Una de tantas historias escalofriantes es la de Jacques Volney. Él era alguien a quien casi todo le había ido bien en la vida: tenía dinero, cultura, familia, futuro… Y, sin embargo, a Jacques no le gustaba vivir. Vivía encerrado en su casa, tenía miedo a salir de ella, porque la gente se reía porque era jorobado.
Cuando Jacques caminaba por la calle los niños le gritaban: “¡Cheposo, cheposito!”. Los mayores, entre cariñosos y crueles, le decían: “Déjanos tocarte, nos darás suerte”. Y Jacques lloraba. Hasta que un día se cansó de su soledad. Compró en una farmacia un tubo de tranquilizantes. Quería dormir para siempre.
Pero antes de realizar su decisión, quiso que su desgracia no fuera del todo inútil. Se acercó a un hospital y donó sus ojos. Y antes de tomarse el tubo entero de tranquilizantes telefoneó al hospital para que supieran que podían disponer ya de sus córneas.
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