Todos queremos vivir en paz y con tranquilidad. Pero cuantos de nosotros estamos dispuestos a actuar como si ya lo estuviéramos; es decir, conscientes de la importancia que tiene actuar en coherencia con estos sentimientos para contribuir con el sostenimiento del bienestar personal y colectivo y para inspirar a otros.
El tráfico es uno de los escenarios cotidianos donde mostramos realmente el estado emocional y mental en el que nos encontramos. Es sorprendente el nivel de agresividad y de ausencia de civismo y empatía que muestra la mayoría de las personas que van conduciendo sus vehículos. Pareciera que las grandes justificaciones para actuar de esta manera son la prisa que llevan, el estrés al que están sometidas, el que los demás se comportan de la misma manera, porque se sienten cansadas o, simplemente, por no dejarse aventajar. El asunto es que terminamos, por cualquiera de estas u otras razones, actuando de la misma forma en que lo hacen las personas a las que criticamos duramente por su mal comportamiento.
En la mayoría de los casos nos es más fácil justificar el nuestro, que hacer lo mismo con el de los otros, sin darnos cuenta de que al hacerlo pasamos a ser parte del problema en lugar de serlo de la solución.
Pero lo mismo sucede en otras áreas de nuestra vida que involucran la relación o la convivencia con otras personas. Pareciera que nos resulta difícil compartir e incluir a otros con sus derechos y necesidades en nuestro mundo personal.
Está realmente en nuestras manos hacer lo posible por transformar día a día el entorno donde se desarrolla nuestra vida cotidiana. Con nuestra intención y comportamiento sostenidos en el tiempo podemos generar un aporte consciente a la mejora de los niveles de convivencia. Si evitamos caer en la tentación de responder a la indolencia, la agresividad, la viveza o la ignorancia de la misma manera, lograríamos cada día sumar nuestras acciones e intenciones positivas y constructivas a las de otras personas tan comprometidas como nosotros con la recuperación del buen vivir y la armonía.
Hacer la diferencia se nota. Estamos acostumbrados a ver a los demás, a juzgar sus actitudes y comportamientos desde afuera. Pero no hemos aprendido a observarnos para conocer la cara que le damos al mundo a través de nuestras actitudes y comportamientos.