Tu perro ha mordisqueado todos tus calcetines nuevos. Un atasco de tráfico te ha atrasado toda la mañana. De vuelta a casa, descubres que se ha roto la nevera… ¡Qué día tan horrible!
¿Sabes? No es para tanto.
Tarde o temprano, te darás cuenta de la cantidad de malos ratos que sufriste por engorros sin importancia. Eso, si no lo has descubierto ya.
Porque, a pesar de nuestras diferencias, todos llegamos a ese día en el que nos preguntamos: ¿Por qué me preocupé? ¿Por qué lloré, me alteré, me desesperé… por una tontería?
Tonterías, sí. Muchos de nuestros problemas son nimiedades. Y, ahí estamos, haciéndolos grandes, dándoles una importancia exagerada…
Sin ánimo de ser agorera, piensa en cómo verías esos fastidios cotidianos en caso de que tú o cualquiera de tus seres queridos estuviera muy enfermo.
¿A que tu opinión sobre esos problemas sería distinta? Apuesto a que no te parecerían tan importantes.
Eres tú quien decide cómo tomarte los problemas. Y eres tú quien elige si invertir tiempo y drama en una pequeña contrariedad… o si dejarla pasar.
Yo no nací sabiendo esto. Lo he aprendido con el tiempo.
Antes me estresaba o me molestaba por una mala crítica, por un plantón, por una avería casera, por el escándalo de los vecinos a media noche… y chorradas del estilo.
Ahora, a pesar de seguir cometiendo muuuuchos errores, soy más selectiva. Es una de las ventajas de hacerse mayor: Situaciones que antes me afectaban y me parecían importantes, dejaron de tener una relevancia mayúscula.
Si el “problema” en cuestión no amenaza directamente mi supervivencia o la de las personas que quiero, es un problema de segunda. Poca cosa para tanto drama.
Y, ya te digo… Si esta lección aún no ha aparecido por tu vida, algún día lo hará. Ojalá que también tú le saques buen provecho.
http://tusbuenosmomentos.com/2014/11/poca-cosa-para-tanto-drama/