Soñar con serpientes y en general con reptiles en la gran mayoría de las personas tiene que ver con los aspectos más bajos, desconocidos y aterradores de la personalidad.
Como todos los símbolos tienen su doble vertiente de interpretación, simboliza la energía sexual y creativa ejecutando o bien altos o bajos instintos. Cuando la persona está dominada por los bajos instintos y por su condición de animales de sangre fría y su movimiento a ras del suelo, las serpientes se asocian a cualidades como la frialdad de carácter nacida de la falta de amor, a personas que se dejan llevar por la sensualidad inferior, más centrados en lo material que en lo espiritual, verdugos o víctimas de traición, veneno o asfixia moral.
¿Eres como una serpiente, te arrastras para conseguir lo que quieres a cualquier precio? ¿Buscas dominar o dejarte dominar por las bajas pasiones sin tener en cuenta a tu corazón y tu alma?
La serpiente es símbolo de regeneración cuando se desprende de su piel. ¿Necesitas desprenderte de lo viejo para renacer a una nueva vida?
Las serpientes aparecen en tres de los símbolos más importante relacionados con la sabiduría y la mística de la historia de la humanidad: la Serpiente del Paraíso, el Ouróboros y el Caduceo de Hermes. Aunque soñar con ellos es poco común, es bueno recordar la versión positiva y luminosa del símbolo.
En el Paraíso la serpiente representa lo más profundo de la psique inferior, lo escondido, lo oscuro, el Satán tentador que nos induce al mal y nos arroja fuera del paraíso desconectándonos de nuestra divinidad. A mismo tiempo puede ser símbolo de sabiduría si realizamos un trabajo consciente con esa energía inferior para convertirla en superior.
¿Te dejas llevar por tu oscuridad, esa que te aparta del buen camino? ¿Obedeces a tu naturaleza inferior o tratas de redirigirla hacia el bien?
Ese trabajo de consciencia es el que se refleja en el símbolo del Ouróboros o serpiente que se muerde la cola, que simboliza la unión de las fuerzas inconscientes espirituales (cabeza) y materiales (cola) llegando a la totalidad, la ilimitación, la divinidad, la iluminación. Representa una creatividad limpia, buena, útil, equilibrada y en busca del bien común, la espiritualización de lo material y la materialización del espíritu.
También es símbolo de curación y renovación el Caduceo de Hermes, las dos serpientes enroscadas en una vara que representa nuestra espina dorsal. Utilizado por la medicina moderna como símbolo de regeneración y curación, su base simbólica es la generación de energías inconscientes renovadoras mediante el equilibrio de dos fuerzas contrarias pero complementarias – femeninas y masculinas- que armonizadas determinan la salud del cuerpo, el alma y el equilibrio psicosomático. Cuando la persona equilibra razón, ley y orden, con corazón, amor e intuición, genera integración y acción justa, y por lo tanto la armonía y salud en su sistema.
En la tradición oriental la serpiente representa la energía llamada Kundalini, o energía sexual creativa, se aloja en la base de la espina dorsal del Ser humano. Cuando esa energía despierta comunica los órganos sexuales de creación física con los superiores de creación intelectual, sublimando los instintos inferiores en superiores, elevando el nivel de consciencia. Al igual que el Caduceo consta de dos canales contrarios de energía masculina y femenina que se equilibran en un canal central que recorre los siete chackras alojados en la espina dorsal del cuerpo humano uniendo materia y espíritu.
Soñar con serpientes amenazadoras, venenosas, que causan miedo, angustia o sensación de agobio o peligro, es una advertencia que nos obliga a reflexionar sobre nuestros impulsos sexuales y creativos, nuestro equilibrio entre lo material y lo espiritual en nuestra vida, si nos dejamos arrastrar por lo inferior nos alejamos del paraíso terrenal.
Estamos aquí para crecer como almas, para hacer de nuestras pasiones un motivo de equilibrio, evolución y creación elevada, orientada al servicio del mayor bien de la humanidad, lo luminoso, lo bello, lo amoroso y lo útil.
Beatriz Fernández del Castillo