoy nos frustra... observamos... nuestros complejos, nuestras angustias, nuestros miedos... fijos a la roca.
Lentamente ésta se eleva, a impulso de una orden mental de nuestras parte... muy lentamente, va ganando altura la roca donde se encuentran inscriptos nuestros temores, nuestras angustias, hasta casi acariciar el cielorraso de la caverna.
Lentamente atraviesa el techo de la misma... lentamente también, atraviesa nuestro cuerpo, flotando algunos centímetros sobre él. La tenemos frente a nosotros. La roca negra, dura, fría, cargada con nuestros fracasos, nuestros miedos recónditos.
La tocamos, con las manos de nuestra mente. Suavemente abrimos los ojos y, en la penumbra, tomamos lápiz y papel y escribiremos todo lo que, fluidamente, afluye a nuestra conciencia, sin detenernos a pensar, sin buscar temario ni preocuparnos por la construcción de las frases, únicamente cuidaremos de escribir todo lo que se agolpe en nuestra mente, por inconexo o desubicado que pueda parecernos. Luego nos relajamos, leemos una vez más lo que está escrito y, tomando un fósforo o encendedor, lo quemanos.
Repetiremos este ejercicio todas las veces que la necesidad lo dicte, aquilatando así, al poco tiempo, la confianza en nosotros mismos.
Juegos parapsicológicos
Para este caso debemos participar de un grupo cuyo número no sea inferior a cinco individuos. Trabajaremos mediante la llamada "técnica de los colores", memorizando cada miembro los siguientes colores básicos: blanco, negro, verde, rojo y amarillo. El plata se asimila al blanco, el azul oscuro, marrón o violeta al negro, el celeste al verde y el naranja al rojo. Según el cálculo de probabilidades, si los integrantes del grupo tratan de adivinar un color tienen sólo una posibilidad sobre cinco de acertar por azar. Es decir, un 20 % del total. En este caso, se trata de que uno de los miembros del grupo mentalice un color, de la señal de comienzo del juego - un "ya" por ejemplo- y el resto trate de captar de qué tonalidad se trata, ya sea en la "sensación" del color en sí, o por la recepción de la palabra que lo identifica.
Repetimos este juego cinco veces por participante, todos los participantes hasta completar la rueda. Si gracias al cálculo de probabilidades sabemos que por casualidad sólo acertaríamos un color sobre cinco, al descubrir que en este juego alcanzamos dos, tres, cuatro o - como lograron algunos alumnos míos- cinco aciertos sobre cinco intentos, el margen de azar cae estrepitosamente.
En verdad, no hay técnicas secretas. Simplemente, se trata de poner en práctica todo nuestro entrenamiento en relajación psicof ísica progresiva profunda, buscando ingresar lo más rápidamente posible en un estado Alfa.
Técnicas de refuerzo de mirada
Estos ejercicios están pautados como elementos capaces de modificar la conducta de terceros, bajar sus defensas psicológicas, obligarles a actuar en el sentido que nosotros queramos y acatar nuestras sugestiones. En verdad, se encuentran teñidas de mecanismos hipnóticos.
Parten del supuesto de que, por el comportamiento visual de un sujeto, no sólo podemos juzgarlo con bastante acierto sino asimismo, por ejemplo mirándolo fijamente a los ojos, vencer sus mecanismos de resistencia.
Decimos de quien conversa con nosotros sin mirar nuestro rostro que se trata de una persona débil, de carácter inseguro o falso, por regla general, acordamos que quienes "miran el paisaje" mientras conversamos no expresan la realidad de sus pensamientos y sentimientos, mientras que el "observador del tercer botón" porque siempre parece estar mirando el tercer botón de nuestra camisa) es un individuo de poca firmeza mental o espiritual.
Nuestra firme mirada desconcierta y apabulla, y la confusión es el instrumento ideal para evitar que el otro organice sus defensas y contraataque. Para poder transmitir nuestras convicciones con nuestra mirada sin traicionarnos existe una pequeña trampa: mirar, no los ojos en sí de la otra persona, sino sólo uno de ellos, fijar allí nuestra vista y concentrarnos hasta distinguir nuestra imagen reflejada en la pupila del otro. Si la distancia no lo permite, visualizar ese reflejo. Esto brinda seguridad, confianza, ya que distrae a nuestro inconsciente de la opresión del "sentirse observado" hacia la sensación gratificante de reflejarse en un espejo.
El entrenamiento consiste en sentarse a unos cuarenta o cincuenta centímetros del rostro del compañero y permanecer todo el tiempo que sea necesario observándose fijamente en forma mutua (lógicamente, pudiéndose pestañear) con la vista clavada en un ojo, esforzándose por observarse a sí mismo reflejado en ese ojo, y con la mente ocupada sólo en eso.
Los mecanismos psicológicos con que fuimos educados no conciben a la mente conciente enfrascada en una tarea aparentemente tan mínima como esa. Por eso, aunque en principio creamos que se trata de un quehacer muy sencillo ("¿quién puede tener problemas en eso de mirarse a los ojos, simplemente?") nuestro inconsciente - que no va a transar a la hora de dejarse controlar por nuestro yo conciente- va a jugarnos algunas malas pasadas; trata de "llenar" ese vacío de acción sin acción y es por ello que sobrevienen deseos de mirar hacia otro lado. Los estímulos exteriores (ruido, por ejemplo) aparecen enormemente amplificados, nos atacan incontrolables deseos de reírnos, o el rostro de nuestro compañero parece transformarse, brillar o desvanecerse. Esto nos enseña cuán lejos estamos de conocer los procesos mentales y, en consecuencia, de controlarlos. Y esto nos lleva al ejercicio siguiente.
Practicando con cierta periodicidad esta técnica observaremos que nuestras determinaciones (por ejemplo, en las conversaciones con terceros, durante una venta o un examen) parecen mucho más firmes e influyentes. A ello debemos sumar el necesario mecanismo vocal (voz más bien grave dentro de nuestros propios tonos, pausada sin ser lenta, tonos claros, con repetidos "picos tonales" e irregular distribución de los tiempos de dicción) y el incremento en esa faceta, el éxito personal será sumamente significativo.
El Ganzfeld
"Ganzfeld" es un término empleado en la Psicología Experimental para describir un campo visual de color claro y uniforme, sin detalle alguno que llame o distraiga nuestra atención. Un gran papel blanco cerca de los ojos o dos medias pelotas de ping-pong sobre los globos oculares apoyadas en apósitos de algodón, son claros ejemplos de métodos ganzfeld. La meditación, es decir la actitud contemplativa en busca de percepciones interiores con los ojos abiertos frente a un ganzfeld no sólo las hiperactiva - a las percepciones intelectuales- sino también está aquí el libre fluir de nuestra mente eliminando la acción sensible de elementos psíquicos perturbadores, permitiéndonos un buen descanso mental y un estado de calma psíquica ideales para enfrentar las consiguientes tensiones cotidianas. Y el ejercicio en sí es sumamente sencillo: nos sentamos frente a una pared sin adornos, marcas o detalles significativos, de color blanco o pastel claro (si no la tenemos puede ser una cartulina pegada sobre la pared) y a unos cincuenta centímetros de ella permaneceremos respirando abdominalmente en esta posición durante unos diez minutos, sin ejercer otra actividad intelectual que simplemente permanecer observando el ganzfeld, notando cómo nuestra mente divaga de un tema a otro, se aburre, se impacienta y finalmente cuando ha agotado todos los procesos posibles, se tranquiliza, relajándose y permanece floja, pero alerta, a la expectativa de los estímulos exteriores pero sin tensión interior. Es lo que en Japón se denomina el "estado ku", el de la mente vacía pero alerta.
Programación en Theta
Generalmente se tiene el erróneo concepto de que es sumamente productivo programar en estado Alfa, cuando un análisis detallado de tal contexto nos indicará no sólo lo pernicioso de sostener una concepción errónea como la de esa frase, sino también de la imposibilidad de hacerla real.
En efecto, generalmente las más disímiles escuelas de Control Mental luego de entrenar a los alumnos en las técnicas de descenso a Alfa, le enseñan a "programar" en tal estado, generalmente a través del Taller Mental o Laboratorio Psi; éste consiste en imaginarnos una habitación decorada y amoblada a nuestro gusto, elegir un par de imaginarios ayudantes y en una pantalla imaginaria proyectar la sucesión de los hechos tal cual deseamos y esperamos que ocurran.
Un adecuado manejo comercial hizo de estos sistemas los más populares a nivel mundial, obviando, lógicamente, las evidentes contraindicaciones presentes. En primer lugar, he sabido que la mayor parte de la gente que hace Control Mental lo hace por encontrar un método que le permita solucionar su problema de falta de imaginación creativa. De hecho, cuando hacemos Control Mental para solucionar algún problema de nuestra vida cotidiana es porque carecemos de la imaginación necesaria para solucionar por otros medios ese problema. Y si un alumno concurre a clases por una carencia de imaginación... ¿cómo puedo exigirle que para solucionar precisamente ese inconveniente "imagine" un decorado, "imagine" un ayudante, "imagine" una pantalla donde visualizará la sucesión "imaginaria" de hechos?.
Es lo mismo que si yo fuese médico y un discapacitado me consultara, y le recomendara correr veinte kilómetros diarios para solucionar su situación. Es obvio que si los puede correr no es discapacitado, y no necesita mi consulta.
Y entonces, en esos grupos se produce un fenómeno conocido: los pocos que de por sí tienen imaginación obtienen buenos resultados finales, otros más o menos, los faltos de imaginación se quedan en ayunas con el agravante de estar doblemente frustrados, ya que "ni el Control Mental soluciona los problemas"...
Por otra parte el dedicarnos a programar subjetivamente por idealización de las propias aspiraciones hace que buena parte de nuestra vida transcurra dentro de un mundo no existente, con lo cual, si existen rasgos potenciales esquizoides en nuestra estructura psicológica realmente no habremos encontrado un mejor sistema para detonarlos, pues la esquizofrenia se caracteriza precisamente por una escisión de la personalidad, cosa que sin darnos cuenta provocamos al refugiarnos durante los pocos minutos de pseudoprogramación, escondiéndonos de la gris monotonía cotidiana y nuestros inalcanzables objetivos en un cuento gratificante que nos contamos a nosotros mismos.
Además, quien está verdaderamente en Alfa pierde todo interés en las cosas exteriores pues el estado de meditación profunda, de abstracción, que caracteriza al estado Alfa consiste en la inhibición total de los estímulos exteriores. Tomemos un ejemplo. Nuestro cerebro está en Alfa cuando nuestra mente se encuentra, verbigracia, en estado preconsciente, esos momentos en que pasamos de la vigilia al sueño y viceversa, en que no sabemos muy bien si estamos de este lado o de aquél. En esos momentos nuestro interés está en seguir durmiendo. Realmente, nos importa muy poco si llegamos tarde a la oficina, dejamos abandonado al cliente o perdemos la clase. Que todo se arregle por sí mismo; a nosotros sólo nos interesa seguir durmiendo. Es lógico, ya que estando en Alfa los estímulos exteriores con los que luego tendremos que lidiar durante el día carecen de importancia. Es ese estado de paz interior todo lo que nos importa. Cuando nos despabilamos - o sea, cuando pasamos a Beta- entonces las tareas del día, esos estímulos exteriores, cobran importancia y es por eso que salimos disparados.
Por ello no podemos programar en Alfa. Porque si estamos realmente en ese estado, entonces el objetivo de programación pierde importancia, y si logramos concentrarnos en el tema de interés, es que no estamos realmente en Alfa. Estaremos, dijimos, en Beta o, en el mejor de los casos, en Theta, la frecuencia cerebral que caracteriza a los estados de concentración profunda, donde inhibimos todos los estímulos exteriores... excepto uno, aquello que es objeto de nuestra atención (esa es la definición de concentración). Ese objeto al que se le permite el paso es, precisamente, el estímulo de nuestro deseo.
Si yo estoy en Alfa al concentrarme en un tema paso inadvertidamente a Theta, tras lo cual me esfuerzo por permanecer en Alfa, vuelvo a programar (regreso a Theta, o a Beta) y así sucesivamente; en realidad estoy padeciendo una dispersión y una pérdida de energía psíquica, que es la consecuencia lógica del permanente salto de un ritmo a otro. Entonces debo aprender a ingresar a Alfa para relajarme, descansar y eliminar las tensiones arrastradas durante el día, y luego pasar a Theta y permanecer all í, programando.
El término "programación", eminentemente informativo y cibernético, exige otra aclaración. Hemos leído por allí que "programar" nuestra mente es introducir en ella lo que deseamos obtener y dejar que opere por sí misma. Esta es una concepción mágica y alejada de la realidad, que nace de la falta de sentido común y desconocimiento de técnicas de computación (por algo se emplea el término "programar") y se cree que una computadora es poco más o menos que una caja mágica a la cual le formulamos preguntas y "sola" nos responde, cuando es bien sabido que para que una computadora resuelva una situación es necesario que haya un programador que conozca no sólo los pasos de la situación sino también sea capaz por otros medios quizás más lentos de llegar a la misma solución final. Lo único que hacen las computadoras es procesar y acelerar los pasos de recuperación de informaciones previamente insertas en el banco de datos.
Con la mente ocurre lo mismo. Debemos "programar" en el sentido real de la palabra, y luego apretar la tecla que pondrá en marcha únicamente los mecanismos de procesamiento que conducirán a nuestra psiquis al resultado final.
En consecuencia, esta nueva programación deberá conocer la forma de crear pasos Theta de larga duración para motivar el enfoque correcto de nuestras actitudes, cumpliendo así aquel requisito n úmero uno del Control Mental que nos dice que de nada sirve acumular técnicas si partimos de preconceptos erróneos, siendo necesario adquirir la correcta perspectiva de una situación para poder luego aplicar con provecho tales técnicas.
Primero efectuaremos una profunda relajación buscando el estado Alfa, permaneciendo así unos diez minutos. Luego, sentados efectuaremos la siguiente rutina.
Llevamos una mano a nuestra nuca, codo echado hacia atrás y con la otra mano realizamos respiración Idá y Pingalá. Durante esta fase respiratoria, nuestra mente se centrará en efectuar un "cuadro de situación" del tema a programar, planteándose todos los pasos previos al objetivo, enumerando los elementos intervinientes (agrupando separadamente los que están bajo nuestro poder y los que aún no hemos controlado), reordenará estos elementos insertándolos en el cuadro de situación, efectuará una reducción eidética del objetivo y los combinará mentalmente hasta llegar al punto inmediato anterior de la cristalización del hecho. Por ejemplo, si mi objetivo es programar una entrevista de negocios, entonces tomaré en cuenta los elementos que hacen al objeto de la transacción, me veré a mí mismo cumpliendo todos los pasos previos al saludo de quien será mi potencial cliente y allí suspenderé la visualización. Una vez en el acto en sí aplicaré los ejercicios de "refuerzo de mirada", que no sólo me darán un control de la situación sino también actuarán como tecla de puesta en marcha del procesamiento de elementos necesarios para la feliz concreción de mis objetivos.
El control metódico de la respiración puede, eventualmente, conducir al control de nuestra mente e incluso de los más diversos procesos orgánicos.
Esta afirmación, en términos genéricos, es exacta; sin embargo, conviene realizar algunas puntualizaciones. Ni los investigadores más avanzados de la actualidad conocen el cómo y el porqué, el mecanismo completo existente de esta innegable vinculación, ni el cuadro general de coordenadas dentro de las cuales dicho mecanismo se halla inserto.
Únicamente se sabe que antiguas civilizaciones, de las que apenas se conservan algunos testimonios escritos sí se encontraban en posesión de ese conocimiento que en el presente se ignora. La experimentación con técnicas imperfectas e incompletas (que es lo único que hoy se conserva de respiración cerebral) puede resultar hasta peligrosa si se prescinde de las precauciones esenciales.
Nosotros boqueamos por dolor, suspiramos ante un alivio, retenemos el aliento en expectación o inspiramos ante una idea.
En cada uno de estos casos la forma en que nos encontramos no solo física sino también emocionalmente está directamente relacionada con la forma en que respiramos.
Desde hace ya mucho tiempo hemos sido concientes de dicha relación, tal como demuestra el lenguaje, pero sin embargo la hemos ignorado casi totalmente. Por alguna razón, la ciencia occidental ha considerado siempre a la respiración como algo impropio de estudio. Respira y vivirás, deja de respirar y morirás. Así de sencillo.
¿Pero es realmente así?.
La investigación ha demostrado que respirar es ciertamente una compleja actividad, que puede tener un efecto directo sobre muchas funciones corporales. Las características de nuestra respiración - es decir, si respiramos por la ventana izquierda o derecha de nuestra nariz- pueden muy bien determinar nuestra predisposición a enfermar, la resistencia de nuestro corazón y la densidad de nuestras depresiones.
La respiración, dicen ciertos investigadores, podría ser el eslabón perdido entre las funciones voluntarias e involuntarias del cerebro, no obstante estar gobernada por el sistema nervioso en la misma forma en que lo están los latidos del corazón, la circulación sanguínea y otras funciones autónomas. La respiración puede ser la única de dichas funciones que el deseo conciente está en condiciones de modificar. Y aprendiendo a controlar nuestra respiración, podemos ser capaces de controlar otras funciones de importancia: ondas cerebrales, secreciones hormonales, metabolismo, etc.
Mediante la respiración transportamos oxígeno desde el aire hasta las células de nuestro cuerpo, donde es empleado para la combustión de carbohidratos, proteínas y grasas, liberando la energía que nos permite movernos. También es de lo que nos valemos para eliminar de nuestro cuerpo un subproducto del proceso de combustión, el dióxido de carbono.
No deberíamos empezar ningún comentario acerca de la respiración sin realizar una rápida incursión por nuestra nariz. Es la entrada más angosta del sistema respiratorio y ofrece la mayor resistencia a la circulación del aire. En efecto, es preciso un esfuerzo de más del doble de intensidad para respirar aire a través de la nariz que por la boca.
Y puesto que respiramos a un promedio de 16 veces por minuto, ello significa un considerable esfuerzo. Pero bien vale la pena realizar este esfuerzo adicional, ya que la nariz desempeña treinta distintas e importantes funciones. Entre otras: filtra el aire para eliminar la suciedad, lo humedece, lo calienta y dirige su circulación, detecta los olores y segrega mucosidad.
La zona de entrada de la nariz, llamada vestíbulo, consiste en dos aletas formadas de cartílago flexible. Estas láminas están divididas por el tabique. Dentro de la nariz están los cornetes, unas salientes que crean una intrincada serie de canales por los que puede circular el aire, y donde éste adquiere humedad y calor; un aire frío y seco causaría irritación en los pulmones.
Un hecho a tener en cuenta es que este control de temperatura y humedad explica las diferencias existentes en las formas nasales entre las diferentes razas. Los apéndices largos son una adaptación a los climas fríos y secos, ya que ofrecen mayor capacidad para calentamiento y humectación. Una nariz corta cumple bien su cometido en los trópicos, donde tales funciones no son necesarias a causa del clima.
El interior de la nariz está revestido por una membrana mucosa, donde crecen millones de diminutos pelos llamados "cilias". Estos pelos y la membrana pegajosa atrapan la suciedad antes de que llegue a los pulmones.
Debajo de la membrana mucosa hay una sustancia esponjosa llamada "tejido eréctil" que puede llenarse de sangre. Puede encontrarse la misma clase de tejido en los órganos sexuales y cuando se llena de sangre durante una excitación el tejido de la nariz hará lo mismo en una especie de reacción simpática. El resultado es un fenómeno popularmente conocido como "nariz de luna de miel", caracterizado por los conductos nasales crónicamente obstruidos. Esta relación entre la nariz y los órganos sexuales ha sido observada por varios científicos, entre los cuales figura Sigmund Freud.
La investigación ha puesto en evidencia que los calambres de la menstruación guardan frecuentes relaciones con determinadas zonas del revestimiento del interior nasal; si se anestesian dichas zonas desaparecen los calambres. Vamos alternando las ventanas derecha e izquierda de la nariz en el curso de una respiración normal. Un buen número de estudios han confirmado este "ciclo nasal", en el cual alternamos de lado cada período comprendido entre unas dos horas y media y cuatro horas. Cuanto mayor sea la persona que respira, mayor será también la duración del ciclo. Aparentemente, en algunas personas pueden transcurrir hasta ocho horas entre cambio y cambio.
A medida que se abre más una ventana, sus glándulas mucosas incrementan la secreción. La ventana opuesta obstruye cada vez más, a medida que su tejido eréctil se vuelve más abultado a causa de la sangre y libera mucosidad dentro de la nariz. A medida que progresa el ciclo, la ventana abierta se llena de mucosidad y su compañera empieza a abrirse a medida que va menguando su tejido hinchado.