Según el Diccionario de la Real Academia Española (un formidable ejemplo permanente de síntesis y concreción), masoquismo es “perversión sexual de quien goza con verse humillado o maltratado por otra persona”.
La primera conclusión es que los masoquistas, sintiendo su propio dolor, se lo pasan muy bien. Ellos sabrán.
La envidia es distinta. Los logros ajenos también les producen dolor, pero éste, además de no aportarles el menor goce, los entristece, los anula y les produce fobias que los hunden en la niebla cerebral. Conclusión: la envidia es el masoquismo llevado a su máximo grado de idiotez.
Constantemente canalizamos, de mil formas bien distintas, nuestra formidable energía cerebral. En ciertos momentos la conducimos hacia el desarrollo intelectual o físico, y en otras, hacia el entretenimiento, la amistad, el amor, la responsabilidad, el sexo o lo que cada uno prefiere, incluida la necesaria desconexión diaria a través del sueño.
En la medida en que nuestros enfoques son positivos, estamos en condiciones de tener la posibilidad de recibir retornos positivos: leo y aprendo; hago abdominales y me siento más ligero; comparto amistades y las gozo… Los enfoques positivos airean positivamente el cerebro.
Sin embargo, cuando los enfoques son negativos, todo el retorno que se obtiene, sin excepción, es negativo: ¿qué tendrá él que no tenga yo?; no entiendo por qué triunfa, la gente está loca; ¿por qué tendrá tanto éxito?… ojalá se hunda…
Los enfoques envidiosos son cianuro corrosivo para las neuronas de quien los practica. Transformar la envidia en deseos de emular por muy parcialmente que sea a nuestro envidiado siempre nos aportará energía para ser mejores.
• No me interesan nada las canciones de Madonna, pero admiro su vitalidad y tenacidad y más sabiendo que ha superado los cincuenta años. Y eso, para mí es ejemplo.
• Juan está ganando todo el dinero del mundo. Creo que yo soy más listo, pero él me supera en su manera de relacionarse con los demás… y eso es algo que yo debo aprender.
• Mi jefe es definitivamente imbécil, pero hay que reconocer que domina su especialidad. Si algún día logro saber tanto como él, con mi simpatía arrollaré…
Utilizar la energía cerebral en favor de la ambición sana, y no de la envidia maligna, nos hace más fuertes, optimistas y mejores.
Cuando la envidia masoquista se amplia a niveles de sociedad, consigue configurar países definitivamente desastrosos.
Las sociedades envidiosas buscan el conflicto porque son incapaces de aupar y aprender del triunfador. Lo que debería ser estímulo, lo transforman en freno. Las sociedades triunfantes son las que aprenden de sus propios líderes y los asumen como estímulo personal y orgullo colectivo.
Jamás escuches al envidioso compulsivo. Está mal de la cabeza.