Un dios interno que nos estimula a crear sufrimiento en nuestras vidas es evidentemente un dios ajeno, un usurpador de la verdadera esencia Divina que nos habita.
Todos somos creadores, pero no lo sabemos o mejor expresado, no lo creemos. Sin embargo, todos, sin importar el lugar geográfico que nuestros pies estén pisando ni el aire que nutra nuestra sangre, ni el sol que abrigue nuestra piel (sin importar el color de ella) todos creamos lo que vivimos. Primero en nuestra mente y luego en la tercera densidad de consciencia.
Como todo es cosa de elección, entonces ¿A qué tipo de dioses elegimos servir? ¿Cómo es nuestro dios: castigador, severo, miedoso, irascible, arrogante y culposo o dulce, amoroso, cálido, alegre y contenedor? ¿Qué dios es el que guía nuestros pasos más difíciles en lo cotidiano, en las relaciones de pareja, en las de trabajo, familiares o simplemente de amistad? En realidad son preguntas que tienen siete mil millones de respuestas, pero sin duda – en un contexto amplio – un dios interno que nos estimula a crear sufrimiento en nuestras vidas es evidentemente un dios ajeno, un usurpador de la verdadera esencia Divina que nos habita.
Los efectos del usurpador
Sin duda, se puede servir a un usurpador, pero tarde o temprano el verdadero Dios buscará ocupar el lugar que le corresponde. Si insistimos en servir al usurpador, duda no cabe que atraeremos a nuestra vida el dolor suficiente para que el Verdadero llame a nuestra puerta y se comience a encargar de nuestro corazón; enviará a seres luminosos a aliviar la carga, nos ayudará despertar los sentidos más sutiles, enviará eventos de destino que serán megáfonos de consciencia para los oídos más sordos, así, una y otra vez seremos remecidos para que manifestemos la luz que hay en nosotros, no para el mundo sino para nuestro mundo, con eso es suficiente, cambiar lo inmediato es lo urgente, lo importante ya cambiará si muchos urgentes logran el cambio.
Los límites de lo posible o imposible los establecemos nosotros mismos. Nada es imposible para el que tiene fe, entregar el dolor a la Divinidad es la clave.
Si creemos que nos merecemos una vida grata, próspera, alegre, saludable y colmada de amor hacia y desde otros seres, entonces eso crearemos, sin embargo si usted cree que no es merecedor de amor, si siente que la alegría de la vida no es para usted o que la paz de su corazón depende de un mañana, entonces así será. Es tan sutil la barrera que separa una creación de otra que sólo un elevado estado de consciencia, a ser conquistado por nosotros mismos, puede permitir transformarnos en ese ser con el que el Verdadero Dios que nos habita, “soñó”.
Vivir el presente
Para dejar de servir a un dios ajeno hay que trabajar en despertar el Amor en y por nosotros mismos, primero hacia nuestro interior y desde ahí hacia todo lo creado. Para despertar ese Amor, hay que cortar ataduras del pasado, cortar las cadenas de los apegos y los juicios. Para ello cualquier terapia de sanación o medicina para el espíritu es válida y valiosa pero la autoconsciencia, es decir el observarse profundamente en cada acción del día a día (observar el porqué hacemos lo que hacemos) es lo que nos permitirá comenzar el proceso de transformación interna que nos liberará de cualquier dios que no sea el Dios Amor.
Atrévanse a romper con el pasado que los limita, a dejar miedos atrás y siéntanse verdaderos dioses creadores de su propia realidad próspera y feliz, sin pasar por encima de nadie. El Amor todo lo vence y todo lo puede. Ríndase al Amor y sean tan felices como su espíritu lo desea. Es usted el arquitecto de su propio camino; si siembra rosas cosechará rosales. Eso, usted que lee ya lo sabe, entonces ¿Qué espera para conquistar su paz ahora?
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