Conoce la emotiva historia del hermoso Jacinto, de sus amores con Febo Apolo, y de las jugadas del destino. Escucha como se lamentan las plantas que, año tras año, en primavera, emiten profusos grititos lacerados en sus hojas con su historia, con su triste discurrir.
Jacinto era un joven lacedemonio -esto es, oriundo de Laconia, cuya principal ciudad era Esparta- e hijo de Amiclas. Joven y al parecer guapo a rabiar, tanto que un dios se enamoró perdidamente de él.
Apolo no se resistió a sus encantos y frecuentaba su compañía siempre que podía, tañendo su lira con el vivo recuerdo de su hermosura. Eran duchos ambos en conversación y juegos, y así, entre besos, caricias y arrumacos diversos, transcurría el tiempo; tan prendido estaba el dios del mortal.
En uno de estos momentos -en donde sus risas y esfuerzos llenaban toda Lacedemonia- ocurrió la desgracia. Llantos tan amargos no se escucharían hasta mucho tiempo después:
Jugaban los dos al disco. Era el turno de Febo y la competición se había acalorado tanto como cuando buscaban uno el cuerpo del otro. Realizó entonces un tiro fortísimo, con tal potencia y subiendo éste tan alto que, al tropezar con diversas nubes y elementos, fue desviado de su correcto camino. Jacinto no quería ser menos que el dios y buscó la recepción con encomiable ahínco. Pero quiso el destino que el disco lanzado con tanta vehemencia golpeara mortalmente al bello muchacho.
En unos emotivos versos nos explica Ovidio en sus “Metamorfosis” la angustia y el duelo que en esos momentos sufrió Apolo. Expresa primero su incredulidad, cómo agita su cuerpo, sus manos en busca del más mínimo hálito de vida. Viendo que no respondía, intenta a toda costa aplicar sus amplios conocimientos sanadores con ímprobo esfuerzo, ora le reanima enjugando las heridas, ora intenta encerrar la huidiza vida que siente escaparse, deslizarse por sus divinos dedos, ora le aplica diversas plantas en la profunda y mortal herida. Todo es poco. Un sentimiento de culpa empieza a nacer en el dios, se siente responsable de esta muerte, siente la pérdida de la belleza en su momento más álgido, en la juventud. Y canta, y con su lira y con su voz compone bellos panegíricos nacidos en el dolor que supone la pérdida del ser amado. “Como flor nueva imitarás mis gemidos con una inscripción”, le dice.
Pero ya no le oye, su sangre a borbotones cae en el suelo y, mezclándose con la tierra, germina el campo. Alargadas flores púrpuras entonces surgen, similares a lirios. Apolo, que lo ve, se siente complacido, mas no es suficiente: su sufrimiento le lleva a marcar la planta con sus lamentos.
A partir de entonces los duros espartanos lo tuvieron muy presente, y cada año lo recordaban en las fiestas llamadas Jacintias, en donde las flores eran protagonistas.
Y a partir de entonces se pueden contemplar en los extensos terrenos floridos ciertas bellezas que nacen erguidas sobre firmes tallos. Si nos acercamos podremos discernir ciertas marcas, algo así como "AI AI". Somos libres de imaginar, de pensar que efectivamente son los lamentos de un dios por la perdida de su amante, de un bello y joven hyákinthos.
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