La separación o divorcio de una pareja se considera un acontecimiento vital estresante, que supone un importante impacto emocional no sólo sobre los miembros de la pareja, sino también sobre sus allegados. Cuando hay niños, las cosas se complican, puesto que las decisiones que tome la pareja sobre sus hijos pueden amortiguar o incrementar significativamente el impacto emocional que para ellos supone dicha separación, y determinar en gran medida su futuro. Por este motivo, el momento de la pre-ruptura y la ruptura son especialmente delicados.
En la pre-ruptura la pareja lleva a cabo varios esfuerzos para evitar el divorcio, y en algunos casos involucran a los hijos en la nueva situación, por ejemplo utilizándolos como aliados, como una razón para seguir adelante con la relación. Si esta etapa se prolonga o es demasiado intensa puede afectar a la salud emocional de todos los miembros de la familia. El momento de la ruptura supone, por el contrario, aceptar que la pareja no puede continuar junta, y es frecuente entonces que se busquen culpables y se asignen roles parentales, que en la mayoría de los casos requieren acuerdos legales sobre los pequeños.
Algo está cambiando: reacciones en la pareja frente a la separación
Como toda crisis vital, una separación requiere un proceso de adaptación en el que se sucederán diferentes cambios, que variarán en función de las características personales de los implicados, como su capacidad para adaptarse a la nueva situación, sus experiencias previas, los rasgos de su personalidad…
Muchos psicólogos consideramos que una separación conlleva un proceso de duelo ocasionado por la ruptura en el que desaparece un elemento antes presente y al que se dirigían gran parte de los afectos: la pareja. Como en todo proceso de duelo, aspectos como el que la pérdida sea ‘anunciada’, o no, harán que varíe la forma de asimilarlo y el tiempo que se requiera para ello.
En cualquier caso, el proceso de adaptación a la ruptura es un cambio lento, sin tiempos preestablecidos y, sobre todo, individual.
Las consecuencias que puede ocasionar una separación en los miembros de una pareja pueden agruparse en las siguientes categorías:
Manifestaciones fisiológicas
Están especialmente asociadas a las consecuencias emocionales de la separación -como el estrés o la tristeza-, y aparecen en mayor o menor medida en función de la intensidad de éstas. Las más comunes son: alteraciones del sueño, sensación de intranquilidad, apatía, y pérdida o aumento del apetito.
Manifestaciones emocionales
Todas las personas, en mayor o menor medida, sufren reacciones emocionales tras una separación. Entre las reacciones normales o adaptativas se encuentran sentimientos de pena o vacío, sensación de desorganización, incertidumbre e inseguridad.
En algunos casos se producen reacciones emocionales más complicadas, que pueden dar lugar a trastornos psicológicos, como es el caso del sentimiento de culpa persistente, el miedo intenso, las crisis de ansiedad, el llanto constante, el aislamiento, o una profunda rabia.
Tanto las reacciones que se consideran normales, como las calificadas de patológicas, se ven aliviadas cuando la persona dispone de una buena red de apoyo social. En algunos casos, las manifestaciones emocionales comienzan antes de la separación, puesto que alguno de los miembros de la pareja puede estar viviendo una ‘separación emocional’ previa a la separación física.
Consecuencias socioeconómicas
Tras la separación, la red social de la pareja se ve afectada. En algunos casos en el reparto se incluye también a los amigos, y se incorporan nuevas amistades a la vida personal de cada uno. También el nivel de ingresos se modifica, así como las condiciones de vivienda, laborales (en algunos casos se decide trabajar más para ganar más dinero, o por el contrario es necesario restringir el horario para atender a los hijos), algunos cónyuges comienzan a salir más por aquello de recuperar el tiempo, etcétera.
Estos cambios son en gran parte la razón por la que la separación supone la necesidad de adaptarse a una nueva vida.
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