La doble cara de nuestras emociones
"Un anciano sabio se paró ante un público, contó un chiste y todos se rieron. Al cabo de un rato contó el mismo chiste y casi nadie se rió, contó el chiste una y otra vez hasta que nadie se reía… y dijo: «Si no puedes reírte varias veces de una sola cosa, ¿por qué lloras por lo mismo una y otra vez?»."
Lo que os quiero contar hoy es muy rápido, muy sencillo y muy simple. Hay días en los que olvidamos que para poder reír con todas nuestras ganas es necesario saber lo que es llorar. Esos días de olvido son, sin duda, los días en los que estamos extremadamente felices, dentro de una burbuja de ilusión y desde la que podemos contemplar que todo es maravilloso. La felicidad es siempre tan inocente, tan pura, tan bella… Por eso, cuando me preguntan qué es la felicidad digo que la felicidad es como la niña predilecta de nuestra razón. Tan genuina como fugaz parece que hay ciertos momentos en los que su belleza y bondad nos ciegan y nos olvidamos de que es necesario divertirla para que nunca se aburra de jugar con la misma muñeca.
Sin embargo, parece que somos expertos en prolongar la tristeza y las preocupaciones y hacer que se sientan a gusto con nosotros. De eso sabemos mucho, ¿verdad? Los días en los que la tristeza nos invade todo se vuelve gris o incluso negro, sentimos estar dentro de un tornado y no somos capaces de tolerar la incertidumbre, lo que nos ayuda a crear una espiral de sufrimiento por la que repetimos una y otra vez pensamientos y comportamientos de auténtica auto derrota.
De hecho, parece que esto es algo universal, digamos que innato y digamos que puede que esté predispuesto biológicamente. Aún las personas que han recibido una educación racional y compensada para manejar sus emociones son capaces de transformar sus preferencias en pensamientos absolutamente negativos e irracionales.
Es una dura realidad, pero tenemos que asumir que somos verdaderamente hábiles en hacernos sufrir; además, al margen de que una influencia social es innegable para este hecho, se encuentra en todas las culturas sin excepción.
¿Has fomentado en alguna ocasión que alguien se lamente o llore una y otra vez por una misma causa? Probablemente no, o al menos la inmensa mayoría de la humanidad no lo hacemos. La mayoría de los comportamientos autodestructivos que llevamos a cabo (llorar una y otra vez por la misma razón, postergar actividades o responsabilidades o despreocuparnos de mantener una disciplina) son contrarios a lo que tratan de enseñarnos desde niños los padres, los profesores o los medios de comunicación.
¿Nos puede ayudar tomar conciencia de la irracionalidad de nuestros pensamientos y comportamientos negativos? Pues sí, pero sólo parcialmente. Los seres humanos somos animales de costumbres y hay que decir que incluso quienes han trabajado esto pueden volver a sus hábitos y patrones de comportamiento auto derrotista incluso aunque se hayan esforzado duramente para superarlos.
¿Por qué ocurre esto? Como decíamos antes parece que hay cierta predisposición biológica para adquirir formas de pensar y de comportarnos tremendamente auto derrotistas en perjuicio de la autosuperación.
Además, tampoco es útil tratar de eliminar nuestra tristeza pues ella supone parte de nosotros, cumple su función y nos aporta información. De hecho, si lo hacemos, si nos oponemos enérgicamente a ella, es probable que caigamos en la misma irracionalidad que intentamos evitar y lo hagamos en base a argumentos y comportamientos tremendamente irracionales. La tristeza es una emoción negativa sana (puede hacerte sentir triste que tu hijo se haya ido de casa, pero a su vez comprendes que no hay razón para que no lo hiciera); sin embargo, su versión insana, la depresión, es la que no nos aporta ningún aspecto positivo (sería el equivalente a pensar que tu hijo no debería haberse ido de casa y que es terrible que lo haya hecho). Ambas opciones nos dan pie a repetir una y otra vez pensamientos negativos pero la tristeza nos ayuda a comprender la realidad mientras que la depresión nos crea una realidad paralela insípida e insana.
Volviendo al razonamiento inicial, quizás la virtud esté en el término medio puesto que ambos polos están tan fuertemente unidos que ninguno puede sobrevivir sin el otro.
La clave está, sin ninguna duda, en aceptarlo. Siempre y sin excepción podremos afirmar que para poder ver el arcoíris primero tienes que soportar la lluvia.
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