A lo largo de nuestra vida, inevitablemente nos encontraremos con situaciones que no serán como deseamos y, por más que queramos, seremos incapaces de cambiarlas para que nos favorezcan.La pérdida de un ser querido, ser abandonado por tu pareja, tener una enfermedad incurable, un despido laboral, suspender un examen final, etc., son situaciones que nos causarán dolor y sobre las cuales podemos sentirnos completamente indefensos. Aceptar lo que no podemos cambiar es la mejor vía posible para poder seguir adelante y tener una vida menos estresante, más pacífica.
Aceptar es abandonar la lucha hacia algo que no tiene solución(al menos, no la solución que desearíamos) y buscar otras vías que nos permitan vivir como nos gustaría.
La aceptación proviene de la comprensión de que existe un plan para nuestra vida, el cual es expresión y parte de otro plan mayor (podríamos llamarlo Principio de la evolución) en el que se enmarca. Esta comprensión nos lleva en última instancia a entender que todo está bien en este momento presente, en función de ese plan mayor que es expresión de la vida en su totalidad.
La resignación, en cambio, implica creer que somos seres indefensos, impotentes, a merced del destino, o simplemente seres abandonados a la deriva, en un universo sin ningún sentido.
Aceptar el presente tal cual es, sin embargo, nos libera de una gran cantidad de energía que, de otro modo, estaríamos desperdiciando en la resistencia, en la oposición a lo que sucede
La aceptación deriva entonces de asumir, desde tu ego limitado, el plan mayor y perfecto que la sabiduría de tu alma ha elegido para esta vida, aunque no puedas comprenderlo del todo. Y eso es lo que te motiva y da poder!
Por el contrario, ponerte a luchar contra una realidad ya consumada o inamovible, será un gasto de energía inútil; solo desde la aceptación podrás avanzar sin estancarte.
La aceptación nos lleva primero hacia la paz y luego hacia la acción consciente; nos alienta a tolerar una situación, comprendiendo que la vida se muestra así por ahora y no todo puede ser como nosotros queremos que sea. La aceptación nos lleva a pensar: “Esto es lo que hay en este momento, así que sigo mi vida, fluyendo hacia aquello que me resuena”.
Por su parte, la resignación -nacida del abatimiento y la impotencia-, nos lleva a la falta de acción, a no tolerar una determinada situación; como las cosas no resultan como queremos, nos cerramos completamente y caemos en una actitud pasiva y de rendición (no la rendición surgida de la comprensión profunda, que incluye también la acción y se vive como una entrega pacífica al fluir de la vida).
En la resignación, derrotados, nos llenamos de pensamientos negativos que nos hacen creer que no podemos mejorar nuestra realidad. Tal estado anímico nos lleva a pensamientos como: “Este es mi sino, no puedo hacer nada para cambiarlo, nací así, que mala suerte”. Así, solo nos limitamos a lamentarnos, perdiendo la ilusión de mejorar nuestra vida en el futuro (y sobre todo en el presente). Nos cerramos a nuevas posibilidades, tirando la toalla y conformándonos con la vida que tenemos, aunque no nos guste.
Esta falta de acción provocará cada vez más frustración, al igual que lo hará una profusión de actividad inconsciente o reactiva, en virtud de los sistemas de creencias limitantes o negativos que, al no ser revisados, cuestionados y modificados, siguen vigentes.
De cualquier modo, todos hemos nacido con el gran poder de co-crear y fluir en armonía con la vida, cambiándola en la medida en que cambian nuestras creencias.
La aceptación no es, por tanto, sumisión; pero recuerda que, para cambiar algo, antes debes aceptar las cosas.