Nuestra alma cuando es buena y actúa, enciende nuestra inteligencia y la llena de luz. Un alma así propicia enormemente que situaciones y circunstancias se acomoden a nuestras fuerzas y deseos.
Nuestros actos nacidos de nuestro espíritu noble, modifican situaciones negativas y las acomodan a nuestro favor. ¡De pronto, ayudas, ideas y personas acuden en nuestro auxilio y todo se vuelve propicio para nuestros fines!
Esto les ha sucedido a científicos, literatos, hombres de negocios, quienes en la lucha contra las dificultades, la nobleza y firmeza de sus propósitos los llevaron a la victoria, y muchas ayudas no esperadas acudieron en su auxilio.
SÓlo hay que tomar en cuenta, que las buenas circunstancias se cierran ante los hombres que dudan de sí mismos. Y en cambio, se abren para quienes creen que lo que es cierto para ellos en su corazón, lo es también para todo el mundo. Y esto es el “Genio”: La paciencia y la perseverancia que trabajan a favor de quienes creen ciegamente en sus sueños. Ejemplos los tenemos por millares en la misma ciudad donde vivimos. ¡No importa, que a los ojos de otros, la actividad que emprendamos sea modesta! Lo que importa es el fuego que ponga al rojo vivo ese negocio, trabajo o actividad que a otros les parece modesto. Un negocio sencillo goza de la misma naturaleza, propia de los actos de grandeza, y es que lo sencillo es grande cuando es surgido del esfuerzo.
Aquel que sueña en emprendER un negocio sencillo es hermano del que piensa en uno grande: Y es que los dos gozan de la grandeza de la firme creencia. Triunfa el que cree en su corazón, y no como otros, que abrigando nobles propósitos, los abandonan porque son suyos. Y es que se preguntan: ¿Cómo podría ser factible de realizar este proyecto, siendo yo el que lo concibió? Su duda en su propia valía arranca la raíz de todo triunfo. La victoria es enemiga de la duda, de la vacilación y de la falta de confianza en las propias realizaciones.
Lo más íntimo de nosotros es lo más externo. La nobleza de corazón se trasluce en la mirada. La envidia que el envidioso guarda como secreto, lo descubre el verde de su cara. La intención del malvado se la puede leer en sus labios. Y el sueño del que cree en sí mismo no puede contenerlo: Se le nota en lo radiante de su cara.
Una persona que empieza a forjar buenos propósitos, de inmediato debe guardar esos rayos de luz que invaden su mente y forjan su fantasía. Jamás deberá dejar que se escapen esos rayos que revelan su potencial. Deberá darles el valor que un niño le da a la confianza depositada en su madre. Cuando dejamos escapar esos rayos divinos de luz, estamos traicionando la confianza en nosotros mismos. ¿A lo largo de nuestra vida cuántas ideas hemos pensado por nosotros mismos pero las desechamos porque eran nuestras? Y al paso del tiempo esas mismas ideas las hemos leído en hombres que las pusieron en práctica, porque ellos sí creyeron en ellas. ¡Bajamos los ojos de vergüenza, y nos arrepentimos por haberlas desechado!
La persona que realmente desea ardientemente mejorar su vida, se dará cuenta que la envidia no lo adelantará un solo paso y que en cambio sí lo hundirá en una mayor odio a sí mismo. Se percatará, que para ser feliz no necesita medir su felicidad en relación a otros, sino que su dicha la valorará como una gema preciosa que solamente es para él.
Sabrá que no necesita un territorio geográfico grande, mercados exclusivos o logros únicos que lo hagan sentirse superior sobre los demás. Se dará cuenta que es suficiente con aquello que la naturaleza lo dotó. No importa en lo absoluto que sea un genio para las ventas, los negocios, el arte o las ciencias. Lo que importa es que vea con claridad los “dones” que la naturaleza le regaló. Y una vez vistos con claridad sus “dones”, deberá tomar conciencia de que ni un solo grano de trigo, ni un solo gramo de oro será suyo de las cientos de miles de toneladas de oro ya acumuladas por el hombre, sino que sólo será suyo lo que obtenga en base a su esfuerzo.
Los pequeños triunfos propician la felicidad al igual que los grandes. Porque el valor no está en lo pequeño o grande, sino en la fuerza del corazón que cada persona pone para obtener lo que desea. Nuestro alivio y alegría no depende de espectaculares victorias; depende de tener una conciencia clara de que hemos hecho lo mejor que está de nuestra parte.
Jacinto Faya Viesca