En un ser de gran espiritualidad, lo más notable no es la perfección de sus rasgos; sean cuales sean sus rasgos, su belleza está en su luz, en todo lo que emana de él. Incluso cuando se calla, todo su ser habla; y cuando habla, todo su ser viene a reafirmar su palabra. Es un libro, el mejor libro, un libro viviente.
Y precisamente lo que necesitamos todos son libros vivientes; los otros, una vez leídos, los volvemos a colocar en las estanterías en donde los olvidamos. Mientras que los libros vivientes no se dejan olvidar, continuamente son recordados.
La meditación puede ser comparada a la masticación de los alimentos. Cuando ponemos los alimentos en nuestra boca y los masticamos, las glándulas salivares trabajan y absorbemos con la lengua las energías más sutiles. La meditación también es una especie de masticación, una masticación de los pensamientos,
gracias a la cual absorbemos las quintaesencias del mundo espiritual para convertirlas en nuestro alimento. Así pues, meditad sobre la sabiduría, sobre la luz, esta luz que os protege, que os conduce y que os abre el camino del mundo divino… Meditad sobre el amor como fuente del gozo, de la riqueza y de la belleza para todos… Meditad sobre la verdad que os conduce a la libertad…
Cuando vais por la mañana a contemplar la salida del sol, dejaos impregnar por la pureza de la atmósfera, por esa claridad que aparece poco a poco en el horizonte, anunciando la venida de un nuevo día. La vida en la tierra, es verdad, no es más que perpetuos recomienzos. «No hay nada nuevo bajo el sol», decía
Salomón en el Eclesiastés, y este eterno volver a empezar le parecía fastidioso. Lo había conocido todo, lo había experimentado todo, poseído todo, y acabó concluyendo que todo eso no era más que «vanidad y persecución del viento.» Sí, quizá no haya nada nuevo bajo el sol, pero ¿por qué permanecer bajo el sol? Si subimos al sol, si entramos en vibración con su corazón, cada día todo nos parecerá nuevo.
Omraam Mikhaël Aïvanhov