Cuando nos horrorizamos por las noticias de actualidad en las que hay niños víctimas de asesinatos, solemos buscar con espanto al adulto que ha sido capaz de tamaña atrocidad. Por supuesto que es un hecho inadmisible. En eso estamos todos de acuerdo. Pero más espeluznante aún es reconocer que para que a un niño le suceda algo así en el seno de su hogar, es indispensable la entrega de la madre. ¿Qué significa? Para comprender cómo funciona la entrega, tendremos que “rebobinar” la película de la vida de ese niño, la de su madre y la de su padre, la de sus abuelos, la de toda la trama familiar… y reconocer un encadenamiento de violencias visibles e invisibles, mentiras, abandono emocional, rechazo, distancia y experiencias traumáticas, que desde el punto de vista del alma infantil, son difíciles de superar. Pero suponiendo que no queremos ahondar tanto, al menos tendremos que enfocarnos en el niño en cuestión y en su entorno más inmediato. Para ello, tenemos que abordar como mínimo la infancia de la madre y sus propias experiencias infantiles. Con algo de entrenamiento, detectaremos niveles de desamparo enormes….violencias de todo tipo, soledad, abusos y la acumulación de unas cuantas estrategias con las que esa niña logró sobrevivir. Si hemos sido esa niña, en algún momento hemos devenido mujer y después madre. Nos hemos convertido -en el mejor de los casos- en una guerrera, y -en el peor de los casos- en una eterna víctima adiestrada para humillar y despreciar. Es decir, ahora estamos acostumbradas a batallar constantemente, ya que vivimos en un territorio hostil. Si estamos siempre peleando o quejándonos, ¿qué pasa con nuestro hijo?. Queda descuidado. Queda solo. Está en peligro. Mendiga amor….y buscando amor, encuentra a sus depredadores. ¿Qué hacemos las madres? Desoímos aquello que intentan decir los niños, minimizamos sus relatos, miramos para otro lado, negamos ciertas evidencias del padecimiento físico o emocional en los niños, descuidamos sus síntomas, justificamos ciertos hechos cuando alguien nos hace notar que las cosas no están bien, aprobamos los castigos que otras personas les infligen, nos aliamos a las versiones de otros adultos quienes incluso nos lastiman a nosotras…es decir, sostenemos, permitimos y avalamos diversos tipos de violencia sobre nuestros hijos. En todos los casos, si miramos un poquito para atrás, seremos capaces de reconocer la multiplicidad de avisos recurrentes y evidentes antes del crimen. ¿Por qué no hacemos nada para evitar las muertes anunciadas? Porque las madres estamos tan desamparadas desde tiempos tan remotos, que elegimos salvarnos. Probablemente muchos de nosotros nos preguntemos: ¿Será tan así? ¿No es exagerado? Si fuera un invento, no estarían muriendo niños en manos de nuestros familiares.
Laura Gutman