Los adultos que exageran cualquier malestar para llamar la atención esconden en su interior un niño intransigente que exige protección.
Hay personas que siempre están hablando de sus dolencias corporales y de todo aquello que les aqueja. Frente a ellas, renunciamos a comentar lo que nos ocurre a nosotros, pues sabemos que eso les servirá de excusa para enumerar sus males. Son individuos que exageran cualquier malestar, por pequeño que sea, y a las que las enfermedades de los otros les irritan, ya que les quitan el protagonismo en ese ámbito.
Tienen poca capacidad para interesarse por los que les rodean, a no ser que sufran también alguna desgracia, porque enseguida la refieren a lo que padecen ellas mismas. Cansan a quienes les acompañan y suelen promover sentimientos ambivalentes, pues siempre justifican lo poco que hacen por los demás con la enfermedad que padecen. No pueden ser generosos con su entorno porque toda su atención la tienen concentrada en su propio cuerpo, que exponen a la mirada de los demás para mantenerles absolutamente pendientes de su evolución. Estas personas no han logrado quererse ni aceptar sus limitaciones, algo que las conduce a rechazar cualquier fallo o debilidad de su cuerpo. Esto provoca que siempre estén hablando de sí mismas y protestando de sus malestares. Se quejan muchísimo, se ponen de mal humor y siempre se imaginan lo peor.
Cuando se cae enfermo, se retira el interés que teníamos por los demás y por lo que nos rodea y nos centramos más en nosotros mismos, en lo que sentimos, en aquello que nos duele y que pretendemos curar.
Los individuos que constantemente tienen alguna dolencia sobre la que hablar están reclamando antención continua sobre sí mismas. Como suelen somatizar bastante, el "sí mismas" siempre lo refieren a lo que les pasa en el cuerpo. Ejercen una demanda excesiva sobre los otros y, aunque no sean conscientes de ello, aprovechan sus enfermedades para obtener algún beneficio secundario. Las utilizan para ser objeto del cuidado y la preocupación del otro.
Todos tenemos una cantidad de energía vital o libido que repartimos entre los demás y nosotros. Dedicamos a los otros ideas y sentimientos, pensamos en ellos y tenemos una representación de cómo son en nuestro psiquismo. Esta representación requiere una cantidad particular de energía psíquica. Cuanto más queramos a alguien o más importante sea para nosotros, más espacio ocupará en nuestra mente y más libido tendremos destinada para él o ella.
Corazón frágil
De una manera similar, el propio cuerpo encuentra una representación en nuestra mente dentro de una serie de recuerdos y sensaciones a los que queda asociado. La imagen corporal que poseemos de nosotros mismos tiene que ver también con toda una serie de vivencias que hemos tenido con otros.
Su madre siempre estaba enferma. Ahora, mientras abandonaba la clínica donde, una vez más, la habían ingresado por una crisis cardiaca, Julia pensaba que estaba harta de ella. Su padre le había contado que desde que su abuelo murió, tras una larga enfermedad del corazón, su madre temía que le pasara lo mismo. Todo en la casa giraba entorno a su delicada salud. Julia había estado un rato visitándola, mientras su padre trataba de calmar aquella queja infinita que nadie era capaz de sofocar. A veces se sorprendía pensando que su madre era egoísta. Se sentía culpable por pensar así, pero no podía evitar su rabia contra ella. ¿Por qué siempre tenía que estar enferma y quejándose? La madre de Julia, una mujer un poco infantil y narcisista, había estado muy apegada a sus padres. Cuando murió su madre en un accidente, se tuvo que hacer cargo de su padre, enfermo del corazón, hasta que murió. Entonces, a los 30 años se enfrentó a la vida sola y no sabía cómo hacerlo. Los problemas de corazón tenían para ella un significado evidente, que era la identificación con su padre. Perdió el interés por los que la rodeaban y se dedicó a su miedo a morir. Le daba pánico que su corazón la abandonara del mismo modo que, en la vida real, había sido abandonada por su padre. De este modo se entregó a la enfermedad, maldiciendo su propio corazón, al que de alguna manera había transferido la ambivalencia inconsciente que tenía hacia su padre por estar enfermo y no poder ayudarla. Siempre que tiene dificultades en la vida, su corazón se resiente. La rabia que siente Julia cuando su madre enferma o se pone quejumbrosa es debida a la sospecha de que esta actitud es la responsable de la incomunicación que siempre ha mantenido con ella. Siente que, lejos de apoyarla en sus dificultades, ha sido un mujer a la que solo se le podían dar alegrías porque en caso contrario enfermaba.
Rasgos narcisistas
Ciertamente, su narcisismo no le permite escuchar lo que su hija le tiene que contar, porque está atrapada en una historia emocional que la mantiene en una posición infantil. Con su enfermedad consigue un beneficio secundario: el de sentir que los otros están pendientes de ella. Por otro lado, así posee una excusa para no hacerse cargo de tareas que tengan que ver con los otros.
Cuando una persona es muy infantil e inmadura, es también narcisista. Todo gira alrededor de ella y tiene poca capacidad para pensar en lo que los otros necesitan. Su energía psíquica se ha vuelto sobre sí, pero mantiene una queja infinita para mostrar que en algún momento no la cuidaron lo suficiente. La persona que siempre está enferma de una u otra cosa y utiliza la enfermedad como modo de relación con los demás, oculta dentro de sí a un niño intransigente que no ha sabido hacerse cargo de su vida ni de su cuerpo. En alguna medida pide que se sigan haciendo cargo de ella.
Las palabras: El beneficio de la enfermedad
Se denomina así a la satisfacción directa o indirecta que la persona obtiene con su dolencia. Hay dos tipos de beneficios:
Primario: el "yo" se encuentra dominado por sentimientos contrapuestos que no sabe resolver. Para lograrlo, debería elaborar lo que ocurre, pero mientras no lo hace, se defiende de la angustia evitando el conocimiento del problema, reprimiéndolo y haciéndolo inconsciente. Desde el inconsciente, el conflicto se somatiza y aparece alguna dolencia.
Secundario: el síntoma neurótico se integra en la personalidad y así el individuo consigue una atención que no recibiría si no sufriera ese problema. Este beneficio no es la causa de la enfermedad, pero sí hace que se resista a sanar.
Las claves
La enfermedad nos enseña nuestra fragilidad. Según como nos llevemos con nuestras debilidades, la aceptaremos mejor o peor.
El enfermo que utiliza su dolencia para mantener la atención de los otros, no solo no acepta sus carencias, sino que tampoco las reconoce en el otro, por ello no piensa en el agotamiento que puede producir.
Si no se han saldado cuentas con el pasado, una enfermedad se puede utilizar para obtener beneficios secundarios. Por ejemplo: ser cuidado, no responder a las demandas externas o chantajear al cuidador para mantenerle cerca. Tales actitudes muestran la extrema dependencia que se tiene del otro.
La persona que canaliza sus quejas a través de su cuerpo está atrapada en dificultades psicológicas que pertenecen al pasado y que no la han dejado crecer.
Mujerhoy.com