Amarres de Amor con Magia Blanca
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 La Envidia

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Nemesis
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MensajeTema: La Envidia   La Envidia Icon_minitimeJue Ago 02 2012, 06:20

De pequeños nos enseñaron que la envidia era “la tristeza del bien ajeno”. Cuando recitábamos las virtudes correspondientes, cantábamos a coro: “contra la envidia, caridad”. El mensaje era claro: había que alegrarse del bien ajeno, aunque uno careciera de él y lo desease con toda el alma, ya fuese el nuevo juguete de nuestro vecino que era hijo único, sacar las notas del empollón de turno o, simplemente, la atención y los mimos recibidos por nuestra hermanita recién nacida.

Sin embargo, quienes se hayan dominados por esta pasión capital no son siempre aquellas personas entristecidas y enfurruñadas por lo que otros tienen -aunque también las haya-, sino fundamentalmente las que, en algún momento de su infancia, perdieron -o creyeron perder- su pequeño paraíso: su derecho de nacimiento, generalmente el amor paterno o materno. Ese profundo dolor infantil se transformó poco a poco en una especie de melancolía nostálgica, de carencia irremediable, no ya de lo ajeno, sino de algo propio, que el destino les arrebató, muchas veces con la llegada de un nuevo hermano o hermana o la ausencia repentina e inexplicable del padre o de la madre.

El trauma es en ocasiones tan temprano o tan profundo que ni siquiera lo recuerdan. Lo que sí saben es que, ya desde pequeños, se consideraban un poco víctimas y, por ello, especiales: con más derecho a la compasión de los demás, por un lado, pero superiores en sensibilidad y capacidad de sufrimiento, por otro. Gradualmente entraron en un círculo vicioso que conformó un determinado carácter, que también podría llamarse “romántico” o “de sensibilidad artística”. En líneas generales podría decirse que la infelicidad interna, el aislamiento interior, el sentirse un poco perdidos en un mundo en el que los demás parecen ser más felices, les lleva a aumentar su añoranza de recuperar el paraíso perdido, a través de anhelar las oportunidades y relaciones perfectas que puede ofrecer la vida; cuanto mayor es este anhelo, mayor es el mundo de fantasías que se forjan y mayor la desconexión con sus necesidades más básicas y sencillas; el riesgo principal: perderse totalmente, cayendo en una especie de abismo interior de sufrimiento, cuya causa principal desconocen y al que acaban acostumbrándose como parte de su identidad y de su visión general del mundo.

Otro círculo vicioso que producen en las relaciones algunas de las personas caracterizadas por la “envidia-carencia” es la de ponerse en estados de niños desvalidos, para manipular la ayuda de los demás. Cuando éstos se dan cuenta y manifiestan su resentimiento por haber hecho algo que no querían realmente hacer, aquéllas se sienten perseguidas, justificando así su estado inicial de víctimas.

A pesar de que los subtipos de este rasgo son muy diferentes entre sí, la característica general podría ser la sensación permanente de carencia: siempre les falta algo para ser felices. De mi vuelta alrededor del mundo, recuerdo, entre otros tipos de viajeros, una subespecie que sólo después de haberme introducido en el estudio de los eneatipos he logrado comprender: si contemplábamos las aguas esmeraldas de Bora-Bora en medio de la Polinesia, no eran tan cristalinas como las aguas turquesas del Caribe; si saboreábamos un magnífico arroz con salsa de curry en Bombay, añoraban el picante del chile mexicano; los amaneceres del lago Toba eran más espectaculares que los del Titicaca, cuando estábamos en Bolivia. Sin embargo añoraban volver al altiplano boliviano, cuando estábamos en Sumatra… Siempre la eterna insatisfacción producida por lo que falta en el presente y lo que se perdió en el pasado de los “Cuatro”. Además entre ellos abundaban los “pupas”, que parecían atraer percances y desgracias. Cuando contaban viajes pasados tenían una memoria selectiva para recordar especialmente sinsabores, como pérdidas de tren, estafas en los precios, cucarachas en los hoteles… Uno no sabía si ayudarles o enviarles con un billete de vuelta de patitas a sus respectivos países.

No obstante, mientras que el subtipo enojado -el “cuatro odio”- reclama abiertamente lo que le falta, suele ser impulsado por el rencor o el resentimiento y puede lograr grandes éxitos con el motor interno de la competitividad, adoptando a menudo una actitud arrogante (como Rimbaud, que exigía fama y adhesión incondicional a su poesía, incluso antes de que ésta fuera publicada, lo que refleja muy bien sus relaciones con Verlaine), el subtipo llamado “social” mostrará más su tristeza y vulnerabilidad, como medios de conseguir ser ayudado para obtener lo que necesita. Marcel Proust, por ejemplo, llegó a desarrollar un asma psicosomático, para aumentar melodramáticamente su necesidad de ser cuidado. No podía quedarse solo, pero tampoco podía salir al mundo, que era para él un lugar inhóspito y amenazador. En las relaciones con quienes le visitaban combinaba una excesiva modestia, gran facilidad para ofenderse y una tendencia reprimida al sarcasmo. Por su parte, el subtipo llamado de “conservación”, según la terminología acuñada por Claudio Naranjo (“Autoconocimiento transformador. Los eneatipos en la Vida, la Literatura y la Clínica”, Ediciones La Llave) pone su sensibilidad a servicio de los necesitados, de las víctimas de las injusticias, como Tolstoi, cuyo humanitarismo constituyó la inspiración más importante de Gandhi, Van Gogh, misionero antes de ser pintor, o Lawrence de Arabia, dedicado durante años a la causa árabe con una austeridad casi masoquista.

Las personas cuya personalidad tiene como pasión dominante la “envidia” suelen tener menos resistencias a acudir a una terapia. Es frecuente que sus sesiones sean ocupadas por quejas, catástrofes, desgracias y temores, y que sólo de vez en cuando, o muy al final de la sesión, puedan mencionar, de paso y sin darle importancia, algún progreso importante, una buena noticia, algo que les ha ido bien en la semana. No suelen recibir bien los apoyos psicológicos, morales ni emocionales, pues piensan que no se los merecen, que son estrategias terapéuticas, que “más dura será la caída”, que… algo puede amenazar su identidad de víctimas, arrancarles su hábito cuasi gozoso de ser sensibles al sufrimiento.

Normalmente captan muy bien los estados emocionales ajenos, sobre todo si son estados de carencia, de tristeza, depresivos, de sufrimiento. No es por ello infrecuente encontrar a médicos, psiquiatras, terapeutas, sacerdotes, consejeros, enfermeras y profesionales de ayuda en general entre las personas que pueden identificarse con este rasgo. Las penas ajenas les hacen sobrellevar las suyas y, además, vibrar en el grado de intensidad suficiente para mantener un alto nivel de emotividad.

Así como la Inglaterra victoriana puede ser calificada en este sistema del Eneagrama como afín al Uno -la ira reprimida-, parte del carácter español podría ser tal vez el dominado por la pasión capital de la envidia, con sus dosis de melodrama, masoquismo y solidaridad con las víctimas. Nunca encontré en otras lenguas esa expresión tan española, aunque afortunadamente cada vez más en desuso, de “se cayó con todo el equipo”, frase que se aplicaba a un político caído en desgracia, a un jefe de oficina destituido, a alguien que se arruinaba o a cualquier vecino que sufría una desgracia aparentemente merecida.

Helen Palmer, destaca entre las personalidades famosas pertenecientes a este carácter a Orson Welles, Bette Davis, Joan Baez, o la bailarina Martha Graham, que dio inicio a una escuela de danza en la que se expresa el inconsciente humano a través de movimientos corporales que transmiten visualmente los dramas internos. Erróneamente incluye en este carácter a Orson Welles, qien probablemente se acerca más al “patrón ocho”, a Alan Watts, sin duda un Siete y a Marlon Brando, que fue un Seis contrafóbico, correcciones todas ellas avaladas por Claudio Naranjo cuando leyó por vez primera los artículos que han dado pie a este libro.

Que no se desanimen quienes hayan reconocido algunas características de su carácter en estas líneas. No existen caracteres peores ni mejores, ya que, por definición, todo carácter es una defensa frente a la espontaneidad y libertad del Ser. Sin embargo, podrían avanzar más fácilmente en el camino de la autoaceptación y de la desidentificación tomando conciencia de que:

1) No existen remedios mágicos e instantáneos para paliar la pérdida original. Sólo vale aceptarla.
2) El lamento no vale para nada y nunca es demasiado tarde para empezar de nuevo.
3) No se es especial por sufrir más o de modo diferente.
4) Se puede apreciar lo que es fácil de conseguir.
5) Las cualidades que envidian de los demás están potencialmente dentro sí.
6) Para solidarizarse y ser útil no es necesario fusionarse con el dolor ajeno.
7) La tristeza no es un enemigo a combatir sino un aliado del que sacar profundidad y compasión.

En definitiva, las personas cuya pasión dominante es la “envidia-carencia-tristeza” pueden aprovecharse de ella para acercarse al centro de su Ser, pues ese vacío y dolor existencial, si no es llenado con falsas ilusiones de futuro, puede ser un vacío fértil y un dolor cargado de frutos. Como muy sencillamente enunció Buda, el sufrimiento -enfermedad, vejez y muerte- es la esencia de la vida, pero existe una Vía de liberación del mismo. Los “CUATRO” pueden transformar su hábito de sufrir por un sufrimiento consciente y empático con todos los seres vivos y llegar la verdadera COMPASIÓN BÚDICA. Entonces se dan cuenta de que lo tenían todo desde el principio y de que nunca perdieron ni carecieron de lo Esencial, que, por propia naturaleza, es ETERNO.

“Pasiones Capitales” es un aporte de Alfonso Colodrón – Terapeuta Gestáltico y Consultor Transpersonal.
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