Cuántas veces habremos oído la frase: “¡Tienes que valorarte más!” Y es muy probable que nosotros mismos nos hayamos dicho: “No me valoro lo suficiente“. Ya hemos descubierto que es muy fácil poder decirlo y quizás lo que nos falta es como llevarlo a la práctica.
Creo que puede ser útil usar una metáfora a partir de ahora. Y es que somos como un lingote de oro. Debemos sentir que somos oro y que nuestro precio es el precio del oro.
Pero, ¿qué pasa cuando somos oro y nos vendemos a precio de acero? Seguramente es aquí cuando veremos que no nos valoramos. Que nos estamos vendiendo a un precio que no es el que nos corresponde. Aunque en algún ocasión está permitido “regatear” en beneficio propio, es peligroso habituarse pues estaremos llamando al mundo y a nosotros mismos que somos acero, y no oro.
En este punto nos podemos permitir hacer una reflexión. Continuando con la metáfora y dado que nos gusta cambiar nuestro valor, ¿qué sucedería si nos revalorizaramos al alza y nos vendiéramos a precio de diamante de vez en cuando?
Ahora bien, hablando de nuestro valor como si fuera oro, ¿como sabemos cuál es nuestro precio? Una opción podría ser establecer nuestro precio de salida para las diferentes situaciones que nos vamos encontrando, es decir, deberíamos saber qué mínimas condiciones deben cumplirse para nosotros ceder.
Un ejemplo claro y comprensible lo encontramos a la hora de una relación: la persona es quien marca cuáles son las condiciones mínimas a cumplirse para aceptar al otro como pareja, pide un trato, compromisos y responsabilidades al otro. Este conjunto de lo que pedimos es nuestro precio.
En caso de que te ofrezcan menos de lo que pides y aceptes, recuerda que te estarás vendiendo a precio de acero. Y venderte a un precio más bajo tiene unas consecuencias. Sólo hay que imagines como tratarías y cuidar un lingote de oro y como tratarías y cuidar un trozo de acero. Probablemente no será el mismo.
Para terminar, cabe recordar que el precio de salida sólo lo marcas tú.
Anna Valls