¿Se puede amar para siempre?
Amar es tocar el infinito y, al mismo tiempo, descubrir que los brazos jamás lo alcanzan, por más que se extiendan. Esa es la gran paradoja del amor: se experimenta como eterno, pero termina. Termina, pero jamás muere. Al amar descubrimos una nueva lógica, en la que el todo y la nada coquetean constantemente entre sí.
El verbo “durar” puede resultar impreciso para hablar sobre el amor. Es una palabra que se ajusta mejor a los objetos antes que a los sentimientos. Esto, porque el amar es una realidad dinámica, que cambia, se modifica, muta y hace metamorfosis con el tiempo. Pero si vive todos esos procesos es precisamente porque persiste, porque no se muere, sino que cambia.
“En un beso, sabrás todo lo que he callado”
–Pablo Neruda–
Si hablamos de amar a los hijos, los padres, los hermanos, los amigos o los sueños, el grado de estabilidad suele ser mayor. Otra cosa es cuando se habla de amar a una pareja. En particular, si se hace desde la perspectiva del ideal de amor romántico, que es estático e inmutable por siempre. Ese sí en verdad que suele acabar relativamente rápido. Es del que se dice: “el amor eterno dura tres meses”. Es la fase más intensa, pero también la más pasajera del amor.
Amar es un instante infinito
Hablemos primero de amar a la pareja porque suele ser uno de los afectos más problemáticos para casi todo el mundo. Somos herederos de una idea romántica del amor, que se construyó entre los siglos XVIII y XIX y que sigue gravitando dentro de la cultura. Esa perspectiva, a su vez, es hija del idealismo que tanto ha influido en Occidente. Es la que nos habla de “medias naranjas” y de amores que viven felices para siempre.
Y es que en verdad hay un momento del enamoramiento en el que cualquiera de nosotros podría jurar que será un sentimiento eterno. No logramos imaginarnos cómo podría cambiar esa forma de amar a nuestra pareja. En ese estado de cuasi locura, perdemos, sin proponérnoslo, el sentido de las proporciones. Por eso lo prometemos y lo juramos: será para siempre.
Esta clase de amor genera expectativas bastante elevadas. Aunque las promesas y los juramentos no lo dicen específicamente, pareciera como si lo que se ofreciera y lo que se esperara fuera mantener un estado de plenitud y de fuerte presencia del amor romántico entre los dos. De esas expectativas sobredimensionadas es de donde provienen las primeras desilusiones, porque amar es un sentimiento que no anula nuestras miserias, mezquindades y limitaciones.
Más temprano que tarde afloran todas esas realidades que destruyen el ideal romántico que antes nos habíamos forjado. En últimas, el enamoramiento llega a ser un obstáculo para amar. Es cierto que se siente delicioso, pero también puede elevar tanto el tono de nuestras emociones, que nos impida ver con claridad las grandezas y las restricciones de lo que sentimos. Si se supera ese escollo sin traumatismos, comienza el verdadero camino para amar.
El amor es como un árbol: eterno
La metáfora del árbol es muy afortunada. Es suficiente con ver la forma en la que nace y crece a partir de una pequeña semilla para darnos cuenta de que el destino de todo aquello que tiene vida es el de expandirse y alcanzar el cielo. El árbol maduro tiene sus flores, tiene sus frutos y da nuevas semillas para que todo lo que es pueda sembrarse en otra parte y comenzar un nuevo crecimiento, una nueva historia.
Así también es el amor. Una vez que germina, ya nada lo acaba. Seguirá creciendo y dando frutos, para volver a iniciar el ciclo por siempre. A medida que se va expandiendo logras saber si ese amor es como un roble, un cerezo o alguna especie diferente. No esperes a que se mantenga inmutable: todo lo contrario. Cada día va a cambiar en algo. Pero aunque muriera, ya no muere: será el germen de algo nuevo.
Al amar verdaderamente, lo hacemos para siempre. Aman los padres a sus hijos y los hijos a los padres, aunque no estén juntos, aunque hayan muerto. Se ama a los amigos en sus tiempos luminosos y en los ratos oscuros. Se ama a los hermanos y a la familia, pese a cualquier vicisitud que se presente. Se ama, incluso cuando se odia. Lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia.
Al amar a la pareja también se escribe una historia sin final. Con todo y las rupturas, los divorcios o los abandonos, quien ha estado en nuestro corazón genuinamente, tendrá un lugar allí siempre. Cada uno de esos amores escribe al menos una línea en una historia que es irreversible: la historia que lleva hacia los caminos más profundos de lo que somos y lo que hemos dejado de ser.
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