Hay toda una corriente que asegura que dentro de poco más de un año, en diciembre de 2012, acabará el mundo tal como lo conocemos. Lo mismo hemos oído varias veces y la verdad es que nada ha ocurrido, pero los últimos acontecimientos en el terreno de lo puramente económico podrían llevarnos a pensar que algo, en efecto, se está moviendo.
Ahora vuelven a girar las cosas, y esta vez de forma inesperada. Las revueltas en el mundo árabe, especialmente la de Libia, amenazan el suministro de petróleo y eso sí que es nuestro talón de Aquiles. Hemos construido una sociedad en la que el crudo es necesario casi hasta para respirar y así nos va.
¿Qué hacen ahora los gobiernos que hace un año nos animaban a consumir a lo loco? Nos invitan a hacer todo lo contrario. Ahora se impone la austeridad, la vida casi monacal de la Edad Media. Nos dicen que no tengamos encendidas las bombillas más que lo imprescindible, que dejemos el coche y usemos la bicicleta o el bus, que ahorremos en calefacción… en fin, que ahora temen que pudiera presentarse una época de desabastecimiento petrolífero y eso sí que haría literalmente pararse el mundo.
¿Conclusión? Que nadie sabe por dónde tirar. Las economías no despegan, el viejo modelo de fabricación en masa para vender a lo bestia ha caducado. Y eso hace que sea necesaria mucha menos mano de obra. El petróleo ya no es eso tan seguro que siempre estuvo a mano. Cada vez es más caro, más escaso y cuesta más extraerlo. Las energías alternativas no acaban de impulsarse con la decisión que requiere el caso…
¿Qué tal si para 2012 nos planteáramos darle un giro a nuestra sociedad consumista y absurda para crear otro estilo de vida más saludable y respetuoso, no sólo con el medio ambiente, sino también con el ser humano? Yo me apunto. Me apunto a retomar la racionalidad, la sensatez, el disfrute de las cosas buenas, por ejemplo, el disfrute del tiempo y no sólo del dinero. Porque, aunque muchos todavía se sorprenden cuando lo digo, algunas de las mejores cosas de la vida siguen siendo… gratis.