La
queja puede llegar a convertirse (en ciertos casos) en una fiel compañera.
Por suerte y por desgracia he vivido bastante cerca algunos casos.
Nos puede visitar cada mañana cuando suena el despertador. Nos acompaña como copiloto en los atascos de tráfico. Nos hace compañía cuando hacemos cola. Siempre está atenta, y acude a nuestro lado cada vez que nos acontece un inesperado cambio de planes. Es tan fiel, que no se quiere perder la llegada de las facturas, o cuando tenemos que incurrir en un gasto inesperado.
Por lo que parece está cada vez está más presente en nuestras vidas alimentando la protesta y el lamento, pero
¿alguna vez nos hemos planteado qué nos aporta la queja? En un primer momento la queja nos ofrece estabilidad en nuestra zona de confort, evitando aunque sea temporalmente que nos enfrentarnos a aquello que requiere que hagamos algo (y que consideramos que no está en nuestra mano).
Tenemos que tener presente que cuando nos quejamos no mejoramos ninguna situación. Más bien contribuimos a crear más malestar y potenciar el conflicto a nuestro alrededor. “Nunca debe el hombre quejarse de los tiempos en que vive, pues no le servirá de nada. En cambio, en su poder está en mejorarlos”, Thomas CarlyleComo vimos en el
anterior post "Un, dos, tres, me quejo otra vez" la queja puede llegar a convertirse en un hábito que impide que alcancemos la paz interior, que imposibilita el diálogo interno y que logremos con éxito nuestros objetivos, ya que nos hace ver el mundo de manera más pesimista.
Al quejarnos, desahogamos nuestra frustración y continuamos una temporada más viviendo en una mentira.
En el fondo parece que preferimos quejarnos que realizar los cambios que implicarían afrontar lo desconocido y salir nuestra zona de confort, y pasar por un periodo de desequilibrio.
El peligroso juego de la queja
Las personas que se anclan en la queja (como forma de ver las cosas), crean una atmósfera negativa a su alrededor que perjudica a los que están a su lado, y se suelen sentir cómodas con otras personas que también se quejan.
La queja, como guía argumental de la conversación, es un pozo sin fondo, pues quien se queja pide atención a quien le está escuchando, y solicita que se le de la razón, y quienes escuchan las lamentaciones se suelen prestar inconscientemente al juego, quedando atrapados en un halo de negatividad y pesimismo.
La queja constriñe y debilita en lugar de llevar adelante. Lo único que ganamos con quejarnos es sentirnos cada vez peor (sin saber por qué).Qué nos mantiene en la queja
Que la queja esté reportando algo positivo, como podría ser atraer la atención de un ser querido. Pero eso es pan para hoy y hambre para mañana.
Solemos poner etiquetas para definir situaciones, estados anímicos o emocionales (ya sean positivos o negativos) que nos crean malestar, que no entendemos o que no nos gustan. Una etiqueta, cuando la vamos repitiendo (ya sea en voz alta o mentalmente) termina adquiriendo el estatus de “realidad” quedando arraigada en nuestra mente como una creencia verdadera.
Para erradicar esto, buscar una nueva definición nos ayudará a modificar la situación o la conducta, y dejará de convertirse en una queja.
No caigas en el conformismo de decir: "Yo soy así".
Libérate de la Queja
Deshacernos de la costumbre de quejarnos
se logra tomando consciencia de que nos estamos quejando. ¿Obvio no? Pero difícil.
Para romper un hábito hay que procurar tenerlo lo más consciente posible y hacer cambios previamente pensados, que han de introducirse justo en los momentos en que se suelen presentar nuestras actitudes de queja que queremos cambiar.
Por eso es interesante quitar todo atisbo de dramatismo y seriedad a los temas, reflexionar sobre ellos, racionalizar para tratar de encontrarle sentido a los problemas o aceptar que las cosas no siempre salen tal como tenemos previstas (expectativas) por lo que se ha de buscar solución, aprender de lo sucedido y crear un plan de acción.
Valora y agradece más “El secreto de la felicidad está en aprender a valorar lo que tenemos y dejar de lamentarnos por lo que perdimos”, AnónimoPara lograrlo, tenemos que romper el patrón negativo de pensamiento.
Basta ya de terríbilis. Y el primer paso para conseguirlo es aprender a valorar todo aquello que damos por sentado.
De ahí la importancia de
recuperar el arte de agradecer. De la mano del agradecimiento surge de forma natural la valoración, es decir, la capacidad de apreciar lo que somos, lo que tenemos y lo que hacemos en el momento presente.
Asume tu responsabilidadLa verdadera solución al mal hábito de quejarse, es
asumir la responsabilidad de lo que nos ocurre a diario. Algunos ejemplos pueden ser:
- Si no soy feliz, es porque yo me estoy creando infelicidad, ya sea a través de mis pensamientos, de mis comportamientos, de mis miedos…
- Si existe algo que me molesta, es mi responsabilidad corregirlo.
- Si quiero cierto tipo de personas junto a mí, debo atraerlos y aceptarlos.
- Si quiero alcanzar un objetivo, depende de mí dar los pasos necesarios para lograrlo.
Lo que se requiere verdaderamente para cambiar el hábito es disciplina, y
querer no vivir en ese estado de negatividad que nos hemos creado nosotros mismos.Rompe el Hábito
Dejar el “hábito de quejarse no es tan sencillo. Pero os comparto
dos procedimientos que suelen dar buenos resultados:
1. En el libro “
Los secretos de una mente millonaria” T. Harv Eker propone un ejercicio para limpiar nuestra mente y alma, que consiste en dejar de quejarse durante 7 días.
Justo al detectarnos quejándonos, debemos detenernos, corregir el error y reescribir nuestros pensamientos en forma de frases para adaptarlos a una no-queja.
Nada de esto es posible sin una actitud positiva hacia la vida y una buena predisposición a aceptar las situaciones e incluso a aceptarse a sí mismo.
2. El proceso de
Will Bowen al que llamó
“El desafío de los 21 días”. Te pones una pulsera con la leyenda “un mundo sin quejas” en cualquiera de tus muñecas y la mantienes allí durante 21 días sin emitir ningún tipo de queja.
Si durante esos días emites una queja, deberás cambiar la pulsera de muñeca y volver a empezar desde cero.
¿Por qué 21 días? Porque según los especialistas del comportamiento, 21 días es lo que tarda una conducta en arraigarse como hábito.
Ello no significa resignarnos ante aquello que no nos agrada. Todo lo contrario, implica soltar “la queja” y pasar a la acción (asumiendo nuestra responsabilidad). Esto nos permitirá tomar conciencia de que tenemos “poder” sobre nuestra vida, comprometiéndonos a alcanzar los objetivos que deseamos alcanzar.
Estos procedimientos pueden ayudarnos a estar en armonía con nuestro entorno, con quienes nos rodean y lo mejor de todo, puede otorgarnos lograr la claridad necesaria para aceptar la responsabilidad de nuestra vida y ayudarnos a nuestro desarrollo personal.
Si algo no te gusta…¡cámbialo!. La pregunta que nos debemos hacer podría ser ¿Qué puedo hacer yo para cambiar esto? Y si no puedes hacer nada…puedes cambiar tu actitud para afrontarlo con más positividad. Siempre podemos hacer algo.“Sin razón se queja del mar el que otra vez navega”, Séneca